martes, 23 de julio de 2019

Cinco siete cinco


El haiku, entre dos orillas
Josep M. Rodríguez (coordinador)
Revista Ínsula, nº 870. Madrid, junio 2019.

Desde 1946, y durante cuarenta años, la revista Ínsula, fundada por Enrique Canito, coordinada por José Luis Cano y animada, entre otros, por Vicente Aleixandre, ocupó un lugar central en la vida literaria española: mantuvo, en los años más duros de la autarquía, el contacto con los exiliados y con lo mejor de la literatura europea; marcó el rumbo a los escritores más jóvenes, especialmente a los poetas, y sobre todo nunca dejó de lado lo que Barthes denominó “el placer del texto”, nunca se convirtió en un boletín para eruditos, nunca se desentendió del lector común para atender solo al estudio académico.
            La revista Ínsula desapareció a mediados de los ochenta. La que sigue publicándose con su mismo nombre y continuando la numeración poco tiene que ver con ella. Se dedica a publicar artículos, de muy dudoso interés general, que sirven solo para la promoción de los profesores universitarios. Al menos en lo que se refiere a la literatura actual, las publicaciones “científicas” suelen ser pseudocientíficas, mera apariencia de objetividad y rigor, elucubraciones teóricas que encubren vaciedad u obviedades sin interés.
            Hay excepciones, por supuesto. Y un buen ejemplo lo constituye su más reciente monográfico, El haiku, entre dos orillas, coordinado por Josep M. Rodríguez. Ningún estudioso ni ningún aficionado a esa estrofa japonesa, tan de moda, debería perdérselo.
            No todas las contribuciones están a la misma altura, como no podía ser de otra manera. Josep M. Rodríguez nos ofrece en la introducción un espléndido resumen de las relaciones entre las literaturas occidentales, no solo la española, y la literatura japonesa. Aunque sea un resumen de trabajos suyos anteriores, muy leídos y citados, no deja de tener interés el “Panorama histórico del haiku japonés” que firma Fernando Rodríguez-Izquierdo.
            Aunque los aficionados a la poesía hace años que tienen claro lo que es un haiku (no importa que no acierten a definirlo con exactitud), los especialistas no lo tienen tan claro. Para Javier Sancho, que firma el artículo “Cien años de haikus en castellano”, casi ninguno de los que pasan por tales lo es. En su opinión, se suele llamar haikus a poemas de tres versos de arte menor que recibirían mejor alguno de los siguientes nombres: soleá, solearía, terceto, terceto independiente, terceto monorrimo y tercerilla (sic). No pueden considerarse haikus, a juicio de Javier Sancho, los “Diecisiete haiku” que Borges incluye con ese título en La cifra. “No hay suceso. No hay imagen. Se trata de una pregunta” nos dice para descalificar “¿Es o no es / el sueño que olvidé / antes del alba?”
            Sonreímos al leer algunas de las condiciones que, en opinión de los ortodoxos ha de cumplir un haiku para serlo de verdad: “debe estar anclado en la realidad, debe ser sentido por el autor”. ¿Y cómo se sabe si un poeta “siente” o “finge”, como Pessoa, su poema? ¿Y qué garantiza eso? ¿Hay mal poeta que no sienta, que no se emocione con lo que escribe?
            Vicente Haya y Frutos Soriano son otros de los predicadores de la ortodoxia del haiku que colaboran en este número. Para Vicente Haya, “no hay haiku sin aware”, esto es, sin “conmoción profunda producida por un suceso de la naturaleza”. Frutos Soriano nos ofrece la receta para saber “si un haiku es bueno”: comprobar si transmite “un aware semejante al que sintió el haijín que lo compuso”. Lo que no nos dice es cómo podemos conocer lo que sintió el “haijín” (escritor de haikus) que lo compuso.
            Como en todo lo que tiene que ver con el zen y con los orientalismos y espiritualismos, en torno al haiku hay mucho cuento, mucha pretenciosa palabrería.
