La rama verde
Eloy Sánchez Rosillo
Tusquets. Barcelona,
2020.
En uno de los primeros poemas de La rama verde, se
refiere Eloy Sánchez Rosillo a otro publicado hace muchos años: “Cuánto tiempo
ha pasado ya, hijo mío, / desde aquella mañana que dije en un poema / en el que
se nos ve a ti y a mí en la playa, bañándonos alegres, entre risas, / en un mar
tibio y quieto, bajo un sol estruendoso / y un cielo azul sin mácula”. El poema
al que se refiere se titula “La playa” y está incluido en Autorretratos,
de 1989. El futuro que allí de pronto se hacía presente (“Siento en mi sangre
el vértigo espantoso / de mi edad: en un instante, transcurren muchos años”),
ahora ya es pasado y no ha ocurrido como se temía. El final de ambos poetas nos
ilustra sobre las dos etapas de la poesía de Sánchez Rosillo, un poeta que no
ha cambiado en sus recursos expresivos, pero sí en su concepción de la realidad:
primero fue un poeta elegíaco, ahora es un poeta hímnico, celebratorio. En “La
playa” el presente feliz está condenado a desvanecerse para siempre, como un
sueño que no ha existido nunca: “Eres un hombre ahora, y tú también comprendes
/ que no existió, ni existe, ni existirá este día, / la venturosa fábula de mis
ojos mirándote, / la leyenda imposible de mi infancia”. Por el contrario, el
otro poema, “En la mañana inmensa”, abole el tiempo: “El amor no transcurre: /
ocurre. / Su obstinado latir insiste oculto, / a salvo para siempre en nuestro
pecho”. Al final de “La playa”, tan rotundo, con ecos de Píndaro y Góngora
(“Somos sombras de un sueño, niebla, palabras, nada”) se contrapone el del nuevo
poema: “Y ahí estamos tú y yo desde el principio, / en el mar del verano, bajo
el sol, / dentro de este diamante que fulgura, / de esta mañana inmensa que es
la vida”.
La mayoría
de los poemas de la segunda etapa de Sánchez Rosillo, iniciada con La
certeza (2005), responden a un mismo esquema: una parte inicial, que suele
ocupar la mayor parte de los versos, en la que se describen, a veces con cierta
minuciosidad, circunstancias y objetos cotidianos (la tapia que va iluminándose
al sol de la mañana, una hilera de hormigas, un paseo mañanero), y una
conclusión reflexiva que busca darle un giro transcendente. Un ejemplo: “Café
Iruña”, uno de los poemas más anecdóticos del libro, casi prosa de diario:
“Llegué a Pamplona anoche. / Estuve esta mañana paseando unas horas / por la
ciudad. Y acabo de sentarme / en la terraza del Café Iruña, / Ante una
oportunísima cerveza. / Es abril –24—mediodía”. Se nos refiere después la larga
caminata y cómo confortan cuerpo y alma el sol y la cerveza “por más que alguna
vértebra rebelde / está empeñada en recordarme ahora / su exacta posición con
arteros envites”. Y luego –“no podrá amilanarme”, escribe el poeta-- la
conclusión sentenciosa de los dos últimos versos: “Lo importante es vivir,
aunque el vivir nos duela, / estar vivos del todo mientras dure la vida”.
Gana
Sánchez Rosillo en los poemas más breves, menos anecdóticos y discursivos. Aunque
siempre se le lee con gusto, impacienta un poco la minucia de “Hotel” o “Hablo
aquí del comienzo”, que habrían ganado como anotaciones autobiográficas en
prosa (la prosa se lee de otra manera, se le exige menos esencialidad que al
verso). Y resulta más emocionante cuando se olvida de su nueva concepción de la
existencia (no existe el tiempo, hay un presente eterno que es la vida) y nos
la refleja en toda su precaria verdad. Es difícil leer “Date prisa” sin sentir
una emoción que no sabemos si se debe al poema o al universal sentimiento de
orfandad que refleja. Destaca en ese poema la confusión entre vida y poesía,
como si el poema y la vida reflejada en él fueran la misma cosa. “Te miro ir y
venir por estos versos”, comienza. El poema nos describe, en presente, un
recuerdo infantil: la madre que despierta al niño y lo arregla para ir a la
escuela. Los versos finales distinguen –Sánchez Rosillo juega habitualmente a
no hacerlo-- entre el presente eterno de la infancia y el tiempo verdadero que
ni vuelve ni tropieza: “El niño confiado / que aparece contigo en estas líneas
/ te mira en el espejo para siempre / y no sabe que un día morirás. / Pero el
que escribe ahora sí lo sabe. / Y conoció ese día”.
