jueves, 4 de marzo de 2021

El ruido y las nueces

 

Independencia. Terra Alta II
Tusquets. Barcelona, 2021.
 

Independencia, la nueva novela de Javier Cercas, lleva el subtítulo de Terra Alta, II, y puede considerarse como la segunda entrega de una serie protagonizada por “el héroe de Cambrils” o como las dos partes de una única novela, a la manera del Quijote, obra a la que se homenajea con las reiteradas referencias a la primera parte, ya publicada y conocida por los personajes, en la segunda.

            El que el protagonista sea “el héroe de Cambrils”, el mosso d’esquadra que abatió a cuatro de los terroristas del atentado de las Ramblas, plantea un problema extraliterario. ¿Es lícito tomar un personaje real del que poco se sabe (se ocultó su identidad para evitar represalias, está de baja por depresión y en lugar desconocido) y atribuirle una rocambolesca biografía de malhechor reconvertido y un uso de la violencia para imponer la ley al margen de la ley? ¿Se imagina alguien que el protagonista fuera el mayor Trapero o que a quien se convirtiera en un Rambo con vocación de bibliotecario, hijo de una prostituta asesinada, fuera al líder de Ciudadanos? Jugar con la verdad y la mentira, con la mezcla de realidad y ficción, tiene sus límites legales, al margen de su mayor o menor eficacia como recurso literario.

            También hay límites de otro orden. Los personajes de Independencia –parece que todos menos el protagonista-- han leído Terra Alta y aluden a ella, y a su autor, dudando de si lo que cuenta es verdad o mentira. “Menudo elemento, el tal Cercas, qué manera de embaucar a la gente…”, dice uno de los personajes. Pero resulta que Terra Alta se publicó en 2019 y los hechos que narra ocurrieron en 2021. ¿A nadie, en un relato que se quiere realista, le extrañó que fuera profética? Resulta además que en la realidad de la ficción “ni Blai ni nadie en la comisaría de la Terra Alta tuvo el menor interés en desmontar la versión oficial del caso, según la cual había sido él y no Melchor quien lo había resuelto”. Una novela debe atenerse a su propia coherencia interna y Cercas se la salta por su afán de homenajear a Cervantes sin darse cuenta de que su caso es como si Cervantes hiciera aparecer la primera parte del Quijote, publicada en 1605, en una segunda parte que transcurriera durante la juventud del protagonista, muchos años antes.

            Independencia pretende ser varias cosas: una narración policíaca a la manera de las que pronto se convierten en series de televisión (curiosos resultan sus puntos de coincidencia con un reciente éxito de Netflix, Lupin), una novela de tesis que trata de desmontar las falsas razones del independentismo catalán y, en menor medida, un ejercicio de metaficción que se hace evidente en el discurso final del protagonista: “Lo que he aprendido es que las novelas no sirven para nada. Ni siquiera cuentan las cosas como son, sino como hubieran podido ser, o como nos gustaría que fueran. Por eso,nos salvan la vida. Bueno, eso es todo lo que os quería decir: que las novelas no sirven para nada, excepto para salvar vidas”.

            Como narración policíaca, la novela pierde todo interés a partir de la página 94. Cercas sabe contar, y la estructura de su novela --con esa larga conversación final, que todo lo aclara, y que se va sabiamente dosificando desde los primeros capítulos-- resulta la más adecuada para mantener el suspense, pero no acierta a inventar una trama medianamente verosímil. La alcaldesa de Barcelona –estamos en 2024 o 2025, no pensemos, o solo un poco, en Ada Colau-- es chantajeada. La amenazan con hacer público un vídeo de carácter sexual si no ingresa trescientos mil euros en moneros en una determinada cuenta. Le advierten que no hable con la policía si quiere que todo salga bien. Y ella cita a los policías en el Ayuntamiento, les alarga el sobre que contiene la amenaza y luego un maletín de cuero negro. “Ahí tiene el dinero. Pague a esa gente y que me dejen en paz”, le dice al inspector. ¿Nos frotamos los ojos? ¿Le piden que no avise a la policía y ella les avisa, no para que eviten el chantaje o detengan a los chantajistas, sino para que simplemente ingresen la cantidad que le exigen en una cuenta? ¿Tan torpe es que no se las sabe arreglar ella misma con la banca digital ni tiene a nadie que le explique el procedimiento?

