A puerta cerrada
Luis García Montero
Visor. Madrid, 2017.
A partir de cierta edad, los poetas o dejan de escribir o
escriben demasiado. Unos son conscientes de que han dicho todo lo que tenían
que decir, otros se dejan llevar por la facilidad de quien domina los secretos
de un estilo personal que casi se ha convertido en una “maniera” que funciona
sola.
Los
malintencionados podrían pensar que Luis García Montero, a casi cuarenta años
de la publicación de su primer libro, se encuentra en el segundo de los casos.
Tras publicar en 2016 Balada en la muerte
de la poesía, publica ahora el extenso A
puerta cerrada. Pero la impresión de apresuramiento y de complacencia
acrítica (un poco a la manera del último Guillén) resulta equivocada. La Balada, escrita en prosa, es un único
poema de cierta extensión, con elementos reflexivos y narrativos; A puerta cerrada reúne los poemas
escritos en los últimos seis o siete años, tras Un invierno propio. No hay apresuramiento, sino el ritmo habitual
dueño de un mundo propio.
¿Y de qué
nos hablan estos nuevos poemas? Del fracaso de la aspiración a cambiar el mundo
y del inútil intento de refugiarse en la vida privada. Luis García Montero es
fiel a su estilo: el lenguaje de todos los días, los escenarios de la vida
cotidiana, pero siempre con una ligera vuelta de tuerca, con bien asimiladas
libertades vanguardistas, que rompen el automatismo de lo consabido.
Algunos
poemas de A puerta cerrada tienen
aire de canción –recuerdan los de Las
flores del frío– y otros, los menos, cuentan una historia. Entre estos
últimos se encuentra “Mónica Virtanen”, que puede entenderse como una versión
posmoderna de “El tren expreso”, el poema de Campoamor al que García Montero se
ha referido a menudo como uno de los que supusieron su iniciación en la poesía.
Al tren le ha sustituido el avión; a los demorados tiempos del siglo XIX, las
cinco horas de un transbordo, pero en uno y otro caso el poeta acierta a contar
una historia de amor, que pudo haber sido y no fue, con música, emoción y
misterio. Y con esos “pequeños detalles exactos” que, según Stendhal, sirven
para convencernos de la verdad de un relato.
Otra
historia de amor, o varias historias de amor entrevisto reunidas en una (como
en “La desconocida”, de Felipe Benítez Reyes) encontramos en “Callado y fijo”.
Una mujer desnuda se pasea por la casa en la imaginación del que “vive
cautivo”: “Si doy la luz enciendo Nueva York / o quizá Buenos Aires en la piel.
/ Corre el agua y la abrazo / en un puente del Sena. / Al abrir la nevera se
descubren / un invierno en Berlín, / la risa de un hotel iluminado / igual que
las botellas / el abrigo que esconde / poco después, arriba, silenciosa, / una
mujer desnuda”.
Poemas muy
diversos, muy de tono menor a veces, los de A
puerta cerrada y entre ellos, con la intención quizá de dar unidad al
conjunto, varios dedicados a un extraño personaje, un lobo, como en el famoso
poema de Rubén Darío, que de vez en cuando se pasea por la casa y dialoga con
el poeta.
Se trata de
un lobo que puede emparentarse con el buitre que en el famoso soneto de Unamuno
le “devora las entrañas fiero”. En el primer poema que se le dedica, titulado
precisamente “Aparición del lobo”, se le define como “el lobo de la noche”:
“Los ojos encendidos por detrás de los muebles. / La piel una espesura que roza
las paredes. / El lobo de la noche ha llegado a mi casa. / Sus colmillos se
abren y se cierran / como una campanada de reloj”.
Es un
símbolo ese lobo, no una alegoría fácilmente interpretable. Tiene algo del
“lobito bueno” de José Agustín Goytisolo y a veces aparece como un vengador que
“recorre la luz desde la altura / de un olor a veneno”. Otras,
sorprendentemente, hace preguntas de antólogo o de alumno de un taller de
poesía: quiere saber qué es un endecasílabo, qué significan el compromiso de un
poema, si el poeta nace o se hace.
A veces da
la impresión de ser solo un artificioso recurso para darle unidad –unidad
externa– al conjunto. No parece necesario: la unidad de un libro de poemas la
dan el tono y el tiempo en que se escribe, las obsesiones del poeta cuando se
acerca a los sesenta años y es consciente del derrumbe de las utopías por las
que luchó toda su vida, por las que intenta seguir luchando cuando los cuerpos,
como las ideas, “han perdido / su papel de regalo”.
El poema “Vigilar
un examen” toma como pretexto una situación muy habitual en el trabajo de un
profesor para hacer un recuento de la propia biografía: “Miro en aquel pupitre
/ a ese niño que fui. Estaban las preguntas / en un folio marcado con yugos y
sotanas. / De memoria sabía / rezar, callar, decir que sí, perdón, / no me lo
tome en cuenta”. El examen es de historia de España: “Ser dos ojos / de persona
mayor / doctorada en antiguas esperanzas / que una vez más observa / la
fatuidad, la corrupción, la falta / de pudor en los jefes de la tribu”.
Un libro de
poemas no necesita ser más que un puñado de buenos poemas. Diez o doce de los
que incluye A puerta cerrada están
entre los mejores de su autor y la mayoría nos demuestran que no ha perdido el
pulso, que rara vez se deja llevar por la retórica consabida, que aún sabe
sorprendernos con un giro inédito de las palabras de la tribu y la peculiar
mezcla de ternurismo y denuncia, cotidianidad y magia, que caracteriza a su
manera de hacer desde los días de El
jardín extranjero.
Cuando la humanidad haya superado todas las dictaduras, podrá superar todas las monarquías.
ResponderEliminar© María Taibo