miércoles, 28 de diciembre de 2022

Hierro resistente

 

Vida. Biografía y antología de José Hierro
Jesús Marchamalo / Lorenzo Oliván
Nórdica Libros. Madrid, 2022.

Las palabras vivas
Lorenzo Oliván
Pre-Textos. Valencia, 2022.

De los nuevos poetas que se dieron a conocer tras la guerra civil, José Hierro fue uno de los primeros en alcanzar un reconocimiento generalizado. Venía del lado de los vencidos, había pasado cuatro años en la cárcel, pero desde muy pronto comenzó a dejarse querer por los vencedores. Tras trabajos varios de supervivencia, encontró acomodo en diversos organismos culturales, entonces todos ellos controlados por el régimen: Editora Nacional, Ateneo, Radio Nacional de España, Universidad Menéndez Pelayo. No fueron cargos directivos, no se trató de prebendas, sino de encargos que estaba preparado para hacer y que hizo bien. Pero no se unió —escarmentado, padre de familia, consciente de su precariedad laboral— a ninguno de los movimientos de resistencia antifranquista y eso le valió algún ataque como el de José Ángel Valente, menos literario que personal: “Hablaba como queriendo borrar su vida ante un testigo incómodo. / Compraba así el silencio a duro precio, / la posición estable a duro precio, / el derecho a la vida a duro precio, / a duro precio el pan. / Metal noble que tal vez el martillo batiera / para causa más pura. / Poeta en tiempo de miseria, en tiempo de mentira / y de infelicidad”. Solo alguna rara vez, como en el poema “Réquiem”, se dejó contagiar por la retórica de la época: “Cuando caía un español,” —se supone que en los tiempos de los Tercios de Flandes o la conquista de América—e “se mutilaba el universo”.

            Como poeta, sus orígenes están en el modernismo, Juan Ramón Jiménez y ciertos nombres del 27 (más Gerardo Diego que Cernuda), pero supo adecuarse —en un puñado de espléndidos poemas testimoniales— a los nuevos usos del realismo, a una poesía que se acercaba al lenguaje coloquial, “sin vuelo en el verso”. Más tarde, con el Libro de las alucinaciones, volvió a una poesía imaginativa, con toques de culturalismo e irracionalismo que anunciaba la revolución novísima.

            Tras ese título, de 1964, José Hierro entró en una prolongada etapa de silencio (solo rota por poemas dispersos, a menudo de circunstancias, reunidos en Agenda) que pareció hacer de él un poeta de otra época, más homenajeado que leído. Pero en 1998 se produjo su vuelta triunfal con Cuaderno de Nueva York, de inmediato —y un poco inexplicablemente— convertido en best seller. Durante los últimos años de su vida, José Hierro fue el poema más popular. Contribuyó a ello, tanto como su poesía, el personaje, cordial y entrañable, ajeno a vanidades literarias, hombre de la calle que escribía en bares, que leía admirablemente sus versos y que era capaz de pasarse horas dedicando sus libros con un dibujo original en cada uno.

            De los muchas publicaciones dedicadas a conmemorar el centenario de José Hierro, dos destacan especialmente. Una es Vida, biografía y antología, la primera a cargo de Jesús Marchamalo y la segunda de Lorenzo Oliván; otra, Las palabras vivas. La poesía y la poética de José Hierro, cuyo autor es también Lorenzo Oliván.

Vida es un volumen hermosamente editado, con abundantes ilustraciones de gran valor documental. Consta de una parte biográfica, una sucesión de emotivas o divertidas estampas, en la que no se indican los apoyos documentales, pero no son necesarios, se trata de un texto literario, válido por sí mismo. Y la antología está hecha por buen lector de la poesía de Hierro, que acierta a mostrarnos todas sus facetas, aunque deje fuera —como no podía ser de otro modo— algún poema que esté en la memoria del lector.

