sábado, 24 de agosto de 2019

Basado en hechos reales o Toda la verdad sobre quienes nos cuentan la verdad


El director
David Jiménez
Libros del K. O. Madrid, 2019

Los libros de escándalo tienen un corto recorrido. El director, de David Jiménez, salió ya hace unos meses, provocó el revuelo correspondiente y se vio amenazado de querellas por parte de alguno de los afectados mientras que la mayoría, más hábiles, miraban para otro lado, dejaban que el olvido hiciera su labor y decretaban la muerte civil del memorialista impertinente,
            En El director nos cuenta David Jiménez el año –entre 2015 y 2016– que pasó al frente del diario El Mundo. Y lo hace con tanta eficacia literaria que apasiona incluso a quienes nunca han sido lectores de ese diario ni tienen el menor interés por sus asuntos internos.
            El director puede leerse como una novela “basada en hechos reales”, como una novela de no ficción, en la que nada está inventado (las suposiciones del narrador se dan como tales), pero en la que, y por eso no es un riguroso informe, no se contrastan distintos puntos de vista sobre unos mismos hechos.
            Como en todo relato, la figura principal es la del narrador,  da sentido y unidad al conjunto. En este caso, se trata de un narrador en primera persona que sigue el modelo que Ennio Flaiano popularizó con Un marciano en Roma (y en su estela Eduardo Mendoza con Sin noticias de Gurb), pero que tenía el antecedente clásico (o neoclásico) de Cadalso con su Cartas marruecas y Montesquieu con sus cartas persas: alguien que llega de otro planeta o de otra cultura y se sorprende de cosas que los indígenas encuentran de lo más naturales.
            El marciano –llamémosle así– es David Jiménez, que llevaba veinte años trabajando en El Mundo, pero como corresponsal en territorios distantes y sin haber apenas pisado la redacción. De pronto, como en un cuento de hadas, el todopoderoso presidente de la empresa editora del diario se sube a un avión, va a buscarle a Nueva York, le ofrece la dirección y le promete todas las facilidades para que pueda enderezarlo y devolverlo a los años de esplendor, cuando podía hacer rodar cabezas en el gobierno, o incluso derribar gobiernos, con solo un titular..
            “El guardia levantó la mirada y preguntó el motivo de mi visita”, comienza el libro. David Jiménez –el narrador-protagonista– se ha olvidado la tarjeta de identificación en casa y en su primera visita a la redacción del periódico como director el guardia de seguridad le impide el paso. La escena no puede resultar más significativa.
            No faltan las pequeñas anécdotas, chismes dirían algunos, sobre personajes conocidos. Muy al principio, evocando los tiempos gloriosos de Pedro Jota nos cuenta una escena que no desentonaría en El Padrino: “Yo acababa de ser contratado como reportero raso cuando por entonces apareció por allí visiblemente alterado el entonces vicepresidente del Gobierno, Francisco Álvarez Cascos,  que había abandonado a su esposa por una joven estudiante cordobesa de 22 años y temía caer en desgracia con el ala más puritana de su partido.’Si pudiera hablar con el presi e interceder por mí’, pidió al director”. Y este respondió con la magnanimidad de quien se sabía el dueño del cotarro: “Veré lo que puedo hacer…”
            Otra de las anécdotas tiene que ver con quien fue, junto a Francisco Umbral, una de las señas de identidad del periódico: “Prescindí de firmas como la de Antonio Gala, uno de nuestros intocables desde hacía más de dos décadas. No tenía nada contra el autor de La pasión turca, que había sido un escritor de éxito y cumplía con sus deadlines por encima de nuestras expectativas –enviaba todos los artículos del mes de agosto el 31 de julio–, pero su sueldo no podía justificarse con la publicación de una columna diaria de un párrafo de extensión. Hacía tiempo que sospechábamos que ya nadie la leía y la confirmación nos llegó cuando cometimos el error de publicar un mismo artículo dos días consecutivos. Llamó un único lector para quejarse: el propio Gala”.
            El rey y la reina, recién estrenados en el cargo, hacen también, junto a otros personajes de actualidad (no falta el comisario Villarejo, con su grabadora asomando del bolsillo), algún cameo en el libro, pero no es eso lo que importa.
