Mi lado izquierdo
(Antología poética
1989-2019)
Rafael Fombellida
Edición de Xelo
Candel Vila
Renacimiento.
Sevilla, 2021,
En las sociedades contemporáneas, todo el mundo sabe leer,
pero pocos saben leer. No se lee de la misma manera un artículo de opinión, una
página publicitaria, una noticia que un poema o una novela, Habrá quien piense
que lo primero es más fácil que lo segundo, Un error, un extendido error cuyas
consecuencias son quizás bastante más nocivas que las de no saber leer un
poema, algo que muchas personas cultas no dudan en reconocer.
Tampoco se lee de igual modo a
todos los poetas. Como ocurre en la música, habría una poesía popular –que hoy
en día se difunde fundamentalmente en las redes sociales-- y otra culta, que
busca un público de iniciados. Algunos poetas contemporáneos –Manuel Machado a
comienzos del pasado siglo, Luis Alberto de Cuenca en la actualidad-- cultivan
ambas.
Rafael Fombellida (Torrelavega,
1959) solo se dedica a la segunda de ellas, sin condescendencia alguna Tras
reunir su poesía completa en 2015 con el título de Domimio, ahora nos
ofrece en Mi lado izquierdo una selección de su obra con el añadido de
unos pocos inéditos recientes.
En esos necesarios talleres sobre
el arte de leer, y en concreto sobre el arte de leer poesía, la lección inicial
debería enseñarnos que, al contrario que la novela --que ha de comenzarse por
el primer capítulo y seguir en orden hasta el último--, un libro de poesía
puede comenzarse por cualquier parte . Y unas poesías completas, de un autor
que desconocemos, nunca deben empezarse por los primeros poemas, salvo que se
trate de un poeta como Claudio Rodríguez, que en su primer libro ya encontró un
tono propio y deslumbrante.
No es el caso de Rafael
Fombellida. “Disparos en la nieve”, el poema que inicia Mi lado izquierdo, no
anima demasiado a seguir leyendo. Hay un exceso de literatura, en el mal
sentido de la palabra, se acumula la tópica adjetivación: “celada inmóvil”,
“quietud profunda”, “siniestros giros”, “denso ramaje”. En otros poemas –“La
vergüenza”, “Único blanco”-- parece tratar de enmascararse la trivialidad de la
anécdota con el rebuscado empaque estilístico.
La etapa de tanteo dura , aunque
hay algún logro anterior, hasta Canción oscura, de 2007. Un poema como
“Remontando el río” nos muestra muy a las claras uno de los modos de hacer de
Fombellida, aludir y eludir el nombre de las cosas, a la manera gongorina. Su
poesía rehúye el lenguaje coloquial, pero no la anécdota cotidiana, a la que
busca darle trascendencia.
Los poemas van luego ampliando su
temática, llenándose de inquietudes culturales y de preocupaciones metafísicas,
como en “El hombre paralelo”, “Noche del oceanógrafo” o “Explicación de la
esfera”.
Y van haciéndose más ásperos,
alucinatorios, desasosegantes, a pesar de que Fombellida no abandona nunca el
cuidado rítmico. Sus versículos son una suma de metros tradicionales o vuelven
al hexámetro clásico (el de ritmo dactílico que resucitó Rubén Darío –“ínclitas
razas ubérrimas”-- y que a veces utilizó José Hierro: “Otoño de manos de oro. /
Ceniza de oro tus manos dejaron caer al camino”), como en “El obediente”: “No
ha cesado un instante de dar con sus ojos en ti, con sus ojos seguros”. Hay
también una “Berceuse”, una canción de cuna nada convencional, que juega, a la
manera romántica (recordemos el “leve, / breve / son” de Espronceda), con la
polimetría.
Rafael Fombellida es un poeta que
va creciendo en cada libro, prescindiendo de retoricismos y manierismos sin
abandonar del todo sus peculiaridades estilísticas. “Odiseo en el Báltico” o
“San Silvestre en el Prater” son poemas que podían haberse quedado en la
convencional postal viajera, pero que alcanzan a convertirse en parábolas del
destino humano. Lo mismo podría decirse de “Un soldado de la Gran Guerra” o de
“Dem deutschen volke”, estampas históricas que van más allá de la precisa
recreación de trágicos episodios de la historia reciente. Otro poema
excepcional es “Nadadores”. El tema, la relación del padre con el hijo, no puede ser más tópico –ninguno de los
grandes temas de la poesía deja de serlo--, pero el tratamiento resulta tan
novedoso como verdadero.
