jueves, 8 de octubre de 2020

Esclava y musa

Valor, agravio y mujer
Ana Caro de Mallén
Edición y prólogo Ana M. Rodríguez-Rodríguez
Instituto Cervantes/ Los galeotes de Almagro. Madrid, 2020. 

El pasado se lee desde el presente. Es el interés actual el que ilumina y saca del olvido a las figuras de otro tiempo. Ana Caro de Mallén, una anécdota en la literatura del Siglo de Oro, una nota a pie de página –o ni siquiera eso-- en los manuales, concita cada vez mayor interés. Fue esclava (en la católica España imperial había niños esclavos) y “décima musa”. Al ser bautizada –en 1601, había nacido algunos años antes--, era esclava de Gabriel Mallén, según consta en los registros eclesiásticos. Luego sería adoptada y desarrollaría una insólita trayectoria en el mundo de las letras, hasta llegar a convertirse en la primera escritora profesional de la literatura española. Escribió, por encargo y bien pagadas, crónicas en verso de fiestas oficiales, formó parte de diversas academias, estrenó diversas obras teatrales, los escritores de su tiempo le dedicaron abundantes elogios, entre ellos el habitual de “decima musa”.

            Su vida –de la que todavía se sabe más bien poco y en la que abundan las conjeturas—parece una novela y en una novela, Amar tanta belleza, la convirtió Herminia Luque, centrándose sobre todo en su relación de amorosa amistad con María de Zayas, la más famosa escritora de su tiempo, pero no la menos misteriosa: Rosa Navarro Durán aventura razonadamente que quizá no fuera una mujer, sino un heterónimo de Castillo Solórzano.

            Desatendida durante siglos, Ana Caro de Mallén es hoy una de las escritoras más estudiadas por la nueva crítica feminista. De las dos obras teatrales que de ella se conservan, se reedita ahora la que lleva un título que vale por toda una proclama: Valor, agravio y mujer. Al contrario que las “relaciones” publicadas en vida por la autora, que hoy se leen con esfuerzo y son mera arqueología, esta “comedia nueva”, en la estela de Lope de Vega, tiene encanto y brío. Si pasamos por alto las convenciones del género –esa mujer que se disfraza de hombre, esos personajes que tan fácilmente se hacen pasar por otros--, encontramos en ella rasgos de insólita modernidad. Seguramente vemos hoy en la obra lo que ni su autora ni los espectadores de entonces vieron –una relación lesbiana--, aunque quizá también ellos intuían lo que estaba en la realidad pero no podía verbalizarse.

            Esta nueva edición de Valor, agravio y mujer –hay otra de 1993 en la editorial Castalia-- está a cargo de Ana M. Rodríguez-Rodríguez, quien nos ofrece un prólogo que resume lo que sabemos de la autora y una anotación que quizá peca de escolar. En el prólogo, se nos indican como obras conservadas de Ana Caro de Mallén algunos autos sacramentales de los que, por lo que sabemos, solo se conservan los títulos. Se describen los manuscritos que se conservan de Valor, agravio y mujer, pero no se habla de las ediciones realizadas en vida o en la época de la autora. Se repite el tópico de que, si conservamos solo una mínima parte de la obra de la autora, ello se debe a que, al morir de peste en 1646, fueron quemados sus papeles. Pero si estrenó con éxito  numerosas obras y fue incluida “en las compilaciones de comedias realizadas por particulares en el siglo XVII, al lado de nombres como Lope de Vega, Calderón de la Barca, Juan Ruiz de Alarcón, sor Juana Inés de la Cruz, etc.”, no es posible que desaparecieran con la limpieza del domicilio tras su muerte. Todavía los archivos pueden reservarnos alguna sorpresa.

            A la hora de anotar un texto, debe tenerse en cuenta para el público al que está destinado. Ana M. Rodríguez-Rodríguez parece dirigirse a un público que ignora quién fue Góngora y por eso cuando en la obra, entre los cordobeses ilustres, se menciona a “don Luis de Góngora” ella anota: ”Luis de Góngora: autor cordobés (1561-1627), probablemente el mejor poeta español del Siglo de Oro (con permiso de don Francisco de Quevedo)”. A una información redundante añade una opinión que no viene a cuento. ¿Se imaginaría Ana M. Rodríguez-Rodríguez que va a leer a Ana Caro de Mallén alguien que ignora quién fue Góngora? Da la impresión de que en ciertas ediciones académicas, o más bien escolares, las notas se ponen no por necesidad, sino siguiendo una heredada rutina. Abundan las notas del estilo de “Camila: vid. supra”, “las espadas negras: vid. supra”, “Luis de Narváez: vid. supra”. ¿Qué sentido tiene anotar que unos términos ya los ha explicado anteriormente? Si el lector, recuerda la explicación, no hay problema, pero si no la recuerda, ¿a qué pedirle que busque y rebusque en las páginas anteriores hasta encontrarla? ¿No sería mejor indicar la página dónde está explicado el término o repetir la aclaración si no es muy extensa?

            En el primer acto de Valor, agravio y mujer nos sorprende un extenso elogio de la ciudad de Córdoba: tras retóricos elogios (“claro archivo de la ciencia, / epílogo del valor / y centro de la nobleza”), se hace recuento de sus hombres ilustres para que el interlocutor, y los oyentes, adivinen de qué ciudad se trata. El último en ser citado es un poeta que había muerto un año antes de que Ana Caro publicara su primera obra: “Mas porque de una vez sepas / cuál es mi patria, nació  / don Luis de Góngora en ella . / raro prodigio del orbe / que la lengua castellana / enriqueció con su ingenio, / frasis, dulzura, agudeza”.

            Este encomio de Córdoba parece indicarnos que la obra se estrenó en esa ciudad, aunque nada se sabe de las representaciones de Valor, agravio y mujer. En cualquier caso, llama la atención –aunque el prólogo no se refiere a ello-- el elogio de un poeta contemporáneo con fama de difícil, algo poco frecuente en las comedias de la época. No es el único rasgo de modernidad –no escasean las referencias metaliterarias--- de esta obra excepcional en la que se defiende la literatura escrita por mujeres y es una mujer la protagonista y quien mueve los hilos de la trama.

            Con ojos de hoy, vemos en la literatura de ayer rasgos que habían pasado inadvertidos y traemos a primer plano nombres de interés –a menudo femeninos, y no por intentar ser “políticamente correctos”-- que la incuria y el prejuicio habían traspapelado.

1 comentario:

  1. BONNIE

    Qué dulce es equivocarse juntos.
    Sé que contigo voy a ningún sitio.
    Morir por algo es frío,
    por alguien cada bala
    es el homenaje más certero.

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