lunes, 1 de julio de 2019

Notas a pie de vida



El murmullo del mundo (Anotaciones 1984-2016)
Trea. Gijón, 2019.

No desmerece, junto a sus obras mayores –la poesía desde los primeros ochenta, la narrativa de madurez– este nutrido volumen en que Tomás Sánchez Santiago reúne anotaciones escritas a lo largo de más de treinta años.
            La organización, en una primera hojeada, puede resultar un tanto confusa: al orden cronológico se le superpone una vaga agrupación temática, que no siempre lo respeta: hay divisiones y subdivisiones que pueden parecer no demasiado pertinentes (el conjunto de notas “Revuelto de frutos secos” es parte de “En manos de los días”, que a su vez se incluye en “La vida mitigada”, por citar un ejemplo). Pero eso importa poco. Como todos los libros de esta clase, se puede comenzar a leer por cualquier parte.
            La vida literaria, que el autor dice desdeña, ocupa sin embargo un lugar significativo en El murmullo del mundo, aunque no sea el asunto principal. Encontramos un espléndido retrato de Carlos Barral (a cuya poesía dedicó Sánchez Santiago un importante estudio) y abundantes referencias a Antonio Gamoneda, amigo y maestro. También se habla de encuentros literarios, de desencuentros con otros profesores –el autor lo ha sido de Enseñanzas Medias– a la hora de enseñar literatura, de problemas con los editores, de simpatías y diferencias poéticas: un libro de Javier Salvago sirve para ejemplificar el rechazo de un tipo de poesía, que el autor considera mimética y repetitiva; Aníbal Núñez representa la originalidad y la radicalidad, tanto en la vida como en la obra.
            Pero no son las referencias a la sociedad literaria (a veces un tanto dolidamente  ingenuas), ni siquiera las notas de lectura o las reflexiones sobre la poesía, lo que más importa en estas páginas. La más personal de Sánchez Santiago, lo que le distingue entre los escritores de su generación, es la atención que dedica a lo que pudiéramos llamar la España interior, a la vida de provincias, a la gente común. Algo tiene que ver con los “apuntes carpetovetónicos” de su detestado Camilo José Cela, aunque con una mirada menos impiadosa (también a veces nos recuerda el Celtiberia show de Luis Carandell). Se trata de anotaciones en las que está presente la maestría narrativa –naturalismo y costumbrismo tamizados por la memoria– de Años de mayor cuantía.
            El interés por el lenguaje es uno de los hilos conductores del volumen. Al autor le gusta anotar expresiones en desuso, en ocasiones llamativa e inesperadamente poéticas: “La alfarera de Pereruela llamó albarrazán al barro que hace poro con facilidad”, “Rufino, el cantinero de San Esteban de Gormaz, llamó a la careta del cerdo morruga”, “Lo que alguien me cuenta que dijo un mozo de Malva para indicar que bebió cuanto quiso: ‘¡Bebí a quita sed!’. Maravilloso”.
            Las pintadas callejeras atraen igualmente su atención: “Fachadas, paredes, paneles… son usados con esa doble desesperación de quien no tiene otro cauce para proclamar algo y ha de hacerlo vertiginosamente y a escondidas. Son mensajes de amor estrellados por donde la muchacha ha de pasar irremediablemente, insultos desaforados cuyo destinatario yo desconozco, denuncias sociales, nombres propios expuestos a la intemperie”. Copia muchas, de todo tipo: “No digas sí profesor di revienta cerdo”.
            Esta “impenitente afición –casi una pasión privada– por anotar los letreros de los lugares públicos”, le lleva a ocuparse de la publicidad: “La incitación publicitaria, exagerada y vistosa, se condensa bruscamente en un letrero enorme que dice ‘¡Por puro egoísmo!’, y luego se dan precios y otros detalles”.
            No insiste demasiado en el socorrido recurso de referirse a los errores de los alumnos, prefiere los de los medios de comunicación: el locutor que informa que la novela de Vila-Matas se titula Bartebly y compañía en homenaje a “aquel personaje inolvidable de Edgar Neville”, la periodista que habla de la “mofeta” cuando quiere decir “muceta”.
            Al orden cronológico, como ya indicamos, se añade un intento de agrupación temática. “Historias naturales” reúne escenas de la vida cotidiana (a menudo con un toque esperpéntico) próximas al microrrelato. En algún caso, como “Petit Hotel Montecarlo”, nos encontramos incluso con un perfecto ejemplo de relato fantástico.
            Mucho de diario –con fecha o sin fecha, a veces con indicación hasta de la hora, como en la crónica hospitalaria “Entre algodones”– tienen estos textos, ya publicadas antes en tres volúmenes: Para qué sirven los charcos (1999), Los pormenores (2007) y La vida mitigada (2014). Se añade el inédito Muda de siglo, escrito entre 1997 y 2001, donde se acentúa la atención a la actualidad periodística del cambio de siglo.
            “A mí me gustan mucho –escriben el autor en el prologuillo a una de esas obras– los libros compuestos así, con anotaciones de carnet más o menos bárbaras pero que no se han desechado del todo y que se van incorporando casi por sí mismas a las filas de otras precedentes y en un orden espontáneo y apaciguado”. No es el único en esa afición: le acompañan Baroja y Pla, por citar solo dos nombres ilustres, y un buen puñado de lectores –entre los que me encuentro– aficionados al picoteo plural, a la ocurrencia ingeniosa, al detalle que pasa inadvertido, a la anécdota significativa, a la continua sorpresa de la cotidianidad.

3 comentarios:

  1. “La alfarera de 'Perezuela' llamó albarrazán al barro que hace poro con facilidad” Sin ánimo de molestar ni pujos inquisitoriales: ¿no será 'Pereruela', el pueblo de alfares cercano a Zamora?. La casualidad ha hecho que lea esta entrega delante de la Feria de la Cerámica de Zamora

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  2. Pues tienes razón. Era una errata mía. Ya está corregida.

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  3. Y además es buen tipo. Estoy con "Años de mayor cuantía" que tiene mucho -todo- de esa España interior colmada de paciencia estoica y sabiduría. Y su amor al lenguaje, tan fin como medio.

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