A veces este poeta de la realidad
trascendida, gusta de aproximarse a la imaginaría del cuento gótico –“Ronda de
lobos”-- o del realismo sucio: “¿A dónde ir? Muy poco decoroso / es el hotel
que nos asila- / Bajo su rótulo / un chorro deshelado / ha formado un cerquillo
en la nieve disuelta. / Hay modelos antiguos de grandes automóviles, / bajo un
vidrio sin lustre se encorva una mujer”. Pero le traiciona su gusto por el
ritmo tradicional, que es ya en sí misma una visión del mundo.
No es Rafael Fombellida un poeta
fácil ni complaciente, jamás condesciende con la frivolidad o la ironía.
Tampoco uno de esos pocos privilegiados que desde el principio supieron aunar
dicción personal e inédita visión del mundo. Ha tardado en conseguirlo, como el
lector tarda en entrar en su obra, pero todo lo que vale la pena requiere un
cierto esfuerzo. Lo que él nos dice en un puñado de espléndidos poemas nadie lo
había sabido decir de la misma lúcida e impactante manera.
"Otro poema excepcional es Nadadores".
ResponderEliminarNadadores
En el lago mi hijo es una cuerda atirantada [¡?].
Hemos nadado juntos hasta que mis pulmones se han abierto
y dejado escapar su poco hálito. Lo veo regresar suculento [¡?] y desnudo
desde la orilla en donde espero. La tiniebla escarlata del crepúsculo
encapota [¡?] mi piel abandonada a un húmedo estremecimiento.
Cuánto detesto esta rojez [¡?] de gasa adherida a una honda cortadura.
A mi lado, mi hijo está secándose envuelto en esta luz color fresón [¡?] maduro.
Silba "Lady Tonight", se tiende soberano sobre el entarimado
y remece sus sólidos tobillos en la maraña tosca de las plantas acuáticas.
Me habla con mi voz, pero su idioma no es mi lengua muerta, es un desperdigarse
suelto, vivaz, sincero lo mismo que un galope de caballo.
Soy el padre de un hombre, un hombre grave, meditativo, oculto,
que se gobierna con pericia mientras cabe pensar
que su mano, ya enorme, clausurará mis párpados como se sella un ataúd de plomo.
Su cuerpo se ha acostado bajo la vena cárdena del cielo [¡?].
Miro su trazo hermoso, la cabellera untada [¡?] con arcilla de un ocaso granate.
Él braceó más lejos con mi salud, mi fuerza, mi enconada constancia,
y se reclina ufano como un bárbaro después de violentar a sus mujeres.
Es la masa engreída que yo amo con el temple del nadador de fondo.
Es el rival que aguarda mi ahogamiento con el bravo estupor del aspirante.
Ocupa mi lugar porque es su padre joven, prematuro,
inconsciente de toda dentellada del tiempo. Disfruto esa codicia
de converger conmigo, arriesgada ambición de parecérseme.
Miro el milagro de su mocedad. La atmósfera bermeja
de la última hora da a su pecho el impulso de un incendio.
Ha cerrado los ojos. Silabea sin ganas [¡?] "Love, hate, love".
Despreocupado, ajeno. Sólo espera que el púrpura del aire
me desintegre. Adoro el esplendor de su avidez.
¿Tiniebla escarlata...luz color fresón maduro...la vena cárdena del cielo...un ocaso granate...atmósfera bermeja...el púrpura del aire?
Pa' habernos mata'o. ¡Ja ja...! ;-)
EliminarRetomo el hilo a partir del primer párrafo. No se sabe leer..
ResponderEliminarPues Martín tú sabes que se hace todo lo posible para resolver esto. Planes de lectura, lectura comprensiva, etc. Como soy docente me ha tocado lidiar con estos temas.
Pregunta a un niño de 6 de Primaria: Si un tren recorre 200 km. de Valladolid a Gijón, ¿cuántos metros recorrerá hasta una estación que quede a mitad de camino?
Y la nave va.
Victor Menéndez