            Por si no dejamos de tomarnos en serio el relato policial en ese momento, Cerca nos ofrece casi una ocasión en cada página. Los policías descubren que no es el primer intento de chantaje, que ya hubo otro anterior. ¿Y cómo fue ese anterior? Pues como sacado de una aventura de Mortadelo y Filemón. Los extorsionistas pidieron a la alcaldesa “que les pagase trescientos mil euros por no divulgar la grabación”, debía pagarlos en billetes de cincuenta euros. Ella personalmente debía depositarlos “un día concreto, al atardecer, en un punto concreto de la playa de Gavà, muy cerca de la orilla, donde encontraría una fiambrera en la cual lo extorsionadores dejarían, a cambio del dinero, la grabación”. ¿Se imagina alguien a la alcaldesa de Barcelona yendo al banco a pedir trescientos mil euros en billetes de cincuenta (unos seis mil, si no me engaño), yendo con ellos a una playa,  buscar una fiambrera y luego irlos embutiendo allí. Menuda sorpresa se llevarían los que la vieran. ¿Y después dónde esperaba a que llegaran los extorsionadores para que sacaran de la fiambrera los billetes y colocaran en ella la cinta del vídeo? ¿Sentada en un chiringuito?¿Y cómo podía estar ella segura de que no había copias? Lea el curioso lector como acabó esta aventura en la intervienen unos detectives, un submarinista y una cuerda, al parecer invisible, atada a la fiambrera. No pretende ser un episodio humorístico, aunque dé un poco de risa.

            El caso es que el extorsionador de la fiambrera la segunda vez recurre a los moneros, una criptomoneda creada en 2014 para ocultar mejor “la identidad de emisores y receptores y las cantidades de las transacciones”, según leemos en la Wikipedia. Han dado un gran salto cualitativo, pero les sirve de poco: en seguida los policías descubren que el número de la cuenta en que quieren que la alcaldesa ingrese el dinero “está adscrito a una tarjeta SIM” a nombre de Farooq Hoque y que el teléfono fue comprado en el MediaMark de Diagonal. No podemos evitar frotarnos los ojos. ¿Esto lo escribe un novelista serio? Cercas abandona la fiambrera y el submarinista, pero sigue en el mundo de Mortadelo. ¿Una cuenta en moneros adscrita a una tarjeta SIM? ¿Pero qué cuenta bancaria, aunque se en convencionales euros, está adscrita a un teléfono?

            Sospechamos que Cercas utiliza la trama policial como un Macguffin que le permite hablar de otras cosas que le interesan más y que confía en que el gran público al que se dirige –Terra Alta fue premio Planeta-- no resulte demasiado exigente. Pero quizá le hubiera convenido no menospreciar tanto la inteligencia de los lectores. El vídeo con el que amenazan a la alcaldesa –quien tuvo una juventud bastante abierta en materia sexual y no se avergüenza de ello-- nos la muestra teniendo relación con tres hombres que pretendían abusar de ella. No lo consiguen: es ella la que logra controlar la situación.

            En fin, no vamos a destripar la novela en la que Cercas demuestra cumplidamente su habilidad en el manejo de las técnicas narrativas, pero es imposible dejar de subrayar que hay que tener muy amplias tragaderas para encontrar un  átomo de verosimilitud en esos violadores en serie que cometen un asesinato y que, no solo se olvidan ello, y de las grabaciones de sus actos, sino que además pretender chantajear a una de las mujeres de las que intentaron abusar. Claro que la actuación, como “deus ex machina” de ese diputado socialista implicado en las “tarjetas black” (que Cercas llama tarjetas fantasma) llevando un cadáver a un descampado y haciendo desaparecer cualquier rastro del crimen también es de antología. De antología del disparate, claro.

            Insistir en más detalles sería un poco ensañamiento, pero no me resisto a señalar que los chantajistas, no contentos con el dinero, al final le ponen como condición a la alcaldesa que dimita si no quiere que se difunda un vídeo… que la obligaría a dimitir. O sea que ella debería pagar trescientos mil euros y dimitir para no ser obligada precisamente a dimitir.

