viernes, 23 de mayo de 2014

Otra novela sobre Lázaro de Tormes


Juan Luis Vives, autor del Lazarillo de Tormes
Francisco Calero
Biblioteca Nueva. Madrid, 2014

También la historia de la literatura tiene sus misterios sin resolver, sus serpientes de verano. Con cierta frecuencia los diarios nos dan noticia de un nuevo descubrimiento sensacional en torno al Quijote (que no describe el paisaje de la Mancha, sino el de Galicia, por ejemplo) o al autor del Lazarillo.
            La historia de sus presuntos autores daría para una novela, y no menos apasionante que la carta autobiográfica del “mozo de muchos amos” sería esa otra novela en la que Lázaro pasa de erudito en erudito.
            Francisco Calero publicó por primera vez Juan Luis Vives, autor del "Lazarillo de Tormes" en 2006; lo reedita ahora muy acrecentado con nuevos argumentos.
            El título es una réplica a otro de Rosa Navarro Durán que causó cierto ruido, Alfonso de Valdés, autor del "Lazarillo de Tormes", de 2003, pero también reeditado y luego complementado con numerosas publicaciones en la misma línea.
            A descalificar a Rosa Navarro Durán dedica buena parte de su empeño Francisco Calero: no hace caso “ni de las críticas que se le formulan ni de las teorías de los otros investigadores (si es que las lee)”, “sigue en su autismo”, “lo que ha hecho es escribir una novela a propósito del Lazarillo”. Su metodología consistiría en “hacer afirmaciones que no demuestra, lo que va contra los principios básicos de la filología, pues también en las ciencias llamadas humanas hay que demostrar lo que se dice y, si no se demuestra, el filólogo hará literatura sobre literatura”.
            Por el contrario, él afirmar utilizar el método clásico de la filología, esto es, “la comparación”. Unas treinta concordancias entre dos obras confirman que son del mismo autor. Ese método le sirve para demostrar, “con toda seguridad”, no solo que el Lazarillo lo escribió Juan Luis Vives, sino que además escribió otras muchas obras –anónimas o no– del siglo XVI: Diálogo de Mercurio y Carón, Diálogo de las cosas acaecidas en Roma, Diálogo de doctrina christiana, Diálogo de la lengua, El Crotalón, Viaje de Turquía, Jardín de flores curiosas, Rosas de romances… Y es raro que se haya detenido en una docena de obras (y algunas traducciones): con su método, y un poco de paciencia, no resulta difícil descubrir que cualquier obra del siglo XVI es de Juan Luis Vives. O que La Regenta la escribió Palacio Valdés.
            Le vale la mínima coincidencia. Un ejemplo. En el Lazarillo se lee: “Estábamos en Escalona, villa del duque della”, y el Diálogo de doctrina christiana se dedica “Al muy ilustre Señor don Diego López Pacheco, marqués de Villena, duque de Escalona, conde de Sant Estevan, etc”. ¿Habrá señal más clara de que son del mismo autor? Otro ejemplo. Si el ciego del Lazarillo dice “que agora es invierno y sabe mal el agua, y más llevar los pies mojados” y en la Introductio ad sapientiam se lee “procura mantener los pies limpios y calientes”, ¿cómo no deducir que el autor es el mismo?
            Cierto que a veces hay documentos que desmienten una atribución, pero para Francisco Calero los documentos del siglo XVI no tienen escaso valor probatorio, “han de ser examinados con lupa, porque lo normal es que fueran obtenidos por las malas artes interrogatorias de la Inquisición”. Por eso no da ningún valor a la censura del Mercurio y Carón, descubierta por Bataillon, en la que se afirma que su autor es “Alfonso de Valdés, secretario de su Mgt. para las cosas de latín”.
            La prueba “rigurosa y científica” no depende para Calero de la documentación, sino de las coincidencias, a veces entendidas de manera muy peregrina ¿En qué se basa para atribuirle a Vives el Jardín de flores curiosas, de Antonio de Torquemada, publicado en 1570, treinta años después de su muerte? Pues en que una de las innumerables anécdotas que contiene menciona a Vives. El mismo argumento vale para atribuirle las Rosas de romances, cuatro romanceros publicados en 1573. La historieta que se cuenta en las Flores y en uno de los romances habla de cierta condesa que, debido a una maldición, “parió de un parto 366 hijos” del tamaño “de ratones muy pequeños”. Los bautizaron en una vasija de plata que Carlos Quinto tuvo en sus manos. Como fuente se cita a varios autores, entre ellos a Vives, quien efectivamente narra la anécdota en sus Linguae latinae exercitatio. Pero con una diferencia: no menciona al emperador. “En relación con esto –escribe Calero– es muy difícil de explicar que Torquemada y Timoneda tuvieran conocimiento de la anécdota protagonizada por Carlos V. Quien la pudo conocer con toda facilidad fue Vives, que formaba parte del entorno del Emperador. Lo que hizo Vives fue citarse a sí mismo, como solía hacer, y de esta forma quedan relacionados y explicados los tres textos”.
            Quien razona de esta manera es catedrático emérito de filología latina, autor de numerosas obras en su especialidad, y sus pintorescas tesis no aparecen en un artículo periodístico ni autoeditadas sino en una colección de estudios críticos de literatura y lingüística en cuyo consejo asesor figuran, entre otros, Alberto Blecua, José-Carlos Mainer, Ricardo Senabre y Darío Villanueva. Y el libro se edita con ayuda del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.
            En las conclusiones a su trabajo escribe Calero: “Si se preguntara a Lazarillo a quien preferiría como padre a Vives o a Valdés, con toda seguridad se quedaría con el primero”. Quizá por eso, para facilitar la respuesta de Lázaro, durante todo el libro se dedica a ensalzar los méritos de Vives y a rebajar los de Alfonso de Valdés, a quien le niega la autoría de sus obras e incluso que supiera latín (¡y era secretario de cartas latinas del emperador!). Se basa para esto último en la carta de un rival en la que se afirma que en Roma “se burlan de su latinidad”. Tras copiar el pasaje en las conclusiones, añade: “Este testimonio ha sido confirmado por los investigadores M. Bataillon y A. Alcalá, lo que quiere decir que no se debió a la enemistad del cardenal, como defiende Rosa Navarro”. ¿Pero tendrá algo que ver el que el testimonio esté confirmado por los investigadores, sea un documento auténtico, con que se deba o no la enemistad?
            Los desahogos personales que abundan en el libro, si no aumentan su crédito como investigador, contribuyen a hacernos simpático al personaje. Ironiza con Francisco Rico, que se ha limitado a calificar de “increíble” su propuesta, y nos cuenta sus intentos de llevarse bien con Rosa Navarro Durán, a pesar de que ella no ha aludido a su teoría “ni una sola vez”: “Cuando publiqué mi primer artículo, me ofrecieron en la TV de la UNED grabar dos programas sobre mi teoría, y me preguntaron si tenía algún inconveniente en que se hiciera la misma propuesta a R. Navarro. Yo dije que no, y de hecho cada uno grabó dos programas. No quiero ni pensar si hubiera sido al contrario. Mi intención era que, puesto que A. de Valdés y L. Vives necesariamente tuvieron que ser amigos, no era lógico que los que nos dedicábamos a estudiarlos no lo fuéramos. Pero así han sucedido las cosas, y va para diez años”.
            Este libro, a pesar del comité de expertos que lo avala, no es ya que carezca de cualquier rigor argumental, sino que choca a cada paso con el sentido común. En la dedicatoria inicial se lee que “con toda seguridad, Vives es el padre que más le contentaría” al Lazarillo. Quizá Francisco Calero no ha pretendido encontrar al autor del Lazarillo, sino darlo en adopción al mejor padre.


