jueves, 15 de diciembre de 2022

Al itálico modo

 

Sonetos
Feng Zhi
Edición de Javier Martín Ríos
Hiperión. Madrid, 2022.

Fascinado por los sonetos de Rilke, el poeta Feng Zhi quiso trasladar a la literatura china, como Garcilaso a la nuestra siglos antes, esa composición estrófica y en 1942, cuando la guerra chino-japonesa, publicó un libro de sonetos que ahora se traduce por primera vez al castellano. No sabemos cómo sonarán estos sonetos en chino, sabemos que en la versión de Javier Martín Ríos solo conservan del soneto el estar formado por catorce versos, si podemos llamarlos así, de desigual extensión y ninguna sujeción métrica. Y sin embargo, entre esas aproximaciones, algo nos llega de la emoción poética que del original.

            La vida de Feng Zhi —coetáneo de los poemas españoles de la generación del 27— cubre casi todo el siglo XX y está sometida a las turbulencias de unas décadas cruciales en la historia de China. Profesor universitario especializado en literatura alemana, residió en Berlín entre 1930 y 1935, por lo que pudo ser testigo presencial de la toma del poder de los nazis. Tradujo a los más importantes autores alemanes y también era un buen conocedor de la tradición clásica china. Tuvo problemas de censura y autocensura tras la victoria de Mao en 1949, cuando la occidentalización y el experimentalismo pasaron a simbolizar la decadencia burguesa, y sería luego uno de los damnificados por la Revolución Cultural, ese movimiento político que tanto tuvo de histeria colectiva y que, de algún modo, hoy entendemos mejor tras acontecimientos recientes que afectaron a la salud mental del mundo en su conjunto y especialmente de China,

            En los sonetos de Feng Zhi aparecen temas occidentales —Venecia, Goethe, Van Gogh—, pero en su mayor parte enlazan con la tradición de la poesía china. Leídos en traducción, ya sin su armadura formal, a ratos no podrían distinguirse de los poemas de la dinastía Tang. Baste un ejemplo: “Nos detenemos en la cima de la alta montaña / y nos convertimos en un paisaje lejano e infinito, / diluyéndonos en la basta llanura que hay frente a nosotros / y en los senderos entrecruzados sobre ella”. Son poemas que hablan de encuentros y despedidas, de caminos que se pierden en la lejanía, de noches solitarias en la montaña, de unos cachorros de perro recién nacidos. Están escritos cuando el autor ha de abandonar su puesto en la universidad de Shanghai tras el comienzo de la invasión del Japón en 1937, e instalarse en Kunming, con otros muchos refugiados. Pero los desastres de la guerra no asoman a sus versos. O lo hacen de manera indirecta, como en el poema dedicado a Du Fu, que es, como el más conocido Li Bai, uno de los grandes clásicos de la dinastía Tang: “En la aldea desierta sobrellevas el hambre, / a menudo piensas en la muerte que invade los barrancos, / pero, sin embargo, no dejas de entonar cantos fúnebres / por el gran hundimiento del mundo”.

            La Venecia de Feng Zhi tiene que ver poco con la Venecia de tantos otros poetas. Las islas que la componen pasan a ser un símbolo del mundo donde cada soledad es una isla: “Cuando me tomas de la mano / es como un puente sobre el agua. / Cuando me sonríes, / es como si en la isla de enfrente / se hubiera abierto, de pronto, una ventana”.

            Traducir poesía no es un imposible, pero a veces parece estar muy cerca de serlo. Lo que dice el poema es más de lo que dice y por eso una traducción meramente informativa no deja de ser una pseudo traducción. Las mejores traducciones poéticas son obra de dos: alguien que conoce bien la lengua de partida y alguien que conoce muy bien la lengua de llegada. A menudo el traductor se limita a dejarnos entrever el original como a través de un cristal borroso. Los sonetos de Feng Zhi, en la versión de Javier Martín Ríos, no son sonetos y, a menudo, tampoco poemas, pero sí el punto de partida para un poema. El titulado “Eucalipto” comienza así: “Tú, desolado árbol de jade en medio del viento del otoño… / eres una pieza musical que al lado de mis oídos / edifica un solemne templo, / ¡déjame entrar con sumo cuidado!”

            Las traducciones de Martín Ríos son una constante invitación a la reescritura. Yo me he atrevido a intentarla en algunos casos. Copio la de este último poema: “Árbol de jade en medio del otoño, / templo de aroma y música en la brisa, /déjame refugiarme entre tus brazos, / que en torno sopla el vendaval del tiempo. / Firme pagoda bajo el limpio azul, / como un sabio maestro frente a mí / del estruendo del mundo me proteges / y de las turbulencias de mis sueños. / Mientras que tú resistas, yo resisto; / mientras tenga tu mano, no me pierdo, / guía inmortal al centro de mí mismo, / eje en torno al que gira el universo. / Eterno tú y eterno yo contigo / si tus raíces guardan mis cenizas” .

            Hay libros que son solo un punto de partida, una invitación a un viaje que tenemos que hacer por nosotros mismos.

 

 

           

3 comentarios:

  1. Muy bonita la versión del soneto. Podría poner la traducción entera? ( Si no es molestia, simple curiosidad)

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    1. Hombre, Eduardo, yo no he hecho la versión de todos los sonetos, solo de uno.

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    2. Hombre ya, me refería al resto de la traducción de Javier Martín Ríos del soneto que versiona ud de la que pone el primer cuarteto

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