            Como en una novela psicológica, es el retrato de las intrigas de la redacción y las miserias de la condición humana que desvelan lo que más nos interesa. David Jiménez ha tenido el acierto de sustituir el nombre de buena parte de sus colegas por otro que resume su carácter o su relación con la trama: el principal antagonista, quien le ofreció el cargo de director, es el Cardenal, y luego están la Digna, el Señorito, Rasputín, las Ratas o los Poetas Muertos.
            ¿Una manera de evitar demandas por difamación? No, solo un hábil recurso creativo. Las personas se convierten en personajes. El Cardenal deja de ser exclusivamente Antonio Fernández-Galiano, director de Unidad Editorial, para convertirse en un prototipo del que abundan las muestras en las alturas de la academia, la política o los negocios.
            Quien paga, manda. En el periodismo y en cualquier otra actividad. Desde el momento en que el Director dejó de atender a las sugerencias del Cardenal sus días en el cargo estaban contados.
            La libertad de información  tiene sus límites. En democracia, los intocables no suelen ser los políticos –a todos les llega su hora, aunque a algunos parece que no va a llegarles nunca, como al anterior jefe del Estado–, sino las grandes empresas: el Corte Inglés, que hace tambalear a cualquier publicación si le retira su publicidad, o lo bancos de los que los principales diarios son acreedores.
            Un periódico no puede sobrevivir sin sus mecenas, a veces tan discretos que ni siquiera quieren que figure su nombre, y a los mecenas hay que tratarlos bien. Cierto día, David Jiménez recibió la visita de uno de los directivos de la empresa que edita el periódico pidiéndole que retirara una noticia negativa sobre Mercadona: “Cuando le pregunté por qué le preocupaba tanto una noticia de una corporación que ni siquiera nos ponía dinero, me dijo: ‘Porque lo pone’. No había visto nunca un anuncio de Mercadona en nuestras páginas y había leído informaciones donde se ensalzaba el éxito de la emprsa ‘a pesar de no invertir en publicidad’. No hacía falta: pagaba a la prensa –incluidos pujantes digitales nativos que se declaraban pulcros– importantes sumas de dinero en ‘patrocinios’ con los que lograba coberturas amables y protección ante las molestias del periodismo”.
            Pero el principal enemigo del periodismo de calidad no son los políticos ni los bancos ni quienes aspiran a manipularlo en su provecho, sino sus lectores, por paradójico que parezca.
            La mayoría de los lectores no quieren que les cuenten la verdad si esa verdad va en contra de sus prejuicios.
            Hacer un periodismo riguroso, un periodismo de investigación, no garantiza –ni mucho menos– la supervivencia de un diario. Sobre todo si se vende al mismo precio que otro sensacionalista que le da al público lo que quiere leer. A nadie se le ocurriría poner al mismo precio una comida degustación en un restaurante con tres estrellas michelín y el menú en un bar de barrio. En periodismo, no solo ocurre eso, sino que además se pretende que ambos se ofrezcan gratis.
            La minoría que está dispuesta a pagar un precio adecuado por un periódico que no le engañe no es suficiente para hacerlo viable económicamente. Tiene por eso que depender de otras fuentes de financiación. Y quien paga manda, ya se sabe.
            El director es un libro que nos abre los ojos. Pero no debemos caer en el error de creer que las artimañas que nos cuenta, las manipulaciones a que se somete la información, son cosa de hoy o culpa de Internet. Han existido siempre, aunque las maneras de hacer fueran otras.
            El pícaro y el héroe, en lo que al periodismo se refiere, siempre han estado muy próximos, tan próximos que a veces coincidían en la misma persona.
            Y si siempre ha sido así y a pesar de ello el periodismo ha cumplido su función no hay motivos para desesperar. La seguirá cumpliendo. Y no solo porque siempre existirán periodistas como David Jiménez, sino porque incluso personajes como Pedro Jota (por no citar a Luis María Anson o a Juan Luis Cebrián, los otros dos Grandes Tenores del mejor y el peor periodismo), entre conspiraciones, chantajes, paranoias y buenos negocios, a veces sacan a luz siniestros y purulentos secretos de Estado y las vergüenzas de algún banquero o de algún político que se creían todopoderosos.      
             

