Diarios. A ratos perdidos 1 y 2
Rafael Chirbes
Prólogos de Marta
Sanz y Fernando Valls
Anagrama. Barcelona,
2021.
Cuando de un escritor conocido se publican póstumamente sus
diarios, siempre se suelen esperar revelaciones más o menos impúdicas sobre su
propia intimidad, cotilleos sobre figuras famosas, juicios contundentes sobre
colegas, del tipo de los que abundan en la conversación privada.
No
defraudan, en ese sentido (salvo en lo que se refiere a los cotilleos) estas
dos primeras entregas en un solo volumen de los diarios de Rafael Chirbes, que
él quiso titular A ratos perdidos, como quitándoles valor, como
indicando que estaban escritos en los momentos que no dedicaba a su verdadera
obra, el ciclo galdosiano de novelas sociales que le dio renombre y que culminó
en la televisiva Crematorio.
La
publicación de un diario suele requerir un segundo trabajo autorial, que cuando
se trata de diarios póstumos suele estar a cargo de una segunda persona. Esa labor,
en este caso, la ha hecho el propio Chirbes, que dejó los textos listos para la
publicación y que en ellos alude repetidas veces a su reescritura. “Mientras
paso esto a limpio por enésima vez, 2014…”, leemos en una anotación del 31 de
mayo de 1985.
El trabajo
de reelaboración parece especialmente intenso en la primera de las entregas en
las que él quiso dividir su diario. No en vano es la única que lleva título, Una habitación en París, y habría ganado con una edición exenta. Es
una lástima que conveniencias editoriales –se supone que un volumen de cerca de
quinientas páginas funciona mejor que otro de doscientas-- impidieran respetar en este punto la voluntad
del autor.
Una habitación en París
abarca de 1984 a 1988, los años en que el periodista gastronómico Rafael
Chirbes se convierte en novelista, aunque un epílogo la lleve hasta 1992,
cuando recibe la noticia de la muerte del coprotagonista de la historia de amor
que vertebra estas páginas.
“En un viaje imprevisto a París, al que me convoca mi jefe, me
presentan a François. Pasamos juntos las dos noches que pasamos en la ciudad.
Una gran hoguera. En Nochebuena, viajo a Denia para celebrar las Navidades con
la familia, pero, a los dos días, me pregunto qué hago yo allí mientras
François permanece en Francia (me ha llamado dos o tres veces en esos días),
así que, sin pensármelo, me compro en la agencia un billete de autobús y me
encuentro una hora más tarde en viaje de vuelta a París, sin un céntimo, y sin
saber si voy a encontrármelo, porque, después de tomar la decisión, no he
vuelto a hablar con él”, así comienza esta historia de loco amor que nada tiene
de convencional y que no tarda en convertirse en una pesadilla. Chirbes no nos
ahorra detalles eróticos de cierta sordidez. Algunos lectores le agradecerían
que se los hubiera ahorrado, otros aplaudirán su valentía.
Tampoco escatima detalles cuando nos habla de sus enfermedades: “El
doctor D., aspecto de play boy y de consumidor habitual de Whisky en club
de putas, un gallego frío (y, según descubro, cruel), me efectúa unas
infiltraciones que son –dicho llanamente-- unas tremendas inyecciones aplicadas
en el ano, que, como es lógico, a mí me duelen espantosamente y a él, en
cambio, parecen divertirle, como si, en vez de tratar una dolencia, castigase
un vicio que desprecia”.
La historia con François –aparece
ficcionalizada en la novela póstuma París-Austerlitz--, una historia de amor en los tiempos del
sida, se entremezcla con escenas de
promiscuidad sexual y excesos etílicos o de otro tipo. Todo ello entremezclado
con abundantes notas de lectura y con reconfortantes paseos por París.
Más dispersa resulta la entrega
segunda del diario. Hay en ella igualmente una historia de amor, aunque al referirse
a ella no se mencione nunca la palabra sexo.. Se cuenta de manera muy elíptica
y eso la hace más intrigante. Paco, aparentemente, es solo la persona encargada
de cuidar la casa de campo en la que vive Chirbes, una especie de criado para
todo. Al final de esta segunda entrega
del diario, tiene problemas judiciales –no se nos dice de qué tipo-- y está a
punto de entrar en la cárcel. “Me asusta por él, pero también por mí. Imagino
esta casa sin él, el huerto, el perro Manolo, los animales, la cocina, el viaje
diario al pueblo para hacer la compra y recoger el correo. Las largas
temporadas que paso fuera ¿quién se ocupará de esto? Elegí esta casa porque él
decidió venirse a donde yo fuera, y por eso busqué un sitio que tuviera terreno
alrededor. Para mí solo no hubiera elegido venirme al campo”. Una extraña
pareja.
Tan impúdico Chirbes en la historia
con François y en sus encuentros callejeros, tan púdico cuando se refiere a la
persona por la que elige irse a vivir al campo, aunque no parece que esa
relación tuviera nada que ver con la que nos muestra El sirviente, de Joseph Losey.
Pero esta historia secreta, al
contrario de lo que ocurría con la de François, apenas ocupa espacio en el
diario. Sus páginas están llenas de citas (muchas de Balzac, a quien se relee
con frecuencia y a quien se toma como modelo de su ciclo novelesco), y de
referencias a lecturas, algunas muy punzantes sobre autores contemporáneos
(Roger Wolfe, Belén Gopegui). De los comentarios de libros, el más extenso y
demoledor es el que dedica a Cabo
Trafalgar, de Pérez-Reverte: “el
mejor antecedente literario suyo son los discursos patrióticos de Primo de
Rivera padre, o los de Queipo de Llano en Sevilla con su perfume a coñac de
garrafa”.
Los títulos de las diversas
secciones aluden a los cuadernos en que fueron escritas por primera vez estas
anotaciones. El “Cuaderno Rivadavia” nos cuenta un viaje promocional a Alemania
en septiembre de 2004. La precisa y sugerente descripción de ciudades (Chirbes
en un maestro en el género como demuestra su libro El viajero sedentario) alterna
con notas de humor costumbrista sobre sus anfitriones, un poco en la línea de
lo que estamos acostumbrado a leer en los diarios de Andrés Trapiello.
Una reunión de antiguos alumnos del
colegio de huérfanos de ferroviarios donde se educó Chirbes (a su origen social
alude repetidas veces y lo considera fundamental en su visión del mundo) da
motivo a algunas de las páginas más memorables –una novela en síntesis-- de
este heterogéneo volumen, en el que se entremezclan los apuntes de trabajo de
un escritor, las prescindibles confidencias sobre intimidades eróticas y
espléndidas páginas de la mejor literatura. Todo revuelto, como en la vida
misma.
Libro prescindible. Sobran entre otras muchas cosas, tanta sordidez.La mejor reseña que he leido.
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