jueves, 10 de marzo de 2022

Viajar para contarlo

 

La frontera interior
Viaje por Sierra Morena
Manuel Moyano
Prólogo de Sergio del Molino
RBA. Barcelona, 2022.
 

En varios pasajes de su sugerente La frontera interior, cuando tiene algún problema para acceder a un determinado lugar, indica Manuel Moyano a sus interlocutores que está “escribiendo un libro”, que no viaja por viajar, sino para dejar constancia de lo que ve. El viaje está en el origen de la literatura, pero no de esta manera: no se viajaba para escribir, sino que se escribía porque se había viajado y se habían visto cosas insólitas.

            Los diarios de viaje en un principio se escribían para recordar, no para publicar, aunque muchos acabaran publicados, por el propio autor o póstumamente. Con la aparición del periodismo, el viaje comenzó a hacerse y escribirse a la vista de los lectores, en crónicas semanales o diarias: si Azorín —todavía José Martínez Ruiz— sigue la ruta de don Quijote es para irla contando, día tras día, a los lectores de El Imparcial.

            Manuel Moyano, buen discípulo en esto de los hombres del 98, elige para su ruta la España interior, no destinos exóticos. “Viaje por Sierra Morena” se subtitula su libro. Tiene Sierra Morena una larga leyenda de bandoleros y está muy presente en la literatura española. “¡Qué bien los nombres ponía / quien le puso Sierra Morena / a esta sierra mía!”, escribió Antonio Machado. Pero Manuel Moyano concibe la feliz idea, no de atravesarla por alguno de los pasos que unen la Meseta con Andalucía (el de Despeñaperros es el más famoso), sino de recorrerla desde el Este hasta el Oeste, desde la provincia de Jaén hasta tierras portuguesas. Eso le obliga a viajes en zigzag y a pisar lugares casi fantasmales.

            Manuel Moyano es autor de novelas y relatos (algunos de sus microrrelatos figuran en las mejores antologías del género) de corte fantástico o próximo a la ciencia ficción. Se considera heredero de Poe, más que de Chejov. Uno de los escritores que viven en la zona, y con el que previamente ha contactado, el poeta Alejandro López Andrada, le refiere su encuentro con un fantasma, que también ha contado en un conocido programa de televisión, la del Enlutado, una especie de monje con capucha que se aparece de vez en cuando en carreteras apartadas.

            El viaje comienza en Aldeaquemada y entre sus primeras etapas se encuentra La Carolina, lo que le sirve al autor de pretexto para narrarnos la historia de la colonización de aquellas tierras en tiempos de Carlos III; termina en Rosal de la Frontera y en Vila Verde de Ficalho, que son los lugares que vieron los últimos días de libertad de Miguel Hernández. Fue una cuestión de mala suerte lo que llevó a la detención del poeta cuando quiso pasar a Portugal: intentó vender el reloj de oro que le había regalado Vicente Aleixandre con motivo de su boda y creyeron que lo había robado y lo devolvieron a España: “Pero cuando el comandante del puesto iba a soltarlo porque no tenían nada contra él, apareció en Rosal un guardia civil de Callosa de Segura, pueblo vecino a Orihuela, que lo identificó al instante. Se llamaba Salinas. Al verlo, Miguel se levantó hacia él con los brazos abiertos, pensando que ya estaba salvado. ‘¿Tú lo conoces?’, le pregunta el comandante del puesto. Y el guardia va y le contesta: Este es el rojo más hijo de puta de toda España. Este ha matado más gente con su pluma que otros con sus fusiles”.

            También Cervantes, como no podía ser de otra manera, tiene su lugar en estas páginas. La Venta de la Inés, escondida en el antiguo Camino Real entre Córdoba y Toledo, mencionada en Rinconete y Cortadillo, parece guardar todavía el eco de las pisadas del autor del Quijote.

            Pero el escritor más presente en estas páginas es un poeta de Fuenteheridos, pueblo de Huelva, traductor de Pessoa, creador como él de heterónimos, como Violeta G. Rangel, ganadora de un importante premio con un libro de versos en que contaba sus experiencias como prostituta en las Ramblas de Barcelona, y todo un personaje, Manuel Moya, al que solo conocía por fotografías: “La profusa barba blanca y una larga melena gris, el continente corpulento y un nulo atildamiento en el vestir hacían de él, cuanto menos, un personaje singular, una mezcla entre Falstaff y Carl Marx”.

            A Manuel Moyano le gusta referirse pormenorizadamente a lo que come y lo que bebe, y por eso deja constancia de que en casa de su casi homónimo Manuel Moya le ofrecen un “banquete pantagruélico”.

            El lector se siente a gusto acompañando a este viajero que no se refiere a sí en tercera persona (siguiendo el manido ejemplo de Cela y su Viaje a la Alcarria) y escribe sin amaneramientos estilísticos, al que le gusta hablar con la gente (no solo con los cronistas de los pueblos y los poetas de la zona) y de vez en cuando nos deja precisas estampas impresionistas de lugares recónditos.

            Cerramos La frontera interior y nos quedamos con ganas de buscar unos días libres, coger el coche y hacer un paréntesis en la vida cotidiana y acercarnos hacia unos lugares que han dejado su huella en la historia —por aquí tuvo lugar la batalla de las Navas de Tolosa— o que parecen estar al margen del mapa y del calendario, lo que quizá sea el mejor efecto que puede hacer en nosotros un libro de viajes.

7 comentarios:

  1. Un par de errores. El primero, la cita de Antonio Machado. Lo que él realmente escribe es: "¡Que bien los nombres ponía / quien puso Sierra Morena / a esta serranía!" (sobra el "le", y no es "sierra mía", sino "serranía"). Y el segundo, Falstaff, no "Falstatt".

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  2. Corrijo el segundo. El primero, no: la memoria tiene sus derechos, que yo respeto siempre. La poesía culta, como la poesía popular, está viva porque los lectores la hacen suya.

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  3. Corrije, hombre, corrije/ no te empeñes en errar/ ese "le" que has añadido/ hace reír y llorar.
    Nunca es un hombre más alto que cuando está de rodillas.

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  4. Corrige, hombre, corrige/ no te empeñes en errar/ ese "le" que has añadido/ hace reir y llorar.
    (Ves que sencillo es)

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  5. Las páginas dedicadas a Fuenteheridos, Manuel Moya y la parte de Huelva correspondiente a la Sierra Morena son deliciosas. En mi opinión, la novela "Tierra negra" es de las más singulares escritas sobre la guerra del 36. Lo de las siete bibliotecas, antológico, y las botellas de vino del Alentejo, pues, qué contar.
    Por cierto, salvo influencia juanramoniana, se escribe, creo, "corrige", que no "corrije".

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  6. Yo recuerdo un problema, si así se le puede llamar, en la Universidad, por escribir "entregué", y no "entrege" (tilde en la última e), como pensaba la profesora.
    Qué nivel.
    Victor Menéndez

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