            Afortunadamente las colaboraciones de Susana Benet y de José Cereijo, llenas de inteligencia y sentido común, ponen las cosas en su sitio, no en vano se trata de dos de los más destacados autores de haikus en la literatura española actual. José Luis Morante, con la generosidad crítica que le caracteriza, se ocupa de ellos y de otros destacados autores de haikus: Jesús Munárriz, Antonio Cabrera, Luis Alberto de Cuenca, Aurora Luque…
            Josep M. Rodríguez, al final de su introducción, nos indica que el haiku constituye “lo mejor de la poesía actual”. Más precisamente diríamos que algunos haikus –los firmados por quienes no se atienen a la estricta ortodoxia, por lo general– están entre lo mejor de la poesía actual, pero que la mayoría –casi todos los recientes libros de haikus– se encuentran, si no entre lo peor (aunque es así en algunos casos), sí entre lo más prescindible. Me abstengo de citar nombres.
            Un soneto es como un cuadro al óleo y un haiku como una fotografía instantánea. El azar puede hacer que un fotógrafo aficionado, ignorándolo todo de la técnica, con una cámara automática, pueda lograr una buena fotografía. Imposible resulta pintar un cuadro al óleo, o escribir un soneto, sin conocer la técnica ni sin mucha práctica (y eso no garantiza que valga la pena).
            Un buen haiku se escribe casi a medias entre el azar y el lector, como una buena foto se debe a veces a la casualidad y al editor de fotografía que la selecciona entre miles. 
            Al haiku se le define de muchas maneras en este monográfico. Jesús Munárriz enumera una serie de características, pero tiene la inteligencia de añadir que “ninguna es obligatoria”. Tampoco resultan obligatorias las diecisiete sílabas repartidas en tres versos de cinco, siete y cinco sílabas, aunque lo cierto es que, tras muchas vacilaciones, esa es la estructura métrica que parece haberse consolidado y a la que el oído del lector español ha terminado por acostumbrarse. También se ha acabado por prescindir de la rima, muy frecuente en los haikus modernistas. Pero esa estructura métrica, como indica muy atinadamente Josép M. Rodríguez “no es más que el marco para que el poeta escoja su lienzo. Propio e irrepetible”. Tras esa atinada observación, el coordinador, que también es poeta, no puede resistirse a hacer algo de literatura: “Escribir un haiku equivale a bailar encima de un ladrillo. A encerrar un instante en una jaula de solo tres barrotes. A convertir una canica en el reflejo de la luna en Lilliput”.
            Jesús Aguado, al final de “Un paseo por el haiku”, se pone se pone a enhebrar haikus, suponemos que de cosecha propia, uno tras otro: “Dos mariposas tejen hilos de viento junto a la higuera. Las margaritas sin vértigo descienden por un talud. Junto al establo, la veleta amarilla y los cencerros. El pintalabios rojo de la amapola. La ermita, absorta en su eternidad mientras sus piedras son arañadas dulcemente por el tiempo. Allá lo lejos perros y caseríos. Ladran los perrros de la alquería. El caracol inscribe su espiral en quien le mira”, etc.,etc. Ya se sabe que quien hace un haiku hace un ciento.
            Termina este número de Ínsula con un “Muestrario de haikus”, con cerca de un centenar de haikus de otros tantos autores. Si el lector encuentra tres o cuatro que le satisfagan, puede darse por contento. Y no es una crítica a la selección, sino una constatación. El tanto por ciento de haikus que nos interesan en cualquier antología de los clásicos de la literatura japonesa –Basho, Bosun, Shiki– no lo supera en mucho, aunque en este caso solemos echarle la culpa al traductor.
            Entre una banalidad, o simplemente una tontería, y una obra maestra del haiku hay tan poca distancia que a veces que lo consideremos una cosa u otra depende solo del momento en que lo leemos.

