Ana María Moix
Conversaciones en el tiempo
Amarillo Editora. Madrid, 2024.
El
tiempo, gran escultor titula
Marguerite Yourcenar uno de sus libros. También podríamos decir “gran escritor”,
un escritor que nunca se cansa de dar nuevos retoques a las obras literarias.
Por eso, muy acertadamente, se ha titulado Conversaciones en el tiempo la
recopilación –aumentada-- de Veinticuatro por veinticuatro, la
recopilación de entrevistas que Ana María Moix publicó en 1973. Entonces
constituían el mejor reflejo de aquella Barcelona del final del franquismo que
se había convertido en capital modernidad. Eran los años del boom, de la
irrupción novísima, del combate contra el acartonado realismo de posguerra o la
literatura de “la berza” (ese calificativo despectivo se emplea varias veces,
en especial contra Alfonso Grosso).
Parafraseando a Stefan Zweig (y a
Fernando Vela), estas entrevistas llevaban el título de “Un día en la vida de…”
y pretendían seguir a un personaje conocido durante veinticuatro horas. No solo
figuran escritores, pero los escritores son mayoría. Hay un maestro, Josep
María Castellet (inicia el libro una humorística crónica social cuando se le
concede un lucrativo premio de ensayo), y un empresario, Oriol Regàs (creador
de Bocaccio, el lugar de encuentro de la que se llamó la gauche divine),
que fue algo más que un empresario, el ideólogo de una nueva manera de entender
el ocio y la cultura.
Pero el tiempo --ha pasado más de
medio siglo desde que fueron escritas-- le ha dado un nuevo sentido a estas
crónicas que no desdeñan el humor naíf ni cierta frivolidad. En una de ellas,
acompaña la autora a José Donoso, a su mujer y a su hija hasta la casa que se
está construyendo en Calaceite. A medio camino, la niña “coge el volante con
sus pequeñitas manos y casi termina ahí este reportaje. Frenazos. Insultos del
conductor que venía de frente y que por lo visto es de la opinión de que los niños
de tres años no deben conducir por la carretera”. Más adelante, otra anécdota
sorprendente: “La niña, que se quedó jugando en el pueblo, ha desaparecido.
Los Donoso no se inquietan. Ya la traerán”. Esa niña, a la que permiten
cualquier peligroso capricho y que no les inquieta se pierde, es Pilar Donoso,
que se suicidó a los cuarenta y cuatro años después de publicar un único libro,
Correr el tupido velo, donde desvelaba toda la turbiedad de una vida
familiar que desde fuera parecía idílica.
Ana María Matute, en 1971, nos habla
largamente de un libro que está a punto de terminar y que considera su obra
maestra, Olvidado rey Gudú. Ni ella ni los lectores de entonces podían
suponer que no aparecería hasta 1996 porque antes tendría ella que atravesar un
largo tiempo fuera del tiempo.
Jaime Gil de Biedma y Ángel González
son los únicos autores que se salvan de la crítica feroz a la poesía social por
parte de los nuevos poetas, según Ana María Moix. Gil de Biedma no parece
tener, en cambio, muy buena opinión de los novísimos, a pesar de que la
entrevistadora fuera uno de ellos: “La antología está presentada como un
intento de renovación, y la verdad, es una continuación lamentable. No rompe
con nada anterior, la poesía de los novísimos sigue siendo tan provinciana como
antes”. Cuenta “con humor y teatralidad” divertidas anécdotas de su vida en
Filipinas. Hoy, después de leer el diario póstumo, esas anécdotas no nos parece
que fueran tan divertidas.
De la entrevista con Ángel González,
nos sorprende su repetida alusión “al cura que lleva dentro”, a su mala
conciencia tras una noche de juerga. No falta algún dato autobiográfico al que
luego evitaría referirse, En Barcelona, “vivía de mala manera, pero muy feliz,
hasta que me enamoré de una chica que vivía en Madrid y la seguí y allí me
quedé hasta que me marché a América”.
La bulimia era una enfermedad que
aún no se había inventado y Monserrat Caballé no tiene inconveniente en
declarar que, tras los ensayos, siente “un apetito atroz”: “Como y revivo.
¿Cómo voy a privarme de una buena comida?”
A veces la editora, Ester Vallejo,
se siente obligada a hacer algunas aclaraciones en nota. “Cuando a una familia
pobre le salía un hijo subnormal, lo ponía a vender cupones en una esquina”,
afirma el pintor Joan Ponç, y Ester Vallejo trata de justificar tales palabras
indicando que “ese término que hoy nos resulta tan fuera de lugar es el que se
empleaba de forma habitual en los años setenta”. No anota, en cambio, la
curiosa observación de que Rosa Chacel “habla en perfecto castellano, a pesar
de haber vivido tantos años en Sudamérica”. Parece que todavía en 1970, como en
tiempos de Clarín, se pensaba que los españoles eran los dueños de un idioma
que en América se habría corrompido.
A Max Aub le entrevista el 1 de
julio de 1972. Su obra es extensísima, nos dice, y “si continúa con la
vitalidad que demuestra tener hoy, a los setenta años, será interminable”.
Antes de acabar ese mes, moría el escritor. Con melancolía y una sonrisa leemos
las que quizá fueran sus últimas palabras: “Hoy a la gente le gusta demasiado
el fútbol, la televisión, ya no hay tertulias, no se toma café. Sí, sí, tomar
café, hacer tertulia, hablar. Hoy solo hay diversión, drugstores. ¿Quién
lee hoy los poemas de los demás? Hoy la gente baila, bebe, mira la televisión:
no hay tiempo para escribir. Cuesta menos esfuerzo vivir, todo es más fácil,
muchas distracciones. Con tantas cosas, ¡quién se sienta a trabajar durante horas
y horas, meses y meses, en un libro? Pocos, muy pocos. Con tanta televisión y
tanto fútbol, bailes, etc., ¿quién se sienta luego a leerlos?, menos, todavía
menos”. O sea, les diríamos a los agoreros de hoy, que no hacía falta que se
inventaran las redes sociales para la “decadencia” de la cultura.
Ja,ja no sabía que ya en 1973 se utilizaba la palabra "drugstores". En cualquier caso, por la crítica, parece un libro interesante. Y Ángel González también echó pestes de los novísimos (véase la "Oda a los nuevos bárbaros") . Pero el caso es que en todos los manuales de Literatura se habla del grupo o lo que fuera. Saludos.
ResponderEliminarSi no recuerdo mal, en 1973 había uno en la Rambla de Barcelona. El de la calle Fuenc5a
EliminarMis disculpas. Se me disparó el dedo antes de terminar. Quería decir también que el de la calle Fuencarral de Madrid llegó algo después
EliminarBuena reseña, muchas gracias.
ResponderEliminarUn abrazo