            Trata de compensar Cercas lo inverosímil de la trama con la abundancia de “pequeños detalles exactos”, según la lección de Stendhal. Pero se toma demasiado al pie de la letra el consejo y, si el protagonista en un supermercado, mientras efectúa un seguimiento añade al azar productos a su cesta, Cercas no se priva de enumerarlos: “una bolsa de pan de molde, unas lonchas de queso envasadas, unas tortitas de arroz con chocolate, una lata de atún”. Y estamos de suerte si no nos indica la marca de la lata de atún. A otros detalles, en cambio, parece estar menos atento: en la página 106 un policía interroga a la alcaldesa sobre sus dos hijas; en la 196, la alcaldesa dice que tiene una hija.

            Pero la historia del chantaje, y del descubrimiento de un crimen de hace años, no es lo que más le importa a Cercas. Su novela se atiene al “prodesse et delectare” horaciano, quiere enseñar deleitando y la lección que quiere transmitirnos es que el famoso Procés fue artificialmente montado por la clase dirigente catalana para chantajear a Madrid. Así se lo hace decir a uno de sus personajes: “En 2012 vivíamos sumidos en una crisis tremenda, la más fuerte en un siglo, y lo estábamos pasando muy mal.  ¿Qué hicimos? Lo que debíamos hacer: sacar a la gente a la calle, con nuestros medios y con la ayuda inestimable de nuestro gobierno, para meter toda la presión posible al gobierno de Madrid, ponerlo entre la espada y la pared y obligarnos a resolvernos el problema”. La clase dirigente catalana no es independentista, afirma el personaje en sus declaraciones (dejemos a un lado, una vez más, la verosimilitud) a un periodista británico, pero ellos no crearon el independentismo: “Lo que montamos nosotros fue el Procés, es decir, transformamos una reivindicación de una minoría en una reivindicación de casi la mitad del país”. La pregunta del periodista es obvia: ¿Y cómo consiguieron ustedes solos sacar a la calle a un millón de personas cada año durante una década? “Ni que fueran idiotas”, precisa. Y esta es la respuesta del prohombre catalán en versión de Cercas: “Es que lo son”. Sutileza argumental se llama esa figura.

            Independencia es una novela con pretensiones de análisis social y de denuncia (y que cita a Montaigne y a Borges –“mientras dura el remordimiento dura la culpa”-- y no escasea en reflexiones atinadas), disfrazada de entretenido y poco exigente telefilme de sobremesa. O quizá lo contrario.

.

6 comentarios:

  1. Demasiado duro, demasiado estricto, quizá demasiado cruel.

    ResponderEliminar
  2. No te preocupes, Enrique, que ya lo compensarán en Babelia, ABC Cultural, Televisión Española, Radio Nacional y otros medios de más audiencia.

    ResponderEliminar
  3. El problema no es la dureza del comentario, ni las opiniones que puedan contrarrestarlo, sino sus "cimientos". Y, estimo, que hay "sesgos".
    Puede que los haya "siempre". Pero ojo con quien, aunque lo niegue, tiene "influencia". Nunca se olvide el papel del crítico.
    Por supuesto, ahí está la obra de Cercas y quien se acerque a ella puede valorarla.

    ResponderEliminar
  4. No sé cómo Javier cercas tiene éxito como novelista. Yo leí "Soldados de Salamina" y no vuelvo a leer más
    .lo del submarinista con una cuerda invisible, el chantaje a una alcaldesa ninfómana, la cuenta asociada a una tarjeta SIM, etc, no se le ocurre ni al que aso la manteca...En fin hay lectores para todo.
    Libro que no has de leer, déjalo correr.
    Víctor Menéndez

    ResponderEliminar
  5. Si le quitamos a JLGM su ya clásica sinceridad como crítico, a pesar de que a veces resulte cruel, nos quedamos sin el JLGM crítico literario que tanto apreciamos cantidad de lectores.

    ResponderEliminar
  6. Gran respuesta a Enrique B., buena reseña, no debería decirse valiente aunque valga el adjetivo.

    ResponderEliminar