miércoles, 18 de diciembre de 2013

Ramón Pérez de Ayala: Viajes, teorías. palinodias y desengaños

Viajes. Crónicas e impresiones
Ramón Pérez de Ayala
Selección y prólogo de Juan Pérez de Ayala
Fundación Banco de Santander. Madrid, 2013

Al contrario que Baroja, no es Pérez de Ayala un escritor simpático para la mayoría de los lectores. No lo ha sido nunca. Y no solo el escritor, tampoco la persona. Del primero molestaba un tanto su afectación estilística y su pedantería; del segundo, menos los cambios ideológicos que la interesada razón que se adivinaba casi siempre detrás.
            Hay algo de trágico en la trayectoria vital de Pérez de Ayala. A los cincuenta años, con la proclamación de la República, parecían haberse hecho realidad todos sus sueños. No solo era uno de los escritores más admirados del momento, sino que su labor intelectual había sido decisiva en el cambio de régimen y este le premiaba concediéndole el cargo político que siempre había ambicionado: la embajada en Londres.
            Pero aún le quedaban por vivir otros treinta años y todos ellos fueron cuesta abajo. Desde los inicios de la guerra civil, tomó partido por los sublevados. Hizo cuando estuvo en su mano para ayudarles a ganar la guerra, pero estos no le perdonaron nunca su pasado republicano. Producen sonrojo sus continuos elogios al nuevo régimen, un régimen que censuraba sus obras, que apenas toleró que cruzara España en 1940 para embarcarse hacia Argentina (fue insultado públicamente en alguna ocasión).
            En el exilio siguió pidiendo perdón una y otra vez, pero lo más que logró fueron algunas pequeñas prebendas de la embajada franquista. Antes de regresar definitivamente a España en 1954, ya vencido y hundido por diversas desgracias familiares, volvió fugazmente en 1949 y trató de entrevistarse personalmente con Franco para explicarle su caso; Franco se negó a recibirle.
            Es bien sabido que la obra narrativa de Pérez de Ayala concluyó antes de que comenzara su carrera política, su acaparamiento de cargos durante la República (fue, simultáneamente, embajador en Londres, director del museo del Prado y diputado por Asturias). También lo más válido de su labor como ensayista terminó por entonces. Cierto que después siguió colaborando en la prensa argentina, asiduamente en los primeros años cuarenta, con cada vez mayor parquedad después, pero era ya una sombra de lo que había sido, casi una caricatura, como demuestra el Pérez de Ayala final de las “terceras” de Abc, en las que recicló muchos de aquellos antiguos textos.
            Las dos partes en la vida y en la obra de Pérez de Ayala quedan bien patentes en la antología de sus artículos viajeros que ha preparado Juan Pérez de Ayala, nieto del escritor. En el prólogo, nos ofrece algunos datos inéditos de la vida del escritor en Argentina, la etapa más desconocida de su biografía. Completan los que nos proporciona Florencio Friera en su fundamental Ramón Pérez de Ayala, testigo de su tiempo.
            Comienza la antología con las crónicas de su primer viaje a Inglaterra, en 1907, reunidas tardíamente en los volúmenes Tributo a Inglaterra, de 1963, y Crónicas londinenses, de 1985. El tiempo no les ha restado nada de su agilidad intelectual ni de su gracia costumbrista; por el contrario, les ha acrecentado su encanto, como a las viejas fotografías. Nos hace sonreír su elogio de un raro deporte, llamado football, que en aquellas fechas se pretende introducir en las escuelas inglesas por su valor educativo: “La verdadera pedagogía debe cuidarse más del football que de los tratados de ética, y no porque desdeñe la ética, sino porque el mejor tratado es un partido de football. El mundo no es otra cosa que una permanente lucha por la existencia, esa gran pelota llena de aire que con tanta facilidad se disipa. El football es la lucha por una pequeña pelota, es un compendiado trasunto de la vida universal”.
            No menor interés tienen los artículos de su primer viaje a Italia, en 1911, cuando conoció a la norteamericana Mabel Rick, con la que poco después se casaría, inéditos en libro. Comienzan con la crónica del viaje en barco, casi un género en el autor. Cita en ellos por primera vez una frase de Samuel Johnson (“navegar es lo mismo que estar en un calabozo, pero con la probabilidad de ahogarse”), que luego volvería a reiterar cada vez que se embarca de nuevo, pero siempre en versiones distintas: “Un barco es una prisión. Un camarote es un calabozo, con la desventaja de que puede irse a pique”, “Un barco es un presidio que se puede hundir”.
            Los artículos viajeros de Pérez de Ayala son algo más que artículos viajeros. Como su coetáneo Eugenio d’Ors, buscaba siempre convertir la anécdota en categoría y cualquier pequeño detalle le servía para elaborar una teoría que, si no siempre resultaba igualmente convincente, siempre resultaba fascinante. Es el caso de su distinción entre los viajes en barco de vapor, que se hacen interminables aunque duren pocos días, y los viajes en barco de vela, en los que no cabe el aburrimiento, aunque duren meses. Y lo ejemplifica con una anécdota biográfica que vale por un relato y por un bien humorado poema: “Mi padre narraba a menudo un viaje que de mozo había hecho a La Habana, en un bergantín. Declaraba que eran los días más felices de su juventud. A bordo, vivían colgados de los designios celestes. ¿Habrá viento? ¿No habrá viento?, se preguntaban a todas horas. ¿Será viento favorable?¿Será viento contrario? Si soplaba buen viento, desplegaban el aparejo, e iban a todo trapo, quizá fuera de ruta, por el placer de volar, hasta que el caso crujía, como desencuadernándose; y experimentaban un a modo de embriaguez. Mi padre hablaba del golfo de las yeguas, de las calmas chichas, de la vida sedentaria y arcádica, como en un islote, cuando arriaban el esquife y pescaban doradas con arpón. Tres meses duró la travesía. Cuando echó pie a tierra, mi padre lloraba de tristeza. Cuando supo que el bergantín retornaba a Europa, volvió a embarcarse, por disfrutar de la vida accidentada y marinera. Verdad que en Asturias dejaba una novia, que después fue mi madre”.
            Qué diferencia entre este Pérez de Ayala, que en cada página nos ofrece un reto intelectual y una felicidad expresiva, y el que encontramos en las apagadas páginas escritas a partir de 1940. Cierto que, acá y allá, todavía quedan restos del antiguo vigor, pero cada vez son más las cenizas. Es el Pérez de Ayala que, para congraciarse con la España de Franco, abjura de su pasado anticlerical, prohíbe la reedición de su novela AMDG y se prodiga en elogios a la hispanidad y a la labor de España en América, cuya única finalidad “fue la propagación de la cruz”, frente a las demás naciones, a las que solo les movía “el apetito de riqueza”. Quién te ha visto y quién te ve, debieron de pensar los lectores que recordaban las vigorosas diatribas y los precisos análisis regeneracionistas de Política y toros.

            

2 comentarios:

  1. No es ningún secreto que la preselección de los libros que se presentan al premio Adonais la hacen desde hace bastantes años sólo dos personas: Carmelo Guillén Acosta y Julio Martínez Mesanza

    ResponderEliminar