            El otro libro, Las palabras vivas, tiene un carácter más académico: en su origen se encuentra la tesis doctoral sobre el ritmo en la poesía de Hierro, dirigida por José Carlos Mainer, que Oliván no llegó a concluir. Pero con ser muy valiosos los capítulos que de ella proceden —dedicados al estudio del eneasílabo, la métrica acentual o los encabalgamientos en la poesía de Hierro—, resultan más interesantes los que tienen un carácter autobiográfico y ensayístico. Las consideraciones de Lorenzo Oliván, uno de los más destacados poetas de su generación, sobre el ritmo en la poesía —en la propia y en la ajena— son de gran valor.

            Lorenzo Oliván dedica el capítulo inicial de su libro a la biografía de Hierro. Sintetiza bien lo sabido y añade algún matiz inédito, con la apoyatura documental que falta en Marchamalo. Uno y otro eluden, sin duda por consideraciones familiares, una cuestión sin la cual no se entiende el último libro de Hierro. Su Cuaderno de Nueva York es algo más que el homenaje a una ciudad que tanto ha tentado a los poetas españoles (no solo a Juan Ramón y Lorca, como Julio Neira documentó en una profusa antología), es un libro de amor “que no puede decir su nombre”, aunque no por las razones de los lorquianos Sonetos del amor oscuro, sino por las de Salinas y La voz a ti debida. Solo cuando sabemos eso, se entiende la emoción del penúltimo poema del libro (el último en realidad, el aclamado soneto final no tiene mucho que ver con el conjunto), en el que el poeta se despide, no de una ciudad, sino de una persona que, sin ser nombrada, da sentido al conjunto: “No te importuno más (ni siquiera sé si me escuchas). / Bebo el último whisky en el Kiss Bar, / la última margarita en Santa Fe, / rodeo luego la ciudad y su muralla de agua / en la que ya no queda nada que fue mío / Desisto de adentrarme en su recinto, / no tengo fuerzas para celebrar / la melancólica liturgia de la separación. / Solo deseo ya dormir, dormir, / tal vez soñar…”

            La poesía de Hierro, a pesar de una cierta banalización de su figura, del manoseo de los homenajes, resiste bien el paso del tiempo en un puñado de poemas esenciales en los que realidad y misterio, técnica y llanto, se funden inextricablemente.

5 comentarios:

  1. Muy interesante reseña. Un abrazo y feliz salida de año

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  2. Refleja tu reseña lo que es un poeta correcto y oportunista, hoy que lo políticamente correcto ya no vende.
    Cuatro años de cárcel entonces no eran muchos aunque ignoro su condena.
    Aunque aparece en todas las antologías escolares siempre lo he pasado por alto.
    Eso sí con todos mis respetos.
    Salud.

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  3. Durante años, cuando yo vivía enfrente de la cafetería "La Moderna", coincidí con él. Yo con un café y El País. Él con un café, un chinchón y un cuaderno. Iban a verle jóvenes poetas, con sus poemas bajo el brazo, a escuchar la opinión del maestro. Hierro, con aspecto terrible de mongol y su voz de chinchón, repetía lo mismo a todos: "Sé tú mismo, sé sincero. Esto que has escrito no lo sientes". O algo por el estilo, no recuerdo las palabras exactas. Yo, que también escribía, nunca me atreví a importunarle. El día en que en la primera página de El País salía su foto por la concesión del Cervantes me atreví a darle la enhorabuena con palabras tímidas y atropelladas. El me lo agradeció discretamente en el mismo tono. Como si fuéramos conspiradores.

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  4. Yo sé dos cosas: a) que era muy radical su opinión sobre la persona de Valente. b) que, efectivamente, "En son de despedida" es su último poema. "Vida", tan divulgado, no es sino un ejercicio de encaje que le llevó algún tiempo. También sé que La Moderna ya no existe.

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    1. Hace mucho que no existe. Creo que se jubilaron los dueños y ahora hay otro bar. Mi comentario se refiere a finales de los años ochenta y a los años noventa

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