16 comentarios:

  1. Algo debe de tener la estrofa de 5-7-5 sílabas, que suena tan bien en todos los idiomas. Hay haikus en inglés, en francés, en italiano... Curiosa es la coincidencia rítmica y eufónica con el idioma japonés. En la tradición de la copla andaluza se me ocurren a vuelapluma estos ejemplos (es verdad que rimados):

    Y yo, señora,
    sueño con las marismas
    a todas horas.

    ...

    Y la veleta,
    si el viento no la mueve,
    se queda quieta.

    ...

    Viva Triana.
    Vivan los sevillanos
    y sevillanas.

    ...

    Qué mala suerte
    que ya no pueda nunca
    volver a verte.

    ...

    Ay, quién pudiera
    estar preso en tus brazos
    la vida entera.

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  2. En las Nanas de la Cebolla, de Miguel Hernández, los versos son todos de 7 y de 5 sílabas. El final de cada estrofa podría considerarse (métricamente) un haiku. Por ejemplo:

    Hambre y cebolla.
    Hielo negro y escarcha
    grande y redonda.

    O también:

    Siempre en la cuna,
    defendiendo la risa
    pluma por pluma.

    Pero no sé a ciencia cierta si Hernández, en la corta vida que le dejaron vivir, llegó a entablar contacto con la poesía japonesa. No sería raro que sea una convergencia espontánea entre culturas humanas, como las hay en otros ámbitos artísticos.

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  3. Muy interesante este post El haikú tiene una sonoridad curiosa y simple, pero fascinante.

    Gracias por compartir. Un abrazo

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  4. Para Sandra Suárez.
    La estrofa de las "Nanas de la cebolla" es la seguidilla con bordón o seguidilla compuesta, extendida a partir del siglo XVIII. No tiene nada que ver con la tradición japonesa del haiku. Puedes consultar cualquier manual de Métrica española.

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  5. "Tampoco resultan obligatorias las diecisiete sílabas repartidas en tres versos de cinco, siete y cinco sílabas".

    Es curiosa esa manía "moderna" de creer que la definición de una cosa es lo que a cada uno le dé la gana que sea. Ahora resulta que todo poema breve puede ser un haiku. Como todo poema mediano, un soneto, imagino. O una improvisación para flauta, una sinfonía. ¿Por qué no?

    Se puede discutir de la definición del haiku o de un soneto pero no de su métrica. Hace falta una definición mínima de las cosas para que podamos entendenrnos. Si no, todo es equivalente a todo y a nadie debería chocarle que alguien publicara un libro de poemas de verso único sobre el amor y lo llamara "Prosas políticas" por ejemplo.

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    1. Copio, de la página de la "Asociación Haiku de Madrid":
      "Alberto Silva [argentino, y uno de los mayores y más reconocidos especialistas de lengua española en haiku, nota mía] en “El libro del haiku” acota: “Aunque brevísimo, el haiku recorre un camino sinuoso y exhibe una arquitectura compleja, llena de posibilidades estéticas y expresivas. ¿Qué hacemos con la métrica? El haiku es un poema breve de 5-7-5 sílabas (…) Esta estructura para nada resulta intocable. Bashô, patrón espiritual del género, se apartó en numerosas ocasiones del consagrado patrón métrico (…) En este siglo se han escrito [en el Japón, de nuevo nota mía] haikus de un verso y también de cuatro, con un número de sílabas variable... ".
      No conviene ser más papistas que el Papa, ni más japonés que los propios japoneses.
      Un ejemplo que yo suelo poner es el haiku del poeta mexicano Rafael Lozano, incluido en su libro "La alondra encandilada" (1921), que dice así:
      "El barco / deja sólo una estela. / Nosotros, ¿qué dejamos?".
      Un haiku, a mi parecer excelente, que nada tiene que ver con la supuesta obligatoriedad del 5-7-5.