Las
referencias metapoéticas, las alusiones al propio poema que se está
escribiendo, han abundado desde el principio en la poesía de Sánchez Rosillo.
Una variación sobre el cernudiano “A un poeta futuro” encontramos en “Dejo la
puerta abierta”, aunque en su caso se dirija a cualquier lector futuro, sea o
no poeta: “Para vosotros, que vendréis al mundo / cuando yo me haya ido, /
escribo este poema” (un poema, por cierto, que se limita a describir el cuarto
y el lugar en el que escribe el poema, algo muy característicamente suyo).
“Cartas de
ultramar” es el único poema del conjunto no autobiográfico, aunque también de
algún modo lo sea, al menos en el pretexto que le da pie. Tras referirse a
quienes “pasaron a las Indias / en los primeros tiempos coloniales / y en su
gran mayoría no regresaron nunca”, añade: “Leo esta tarde un libro que recoge
las cartas / de algunos de estos hombres a los seres queridos / que habían
dejado atrás”. El poema habría necesitado una nota que aclarara de qué libro se
trata: Cartas privadas de emigrantes a indias, 1540-1616, de Enrique
Otte, publicado por la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía en 1988
(ha sido reeditado posteriormente por el Fondo de Cultura Económica). Copio los
últimos versos: “Hay un tal Antón Sánchez, / natural de Sevilla y asentado en
El Cuzco, / que le escribe a la esposa –1590-- / y así empieza su carta: ‘Mujer
mía / de mi vida…’. / El ser entero pone / en lo que va escribiendo. / Todo el
idioma tiembla en sus palabras”. Una referencia al libro nos habría permitido
leer esa carta y comprobarlo: “Mujer mía de mi vida: Vuestra carta recibí, y
con ella mucho contento en ver carta vuestra, porque había tantos días que no
sabía de vos si érades muerta o viva, y así me he holgado tanto de saber de vos
que por cierto no tengo lengua con que poder encarecerlo”,
Los mejores
poemas de La rama verde son quizá los más breves, los menos discursivos
y razonadores. “Cosa de nada” se titula uno de ellos y eso pueden parecer para
el lector apresurado los pocos versos de “Sol de marzo en la hierba”,
“Verdecillo”, “El hueco del instante” o “Entre dos luces”, que copio íntegro:
“Caminar muy temprano, / entre dos luces aún, en la mañana / revuelta de
febrero, / por esta carretera ahora sin nadie. / A mano izquierda, el mar, /
que es todavía parte de la noche, / y que apenas se ve, / confuso y encubierto
por la bruma, / pero del que se oyen / el bronco respirar y los estruendos / de
sus arduos quehaceres invernales. / Y a la derecha, al margen de mis pasos, /
en su milagro intimo, / el verde juvenil y tembloroso / del trébol con rocío”.
EPÍLOGO
ResponderEliminarLa familia, espacio de impunidad.
De Rosillo he llegado a leer auténticas obras de arte, como este “Ser y no ser”:
ResponderEliminarTras un día de lluvia continua, en el crepúsculo,
aún lloviznando y con el cielo gris,
se ha abierto paso un poco de sol entre las nubes
que sin tregua litigan y se empujan.
Tan sólo unos instantes
duró su intensidad maravillosa
—casi irreal y como de otro mundo—
en esos edificios de ahí enfrente.
La luz los transformó y de pronto fueron,
y dejaron de ser,
imponentes alcázares de oro,
mansiones de topacio.
El final de ambos poemas nos ilustra, querrá decir.
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