4 comentarios:

  1. Que Alfonso de Valdés no supiera latín es un disparate mayúsculo, por la sencilla razón de que los pocos que sabían leer y escribir en condiciones se habían educado precisamente con la lengua latina como lengua de estudio. No tiene nada de extraño, por tanto, que se carteara con Erasmo de Rotterdam y tantas otras mentes preclaras de toda Europa, siempre en latín. Lo mismo hizo Quevedo el siglo siguiente y seguirían haciendo otros muchos escritores e intelectuales durante siglos, porque no conviene olvidar que todavía en el siglo XIX tanto Rimbaud como Bécquer escribieron composiciones en latín como ejercicios escolares. Aún a finales de ese siglo y comienzos del XX había tesis doctorales - de trabajos filológicos, por ejemplo - escritas en la lengua de Cicerón.

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  2. Me parece más interesante el culebrón de Avellaneda. Leí hace años su Quijote y no está mal. Me pregunto si Cervantes habría escrito la 2ª parte de no mediar el "plagio" o apócrifo. Por otro lado, en esa 2ª parte es Cervantes quien se sirve de episodios ideados por Avellaneda, como la participación en unas justas. Lo curioso es que Avellaneda (quien se oculta bajo ese nombre) anunció una tercera parte que nunca existió. Y Cervantes hizo morir a don Quijote para abortarla. Me parece que era Nabokov quien decía que habría sido genial un encuentro entre ambos Quijotes: el de Cervantes y el de Avellaneda. A lo mejor Trapiello (autor de "Al morir don Quijote") podría idear algo así. Bien, todo esto es un rollo, pero como culebrón es más divertido el tapado de Avellaneda que el del Lazarillo.

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    1. Qué tontería. ¿Cómo van a enfrentarse dos Quijotes, si solo hay uno?

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  3. Creo recordar que a Nabokov no le gustaba nada El Quijote, pero ya dijo en un texto tan divertido como todos los suyos Augusto Monterroso, que la pena es que Nabokov dijera lo que decía tras leer una mala traducción de Cervantes, pero si no muchos leían El Quijote, y menos a Nabokov, ¿a quién le importaba lo que dijera un escritor guatemalteco como él que no leía nadie?. Al novelisa Julián Ríos tampoco le extrañaba la animadversión nabokoviana hacia la famosa novela de caballerías, porque no había entendido aspectos cruciales del contexto social en el que se desarrollaba la novela, y si me memoria no me falla, citaba como referencia aquellos famosos estudios sobre la cultura del Renacimiento de Mijail Bajtín.

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