Conversaciones
Benito Pérez Galdós
Edición de Adolfo
Sotelo Vázquez
Sevilla. Ediciones
Ulises, 2021.
Rescatar textos que duermen en el olvido de las bibliotecas
y las hemerotecas es, o debería ser, una de las labores del editor. No todos se
aplican a ella; la suelen dejar a editoras institucionales, universitarias o
parauniversitarias, que se despreocupan de los lectores y sirven solo para la
promoción académica.
En 1910, en
dos números de la revista Por esos mundos, se publicó un extenso
reportaje sobre Galdós (incluye una entrevista, pero es algo más que una
entrevista) que puede considerarse como una obra maestra del periodismo
contemporáneo. Bien conocido, y aprovechado, por los biógrafos de Galdós,
merece estar al alcance de todos los lectores. Por primera vez se reedita en el
volumen Conversaciones junto con otras entrevistas desconocidas, o poco
conocidas, al autor de los Episodios nacionales. La edición a estado al
cuidado –es un decir-- de Adolfo Sotelo
Vázquez.
“La
erudición engaña” afirma un verso famoso de Góngora. No siempre, pero sí muy a
menudo funciona como un camuflaje de la escasez de ideas y de gusto literario. Sotelo
Vázquez acumula datos poco pertinentes en el prólogo y ni siquiera parece estar
al tanto de los textos que edita. Ignora uno de ellos –“Las migajas de una
suscripción. Galdós acusa”, de El Caballero Audaz-- y tras afirmar en el
prólogo que el artículo de Azorín no fue incluido en su libro Un veraneo
sentimental, de 1944 (sin que se ocupe de indicarnos por qué debería
haberlo sido), señala luego, al reproducir ese artículo y en el índice, que se
incluye en él.
Pero no son
lo más llamativos esos errores factuales –una reciente y aclamada biografía,
que sale casi a error por página, nos ha curado de espantos--, sino las
imprecisiones y sinsentidos de la redacción. Nos dice, por ejemplo, que la
entrevista con Galdós que inicia Galería, de El Caballero Audaz –y que
él reproduce--, es en realidad la suma de tres textos: “el primero, al deseo de
resucitar una entrevista, cuyo primer asentamiento desconocemos”.
La nota a la edición comienza de
la siguiente impactante manera: “Editar textos que proceden de la prensa y una
distancia temporal de más de un siglo es tarea compleja. Cabe la posibilidad de
usar una biblia sin final alrededor de dichos textos, lógicamente anclados en
un momento determinado, cuando los medios tecnológicos ofrecen al curioso
lector varios caminos para dilucidar sus dudas que, en ocasiones son también
las del editor”. Y a continuación aclara: “He desechado la posibilidad de la
biblia”. Surrealismo puro el de este catedrático de Literatura Española en la
Universidad de Barcelona. “He corregido solo algunas erratas evidentes”,
aclara. Cierto, solo ha corregido algunas, parece que pocas: don Benito se
convierte alguna vez (p. 56) en “D. Bonito”.
Pero
dejemos el prólogo que el lector común suele, con buen criterio, saltarse. No
le defraudará el extenso texto, más de cien páginas, de Enrique González Fiol,
que firmaba con el pseudónimo de El Bachiller Corchuelo. Escrito con falsilla
cervantina, como muchos fabulaciones del propio Galdós, está lleno de humor y
de pequeños detalles exactos. En 1910, Galdós era algo más que el más famoso
escritor español, era una figura política, encabezaba la izquierda
antidinástica, lo que le ocasionó algunos sinsabores: “Le advierto a usted que
en las estaciones del ferrocarril está prohibida la venta de mis obras y de las
de Blasco Ibáñez y otros escritores. En cambio, permiten la venta de libros feos
y de libros pornográficos”.
El
reportaje de Enrique González Fiol, ejemplo de nuevo periodismo, de crónica sin
ficción pero con todos los elementos de la ficción, merecería una edición
exenta, con las ilustraciones originales (a las que a menudo se alude) y sin
ninguna exclusión, aunque sea anecdótica: “Una noche, en la redacción de El
Liberal, me encontré con una carta suya, que me permito reproducir por lo
graciosa que es, y en la que me amenazaba con hacer que Victoriano no me dejase
pisar el territorio español”. Esa carta no se reproduce ni siquiera en nota.
Las
entrevistas que se añaden resultan de muy desigual interés. Sorprende la que
firma Azorín, que él no quiso reproducir en ninguna de las recopilaciones que
publicó en vida, sin duda por lo que tenía de desmitificadora de la figura del
venerado novelista. Azorín, como González Fiol, buscaba un periodismo no
convencional. Reciente estaba el escándalo de su entrevista al político Romero
Robledo, “Romero en el romeral”, en la que se desentiende de las declaraciones
grandilocuentes para fijarse en el entorno y en los pequeños gestos. Tras
describir minuciosamente el despacho de Galdós, no deja de fijarse en “un
pliego de papel recubierto de una pasta melosa llena de moscas muertas. Algunos
de estos familiares insectos se acercan por las orillas y durante un segundo
quedan cogidos por una pata; mas luego dan una segunda sacudida y tornan a
volar”. Sobre las moscas dialogará el “pequeño filósofo” con el novelista, a
quien luego presenta obsesionado con sus animales de corral. Termina
justificando la novedad de su artículo: “Y este es el relato de una tarde
pasada con el insigne novelista: relato tosco, sencillo, escueto, sin las
brillanteces, requilorios, arrequives y pompas vanas con que nosotros, los
periodistas, solemos quitar a nuestra prosa el encanto del desaliño, de la
vaguedad y de la incongruencia”.
La lectura
de este artículo de Azorín nos permite comprobar una vez más lo poco fiable que
resulta el Galdós de Yolanda Arencibia, que obtuvo el premio Comillas de
biografías. Afirma que en su visita Azorín coincidió con Rafael González
“Machaquito” y con otras personas, entre ellas el sobrino del escritor, del que
al parecer dijo “que posee ingenio satírico y mordiente”. Fantasías de la
biógrafa. Lo que se afirma en el artículo es otra cosa: “La otra tarde –dice el
maestro-- estuvo aquí con Pepe, mi sobrino, y se pasaron la tarde echando
globos”.
Galdós, un
hombre aparentemente sin secretos, estaba lleno de ellos. Algunos se insinúan
en estas páginas, que contienen algo más que “una serie de documentos” poco
conocidos, según se indica en la nota de la contraportada. Son, sobre todo, y
salvo alguna excepción, literatura, fascinante literatura.
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