Por sendero invisible. Antología esencial
Antonio Colinas
Selección y prólogo
de José Luis Puerto
Renacimiento.
Sevilla, 2018.
Pocas obras tan variadas y unitarias como la de Antonio
Colinas, comenzada hace ahora cincuenta años, con un libro, Preludios a una noche total, que
reaccionaba, de otra manera que la poesía joven de entonces, contra la tiranía
del chato realismo que había monopolizado buena parte de la literatura de posguerra.
Tras el
neorromanticismo, a ratos un tanto ingenuo, de esa obra inicial, Antonio Colinas
pareció subirse al carro del culturalismo generacional con Truenos y flautas en un templo, pero no tardó en demostrar que lo
suyo no era un seguir la moda, sino que era un maestro: Sepulcro en Tarquinia, de 1975, le colocó en la primera línea de la
poesía española, en la que todavía sigue.
Por sendero invisible antologa en menos
de doscientas páginas una obra poética que supera las mil y que corre el riesgo
de perder sus rasgos esenciales en un crecimiento que no desdeña los poemas de
circunstancias, los casi obligados homenajes, y que a ratos parece deber más al
buen hacer literario que a la intuición poética.
Pero la
obra literaria de Antonio Colinas no está solo en sus poemas. Espléndida poesía
en prosa hay en muchos pasajes de sus novelas autobiográficas, sus anotaciones
sapienciales (reunidas en las varias entregas de Tratado de armonía), sus libros de viajes, sus traducciones, su
biografía de Leopardi, sus artículos, centrados casi siempre en los poetas que
admira y en elucidar los misterios de la palabra poética.
Para quien
no conoce la poesía de Colinas –tendrá que ser un lector muy joven o muy
despistado–, Por sendero invisible,
con su didáctico y admirativo prólogo de José Luis Puerto, constituye la mejor
iniciación; para quienes ya se acercaron a alguno de sus libros, una buena
manera de redescubrirla y de descubrir algún sendero menos frecuentado.
No hay
poeta significativo, de la tradición occidental o de cualquier otra, al que Colinas
no haya leído y homenajeado adecuadamente (toda su obra es un canto de amor a
la poesía, a la música, a la pintura, al arte en general), pero quizá las dos
líneas de fuerza que vertebran su obra se pueden resumir en los nombres de
Leopoldo Panero y Ezra Pound.
Con
Leopoldo Panero comparte el enraizamiento en un paisaje y una estirpe, el gusto
por la poesía familiar, la raigambre machadiana y telúrica de sus versos; con
Ezra Pound, a quien conoció y entrevistó en Italia, una ambición exploratoria
de los límites de la poesía, un deseo de abarcarlo todo con sus versos, un
perderle el miedo al hermetismo y a la metáfora irracional.
En Por sendero invisible encontramos algunas
de las piezas más difundidas de Antonio Colinas: el poema dedicado a Simonetta
Vespucci y su trémolo verlainiano; el monólogo dramático que protagoniza
Giacomo Casanova, con su largo título, tan epocal (José María Álvarez
exploraría hasta la saciedad el procedimiento) y, sobre todo, el deslumbrante
“Sepulcro en Tarquinia”, una pieza de bravura que al propio autor le costaría
superar.
Un tono
distinto muestra “Suite castellana”, de Astrolabio,
donde el poeta, que parecía seducido para siempre por las luces de Italia, se
vuelve hacia sus orígenes leoneses y lo hace, como en toda su obra, con verdad
y belleza.
De Noche más allá de la noche, un
poema-libro en el Colinas aspiró a compendiar la historia de la cultura, se
reproducen algunos cantos esenciales, como el X, en el que un legionario pide
que se grabe sobre su tumba un verso de Virgilio, o el XXXV, que el autor
considera básico para entender su visión del mundo: “Me he sentado en el centro
del bosque a respirar”.
En la
poesía de Antonio Colinas, contrastan los poemas más ambiciosos con otros que
se reducen a “unas pocas palabras verdaderas”. De ellos, se recoge el poema
“Para Jandro”, dedicado a uno de sus hijos e incluido en un libro que lleva el
significativo título de Jardín de Orfeo.
Entre los
poemas inéditos en libro que se añaden a la antología, posteriores a Canciones para una música silente, de
2014, podemos leer dos dedicados a Ezra Pound: en el primero, el poeta de los Cantos dialoga con su mejor discípulo,
Eliot; en el segundo, le dedica una apasionada “Ofrenda”: “Cegado por la
excesiva luz huiste de la vida. / ¿Y ahora estás contemplando / las tinieblas
moradas / o acaso otra luz que es más luz?”
Antonio
Colinas, aunque a veces pudiera parecer cegado por la excesiva luz de las
referencias culturales, nunca huyó de la vida. Por eso su poesía, en ocasiones tentada
por los ejercicios retóricos y la declamatoria enumeración de buenas
intenciones, sigue conservando la emoción y la sabiduría, la verdad y la
belleza –acrecentadas en círculos concéntricos– con que comenzó a deslumbrar a
los lectores hace ahora exactamente medio siglo.
"Que se grave sobre su tumba". Con B, señor corrector automático.
ResponderEliminarGracias, Jose.
EliminarEs grave grabar con uve
ResponderEliminarEs "grabísimo", anónimo.
ResponderEliminar"Lebe". « ...“Sepulcro en Tarquinia”, una pieza de bravura que al propio autor le constaría superar. » Le costaría.
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