jueves, 6 de febrero de 2020

Sobras completas



Instantáneas
Claudio Magris
Traducción de Pilar González Rodríguez
Anagrama. Barcelona, 2020.

Menos es más, según la manida frase de Mies Van der Rohe, pero no siempre. A veces es menos, mucho menos.
            Instantáneas, la más reciente obra de Claudio Magris, constituye un buen ejemplo de ello. Reúne artículos, escritos entre 1999 y 2016, que muy bien podían haberse quedado en las efímeras páginas en que aparecieron por primera vez.
            No todos son enteramente desdeñables, se salva alguna viñeta autobiográfica, algún apunte viajero, pero la mayoría o se ocupan de trivialidades, como la falta de urinarios públicos en Trieste y otras ciudades, o fracasan estrepitosamente cuando tratan de convertir la anécdota en categoría.
            “La escritura, prohibido el paso” nos refiere un encuentro del autor con los presos en una cárcel de Trieste. Uno de ellos, que cumple “grave pena por homicidio”, le dice que hay una diferencia fundamental entre los autores como él y los presos que escriben. Unos lo hacen para comunicar; los otros “para tener algo que sea nuestro, solo nuestro, fuera del control que obliga a someter cada trozo de nuestra vida y de nuestra realidad a los rayos X. Aquí no hay nada mío, solo mío; mi existencia está hecha para ser desnudada, cacheada, fichada. En cambio, lo que escribo es solo mío; no se lo enseño a nadie, jamás se lo daría a leer a nadie, es un mundo mío, donde los carceleros, la ley, los jueces, los otros prisioneros, todos los demás no pueden entrar. Y sobre el papel me siento libre, sin guardianes, sin nadie que me expropie de mí mismo”.
            ¿De verdad le dijo eso un preso? Resulta bastante dudoso, parece más bien un pretexto mal inventado para las banalidades que vienen a continuación sobre Facebook y la intimidad. ¿Dónde iba a guardar un preso lo que no quiere que lea nadie? ¿Qué rincón secreto hay en la celda al que no llegue la curiosidad de un compañero, que no sea revisado por los guardianes? ¿Qué preso puede pensar que, escribiéndola, guarda para sí mismo su intimidad? Solo quien no conozca el régimen carcelario puede inventar algo así.
            Quienes admiraron El Danubio, esa historia de un río que es en buena medida el alma de Europa, no deben leer este libro. La pobreza conceptual del autor queda patente en cuanto trata de levantar un poco el vuelo de aquello que cuenta, a veces con cierta gracia (como en la anécdota sobre la emperatriz Sissi y los poemas que supuestamente le dictaba Heine).
            En “Intraducible” nos refiere una anécdota que considera “genialidad inconsciente e intraducible”. Un niño de poco más de dos años, Isacco, está correteando con una niña algo menor, Vera: “Cuando el abuelo. mirando al cielo, que va clareando tras la lluvia recién acabada, se dice a sí mismo, a media voz inteligible para quien está cerca, ‘Llega primavera’, el niño, que estaba corriendo, se para, se vuelve y le dice dulce pero firme: No, primero Isacco”.
            La confusión tiene sentido en italiano: el abuelo dice “primavera”, el niño entiende “prima Vera” (primera Vera) y responde “no, primo Isacco” (primero Isacco). ¿Una genialidad inconsciente? Una gracia banal, simplemente.
            ¿Hacen falta más ejemplos? En “Selfi”, un vehículo bloquea la salida del garaje, un conductor impaciente toca el claxon, sale luego de su coche se acerca al otro y ve que en él “solo hay una niña de unos siete u ocho años. Está acurrucada detrás, con expresión inquieta, casi espantada; murmura que su mamá se ha ido un momento y volverá enseguida. El iracundo bloqueado se impacienta por momentos, pregunta a dónde ha ido la madre, a qué tienda; la niña no lo sabe, él toca el claxon del coche, a ella se le saltan las lágrimas, él toca y toca y dice que va a llamar a los guardias”.
            Cualquiera que le viera llamaría a la policía: abrió la puerta de un vehículo ajeno, asustó a una niña que había dentro y se puso a tocar furiosamente el claxon de ese coche. Continúa el relato: “Ella es una cervatilla atemorizada; él, inclinándose sobre el parabrisas, amenaza de nuevo con llamar a los guardias y ve su reflejo en la luna del coche”. Y entonces ocurre la sorpresa. Resulta que el psicópata que amenaza a la niña es el propio autor, que cambia de la tercera a la primera persona al contemplar: “Me doy cuenta de que nunca me he visto tan feo y desagradable y, mientras veo llegar apresurada y nerviosa a la conductora, también ella molesta por la situación, me alejo deprisa de su coche y para evitar el encuentro desaparezco unos segundos en la oscuridad del garaje”.
            Nos imaginamos –el autor no– que quien entonces llamaría a la policía sería la madre: ha visto cómo un desconocido abre la puerta de su coche, amenaza a su hija y luego escapa escondiéndose “en la oscuridad del garaje”.
            ¿Ha leído alguien críticamente este conjunto de olvidables naderías? No sabemos si el autor –aunque resulta dudoso–, pero desde luego ningún responsable en la editorial italiana ni en la española. ¿Claudio Magris es un autor de prestigio con un público asegurado? Pues se publica todo lo que envíe su agente, aunque sean “sobras completas” (el juego de palabras es de Savater, autor también de algún que otro producto editorial sin demasiada solvencia). Los suplementos culturales también lo elogiarán sin necesidad de leerlo. Conviene dejar constancia de que el rey, en este caso y en tantos otros (casi todo el último Umberto Eco), está desnudo.


3 comentarios:

  1. Últimamente quienes le seguimos estamos desorientados, pues solo comenta libros malos. ¿Es que ya no se publica en España nada que valga la pena?

    ResponderEliminar
  2. ¿Últimamente? Comentar libros malos de autores prestigiosos es mi especialidad, lo vengo haciendo desde hace más o menos medio siglo.
    Nunca me he dedicado a recomendar novedades, eso se lo dejo a otros, sino a analizar críticamente un libro cada semana.

    ResponderEliminar
  3. ENTIERRO EN PALM BEACH

    Feroz felpudo fuiste,
    creyendo mandar y solo siendo
    marioneta del Poder.
    Caído en desgracia en tu vejez
    ¿dónde quedan todos tus logros?
    No supiste vivir bien el presente.
    La eternidad te sea leve.

    ResponderEliminar