viernes, 16 de mayo de 2014

Almuzara, Jayyam y la reinvención del clasicismo


Quede claro (Antología poética 1989-2013)
Prólogo de Miguel d’Ors
Javier Almuzara
Renacimiento. Sevilla, 2014

Caravana y desierto
Prólogo y recreaciones de Javier Almuzara
Omar Jayyam
Renacimiento. Sevilla, 2014
  
Todo poema, toda obra literaria que valga la pena, se escribe en colaboración. “El poeta es un pequeño Dios”, escribió Huidobro. Pero un Dios que no crea de la nada, sino a partir de lo ya existente: la tradición literaria.
            Durante siglos, tal hecho –que se escribía “a partir de”, que había unas fuentes, unos maestros a los que se trataba de emular– se exhibía con orgullo; el romanticismo trató de disimularlo, poniendo énfasis en la originalidad, en el aporte personal, en el desahogo del corazón.
            El poeta sabe que ambas cosas cuentan, que no hay naturalidad sin artificio, aporte personal que no se apoye en aportaciones ajenas.
            Pocos poetas tan conscientes de ello como Javier Almuzara, quien, tras una década de silencio poético, acaba de publicar dos obras esenciales y ejemplares, una firmada con su nombre, la otra con el de Omar Jayyam, pero ambas igualmente personales e igualmente reescritura de una tradición.
            Quede claro –el título ya es una declaración de intenciones–, la antología que compendia un cuarto de siglo de dedicación poética, ofrece una amplia muestra –41 poemas– de un nuevo libro, Siempre y cuando, escrito a lo largo de los últimos diez años. El cultivo de la métrica tradicional –abundan los sonetos– y de los temas clásicos, se ha ido acentuando. Pero nada suena a consabido, hay sabiduría formal, no vacuo virtuosismo.
            En cualquier antología del soneto contemporáneo deberían figurar los de Javier Almuzara, que tiene en Borges un maestro cercano, pero que desde el comienzo –“El escriba sentado” ya es una obra maestra– aciertan a prescindir de cualquier fácil mimetismo.
            Hay emoción y hay humor en la poesía de Javier Almuzara, y hay también un orgullo por la obra bien hecha –heredero de Horacio: “Exegi monumentum aere perennius”, “levanté un monumento más duradero que el bronce”–  que puede resultar quizá antipático a algunos lectores. “Y, aunque soy flor de un día, / cantando lo que pierdo, / he escrito alguna línea / que no borrará el tiempo”, afirma.
            El soneto inicial y el final insisten en la idea: escribir como forma de no morir del todo. En “Unos versos remotos”, el poema con que concluye la antología, el poeta se compara con un autor de una época olvidada, pero en cuyos versos “aún canta todo lo perdido”. El último terceto dice así: “Mi destino es el suyo: llegar vivo / al lejano lector que en este instante / lee el remoto poema que ahora escribo”. Presente y futuro se confunden; los versos de ayer que siguen vivos hoy son estos mismos versos de hoy que seguirán vivos en un distante mañana. Pero lo que el poema expone como certeza, el poeta solo puede afirmarlo como desiderata, y de ahí que en lugar de “mi destino es el suyo” quizá habría sido mejor que dijera “mi destino sea el suyo”, a pesar del algo forzado triptongo.
            Toda manera de entender la poesía tiene sus riesgos. Quien gusta obsesivamente, como Javier Almuzara, de lo bien dicho puede incurrir en lo redicho. Rara vez incurren en ese riesgo sus versos, escritos con la cabeza, pero que, vayan directos al corazón o nos pongan una sonrisa en los labios, se nos quedan para siempre en la memoria.
            De su prosa, por el contrario, tan dada al juego de palabras, sin la naturalidad que aportan, paradójicamente, la métrica y la rima, no siempre puede decirse lo mismo; a veces resulta fatigosa o rebuscadamente brillante.
