Derrotero (Poesía
1969-2022)
Jon Juaristi
Edición de Rodrigo
Olay Valdés
Renacimiento.
Sevilla, 2023
Vaya por delante que Jon Juaristi es uno de los grandes
poetas contemporáneos, que sus mejores poemas no desdicen puestos a la par de
los de sus maestros Unamuno y Blas de Otero (o de Gabriel Aresti), que en su
voz resuenan muchas voces, pero que entre todas la suya resuena inconfundible,
que Derrotero, el tomo en que Rodrigo Olay ha reunido ejemplarmente, sin
lucimientos eruditos, su poesía completa es uno de esos libros que no se agotan
nunca. Y sin embargo…
No hay
poeta de verdad que no sea varios poetas, aunque no se desdoble expresamente en
los heterónimos pessoanos o en los complementarios machadianos, y al Juaristi poeta
mayor de las Españas le acompañan un chistoso coplero y un versificador para
todas las ocasiones a los que deja campar cada vez más a sus anchas.
Y no es que
humor y poesía resulten antagónicos. A fin de cuentas es el humor, más que la
ironía, el idioma de la inteligencia. Aunque no suela considerarse así, La
venganza de don Mendo es uno de los títulos del teatro español más memorable
y ha envejecido mejor que tanto Benavente. Jon Juaristi, émulo de Muñoz Seca,
ha escrito dos largos poemas burlescos, “Los tristes campos de Troya” y “Dos de
mayo”, que no pueden leerse sin admiración ni regocijo, lo mismo que su
eutrapélica “Sátira primera (a Rufo)”. Otra cosa son los poemas-chiste (tan
frecuentados también por Ángel González) y los juegos de palabras más o menos ocurrentes
a los que no puede evitar recurrir incluso cuando claramente desentonan. Basten
uno o dos ejemplos. El hermoso poema “Mar de Castilla”, con sus pareados que
son toda una precisa antología, termina de esta manera. “Mar de Castilla desde
cuyas naves / toda la noche oímos pasar AVES”. Con más ingenio aparece el tren de alta
velocidad al final del enumerativo y machadiano “Ligero de equipaje”: “Una guía
de Estonia, prismáticos y lentes, / mi hiena de peluche, mi cepillo de dientes,
/ y así que parta el AVE que nunca ha de tornar / me encontraréis a
bordo, después de facturar”. Hay poemas que parecen construidos para el juego
de palabras final: “Cuando tú te hayas ido, / me envolverán las sobras” termina
“Restaurante chino”.
No escasean tampoco los ajustes de
cuentas —con sus paisanos vascos, con sus detractores políticos, hasta
con algún crítico literario—, unos “cantos de escarnio y maldecir” que, en más
de una ocasión, parecen estar demás, por circunstanciales, en una recopilación
de la poesía completa. El soneto “Que / qué”, cuya cita inicial es un chiste
bilingüe, puede servir de ejemplo.
Pero aparte
de estos tropezones, que abundan algo más en los inéditos “Saldos de fin de
temporada” con que se cierra el volumen, cuánta verdad y cuánta emoción en estos
versos, cuánta prodigiosa artesanía. Cito algunos poemas que están en mi
memoria, y en la de tantos otros lectores, desde hace tiempo: “Ruleta rusa”,
elegía de una generación cuya adolescencia terminó con los primeros disparos de
la violencia terrorista; “Última lección”, poema al padre al que se contrapone
“Palinodia”, dedicado al primer hijo; “Campos del romancero”, “Noche de
reyes”… Y un poema por el que yo siento
especial predilección, “Comentario de textos”, que ejemplifica bien la
capacidad de Juaristi de hacer poemas con material no considerado poético, sino
más propio del ensayo o de otros géneros literarios. “Comentario de textos”
incluye un comentario de textos de Guillén que vale también para el mejor
Juaristi (“¿Apreciarán la tersa palabra, el verso claro, / conciso, exacto,
austero, el lenguaje hecho médula, / la precisión soberbia con que plasmó la
vida / en secos fogonazos?”) y reflexiona sobre la enseñanza de la literatura
mejor que cualquier tratado de pedagogía.
Como en la
época en que se puso de moda el teatro en verso y un autor escribía los
diálogos en prosa y otro los versificaba —así fue la colaboración entre María
Martínez Sierra y Eduardo Marquina—, Jon Juaristi ha jugado más de una vez a
poner en verso pasajes de sus ensayos sobre la tradición vasca o de sus
escritos autobiográficos (“All iron”, por ejemplo), dando muestra de sus habilidades
como versificador. Pero eso no justifica lo que
dice en el prólogo: “Creo que he intentado siempre escribir poesía cercana a
una prosa decente y no poética, o sea, clara, concisa y pública, no del todo
impersonal, pero sin desnudarme de cintura para abajo”. Afortunadamente, no
siempre ha sido así: “Río del tiempo / que cruza el alma / fluyendo siempre /
desde el mañana, / orillas mustias / por donde pasa / lánguida y lenta / su
lengua el agua…”
Poesía
con nombres tituló Blas de Otero una de sus antologías y podía titularse la
poesía completa de Juaristi, de ahí la utilidad del índice onomástico que
acompaña a esta edición. Pocos poetas tan generosos, a la hora de elogiar en
verso a sus amigos y maestros como Juaristi; pocos también más feroces a la hora
de zaherir a sus detractores: “Muere matando. / No podrás con todos, / pero
algún miserable / quedará sobre el campo, / tripa arriba / como en los viejos
tiempos / (pues de vejez hablamos)”.
Dos
sorprendentes inéditos juveniles, traducidos del euskera, se añaden a esta
edición; entre los “Saldos de fin de temperada”, destacan “Llanto por un
bandido” y la irónica recapitulación, tan Juaristi, de “Al cumplir los
setenta”.