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    2. ¿Cómo sabes tú que el poema breve

      "El barco
      deja sólo una estela.
      Nosotros, ¿qué dejamos?"

      es un haiku y no un soneto?

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    3. Si usted hace en serio esa pregunta, no sé qué pueda contestarle. Con semejante insensibilidad poética, no se me ocurre qué podría explicarle que entendiese. Lo siento.

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  6. Los haikus más memorables son, para mí, los que de un sentimiento o sensación hacen brotar otros: algo parecido a lo que pasa en las sinestesias. Como en éstos:

    Una cascada
    da frescor a la noche
    con su sonido.

    (KOBAYASHI ISSA)

    Cruje el pasado
    con ruido de hojas secas
    cuando lo pisas.

    (AGRIMENSOR)

    Trénzame el pelo.
    Que sienta los tirones
    de tu cariño.

    (SUSANA BENET)

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  7. "El haiku es la soleá de un abstemio".

    (FERNANDO QUIÑONES, citado por José Luis Morante)

    "Los haikus son telegramas poéticos".

    (Gómez de la Serna)

    Según esto último, el haiku sería algo así como la máxima reducción posible de la poesía. Aunque debe recordarse siempre que

    Si no te quema
    ni te muerde al leerlo,
    no es un poema.

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  8. No sé yo. Caso de que todos los poemas que en el mundo han sido quemasen o mordiesen, absurdo sería intentar leerlos.


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  9. ¿Podría ser
    el Anónimo último
    aún más tonto?

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  10. ¿Cuál es el último anónimo? ¿El del "Haiku"? ¿El anterior? ¿Yo? ¿El siguiente? Hagan juego.

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  11. Como no es este lugar para extenderse, abusando de la paciencia del Sr. García, acorta uno confesando esto, que sin duda es cosa errada y le traerá no poco descrédito: ve uno en el haiku escrito por un europeo una forma desnutrida, pálida, cadavérica, huesuda, anémica, falta de vida y de impulso, cargada de impostura y engaño; un vapor exhalado por la monumental vacuidad en la que se complace Europa. Un haiku europeo es penosa imitación de la Nada por quien nada puede ofrecer porque ha renegado, para escribir haikus, de la arquitectura poética que podría prestarle Europa.

    No se vea aquí cerrazón poco mundana, porque no la hay. A lo que cabe añadir que en lugar de aspiraciones a la Nada, así sea en versos delicados, uno prefiere un floreo de Aquilino Duque, un deslizarse sobre espinas de René Char, un requiebro del Marqués de Santillana, la sombra de ciprés de Trakl, un insulto navajero y rimado de Quevedo, gran maravilla de las letras agudas, antes que esos anémicos filamentos orientales.

    Se entiende bien que en Occidente, donde se cultiva la Nada mejor que en los jardines del Buda (un gordito con muy poca gracia cuando se le desmiente su Nada, como sus fieles), se aspire al haiku, y se acepta de buen grado que algunos de esos no-versos achinados son de aire sutil y de larga belleza. Habría que ser necio para no verlo. Pero uno les tiene aprensión porque, mezclando la Nada oriental con la todavía mayor nadería de Occidente producen un vacío espeluznante del que, mientras pueda, pienso huir como de la peste.

    Como dije: no es este sitio de explayarse ni de abusar del huésped. Y el vino de Cigales en verano deja una cierta modorra muy impropia para la literatura japonesa o mandarina. Mejor me daré una siesta. Pero, ay, permítanlo, siguiendo la norma severa de Don Camilo José Cela, que haikus no sé si leía, pero que de dormitar a la castellana sabía un rato.

    Con afecto,
    José Antonio Martínez Climent

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  12. Coño, joder,
    cagoenlalecheputa...
    -dijo Camilo.

    (también con afecto para el Sr. Martínez Climent)

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  13. Ser golondrina
    y desaparecer
    por una esquina.

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