13 comentarios:

  1. "Cuando le pregunté porque le preocupaba tanto una noticia de una corporación que..."

    Debe ser "por qué". Por favor, corríjalo.

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  2. “El peor lector, el que deletrea, es el que más erratas encuentra.” (JLGM).

    Buenos días, José Luis. Como debo de ser muy mal lector, me han saltado a la vista algunas erratas. Eso no me ha impedido, por lo demás, leer, comprender y disfrutar tu reseña sin problemas (gracias por la recomendación). Te las señalo:

    Donde dice “La escena no pude resultar más significativa”, debe decir “La escena no puede resultar más significativa”.

    Donde dice “al principal antagonista, quien”, debe decir “el principal antagonista, quien”.

    Donde dice “el éxito de la emprsa”, debe decir “el éxito de la empresa”.

    Donde dice “En periodismo, no solo ocurre es,”, entiendo que debe decir “En periodismo, no solo ocurre eso,”.

    Donde dice “Pero no debemos caer en el error de caer en el error de creer”, debe decir “Pero no debemos caer en el error de creer”.

    José Luis, basta con imprimir el texto en papel antes de colgarlo y revisarlo con un poquito de atención. Para los dobles espacios en blanco entre palabras, tan molestos para la vista, te aconsejo que los busques con la herramienta Buscar y los reemplaces por espacios simples. De nada. Los malos lectores te lo agradeceremos. Un saludo, y gracias de nuevo.

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  3. Qué maravillosa lectura de un corrector profesional, Jordi. Se nota que ha sido editor.
    Como comprobarás, me puede la impaciencia y la desfachatez. Termino un texto, lo leo por arriba y dejo la otra corrección a los profesionales (cuando se edita en un diario o en un libro) y a la colaboración de los lectores, que nunca falta, aunque nunca son tan profesionales como tú.
    Yo, en cuanto termino de leer y comentar un libro, ya estoy con otro, ya tengo la cabeza en otra cosa.

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  4. Gracias, José Luis. Admiro y hasta envidio tu impaciencia saltarina, esa ingravidez, pero tampoco hay que exagerar... ;)

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  5. Pero algo bueno tiene mi exageración, Jordi, permite volver "visible" a un profesional invisible que la mayoría de los lectores ignoran: el corrector. Creen en su ingenuidad que no hay más que maquetar el original, tal como lo envía el autor, y mandarlo a la imprenta.
    Y también pone de relieve que, a los lectores que me escriben escandalizados cuando encuentran una errata, se le escapan la mayoría, como al autor. El buen lector "salva" sin darse cuenta la mayoría de las erratas, que solo son visibles para un profesional entrenado.
    O sea, que también hago pedagogía sobre la lectura, aunque sea a costa de mi prestigio entre los lectores culturetas.

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  6. Gracias, José Luis. Nadie sale perdiendo en este intercambio. Buscaré el libro. Por lo que cuentas, promete. Saludos, J12

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  7. Vaya. Así que en esta novela de no ficción referirse a las personas por un apodo es un hábil recurso creativo por el que las personas se convierten en personajes... Pues lo mismo, X. el pijo volatinero, no es solo un escritor sino también un prototipo etc, etc. Y luego está el tema de "la palabra": si este señor cuenta algo partimos de que no miente y no necesita aportar pruebas. Si X dice algo donde alguien no queda bien, no debería hacerlo porque la única prueba es su palabra...nieves

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  8. Es un hábil recurso creativo. Y si lo duda, lea el libro. De donde no se deduce que lo sea en todos los casos. También la X, en lugar de un nombre, puede ser utilizada adecuada e inadecuadamente.

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  9. No expresar (pero sugerir) identidades. ¿Qué es eso sino "nadar y guardar la ropa", "tirar la piedra y esconder la mano"? Pura cobardía, pura ausencia de rigor, pura indecencia.

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  10. No se pueden esconder identidades cuando hablas del periódico que has dirigido durante un año y te refieres al presidente de la empresa, a tu número dos, al director de la edición andaluza, etc., etc. Podrá ser desacertado --yo creo que no--, pero no me parce que suponga ni cobardía, ni ausencia de rigor ni mucho menos indecencia.
    Y por cierto, ¿ha leído Laura el libro del que hablamos? Buena parte de su valor está en que lo que dice de un periódico concreto vale para los otros grandes diarios y, cambiando lo que haya que cambiar, para otras empresas donde toda ambición tiene su asiento. Habla, en buena medida, de la condición humana.

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  11. Yo no he leido el libro. Ese periódico me resulta especialmente desagradable. Soy periodista, luego creo que conozco el medio. Para mí la gran estafa de los últimos 30 años es la corrupción de la prensa. Y el pionero de esa corrupción fue el fundador del periódico de marras. A partir de PJ todo el mundo coqueteó con lo mismo. Cambió las normas. Un periódico ya no tenía que informar sino cazar a alguien, al que nos molestara.
    Lei las entrevistas de la promoción del libro de Jiménez y me quedé perplejo. Por lo que decía, no sabía cuál era la dinámica de su periódico cuando los que no hemos trabajado ahí si lo sabemos. En fin, me parece que es un camelo. Pero, en fin: si JLGM lo recomienda, habrá que comprarlo

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