            No ocurre eso en el prólogo a Caravana y desierto, el título que ha querido ponerle a su personal recreación de los poemas de Omar Jayyam, tan atinado, en el que nada falta ni sobra. ¿Recreación o invenciòn? Ambas cosas sabiamente entreveradas. “Un auténtico Almuzara no es un falso Jayyam” se afirma en el prólogo. Omar Jayyam, que vivó entre 1040 y 1123, fue tenido por sus contemporáneos por un sabio, no por un poeta; póstumamente se le atribuyeron una serie de cuartetas (“robaiyat” o “rubaiyatas”) que cantaban el goce del instante, descreían de cualquier Dios y se enfrentaban a la ortodoxia del Islam. El Omar Jayyam que admiró al mundo es menos un poeta persa que un poeta inglés. Fueron las versiones de Edward Fitzgerald, publicadas en 1859, las que le convirtieron en un clásico.
            A Omar Jayyam se le han llegado a atribuir mil doscientos poemas; con relativa certeza parece que solo se le pueden atribuir unos cincuenta. Más que un poeta es una franquicia, como dice muy acertadamente Almuzara, un heterónimo colectivo al que han contribuido múltiples traductores y algunos de los mejores poetas de los últimos ciento cincuenta años, como Pessoa o Borges.
            Lo cierto es que las traducciones de Omar Jayyam cuanto más fieles quieren ser, cuanto más pretenden ajustarse al original farsí, respetando incluso la rima (cuatro versos monorrimos salvo el tercero, que queda libre), más infieles resultan. Es el caso de la erudita versión de Nazanín Amirian, en la que podemos leer este horror, que por muy fiel que sea a Jayyam, habría avergonzado al poeta: “¡Atiende, viejo sabio! De madrugada ve / y a ese niño que criba la tierra contémplale. / De Parviz son los ojos y de Keyghobad la mente: / que la cribe con respeto, a ello exhórtale”.
            Ninguno de los poemas de Omar Jayyam que ha reescrito o escrito Javier Almuzara es indigno de Omar Jayyam y muchos de ellos podrían figurar en la más exigente selección del poeta persa: “Cuanto más tiempo gano más tengo que perder / en la incondicional derrota de la vida. / Feliz el que primero entrega la partida. / Indemne solo acaba quien nunca llega a ser”.
            Ya Jayyam, quizá sin haberlo leído, había reescrito como nadie a Horacio: “Atrévete a gozar a plena luz del día. / Escandaliza a todos en la noche serena. / Sácale los colores al jardín de la vida. / Que oculte su vergüenza la muerte bajo tierra”.
            Caravana y desierto es, a la vez, una de las mejores versiones de Jayyam que pueden leerse en español y uno de los más memorables y personales libros de Javier Almuzara: “Solo perdurará, a su aroma fiel, / la rosa marcesible del instante / si fue cortada a tiempo, aún rozagante, / en el jardín de un cuerpo, a flor de piel”.

5 comentarios:

  1. Gran poeta este Almuzara.
    No se dice nada en la reseña del "pr'orslogo": tan poco dice o aporta?
    J.

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  2. El prólogo está muy bien, muy en el estilo del d'Ors prosista (que no es el del poeta).

    JLGM

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    1. A mí me ha encantado el prólogo: muy brillante, inteligente y entretenido. Una excepción a la idea de Borges de posponer la lectura de cualquier introducción a un libro y empezar leyendo la obra misma.

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  3. No me ha parecido bien el plagio descarado de un poema de Emily Dickinson. Es una traducción tal cual. ¿Hemos de deducir de ello que todos los poemas que se inician con una vago "a partir de" son traducciones verso a verso de otros poetas? Por otro lado, creo que la reflexión obnubilada sobre el destino de los versos del poeta, para qué escribo, etc. es de interés secundario para el lector.

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    1. Buenos días, José Luis:

      Muchísimas gracias por quitar el comentario del otro blog como te pedí ayer. ¿Podrías quitar también este? Me pasé diciendo que era un plagio, puesto que al principio cita a Emily Dickinson. Para el lector es fácil encontrar el poema en el que está basado.

      Muchas gracias de nuevo,

      Miranda

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