Roger Chartier
Libro, lectura y cultura escrita
Trama Editorial. Madrid, 2024.
Roger
Chartier, leemos en la solapa de este volumen, es profesor emérito en el
Collège de France y director de estudios de la École des Hautes Études en
Sciences Sociales, además de uno los más reconocidos historiadores del libro,
la lectura y la cultura escrita. En el prólogo se nos presenta como “uno de los
principales representantes de la Escuela de los Annales” y como “un viajero
consumado, un académico que imparte cursos y conferencias en universidades de
diversos continentes”, uno de los más cualificados representantes de la
“cultura historiográfica francesa”, que demuestra además “un interés voraz por
las historiografías de otros países, por las novedades editoriales que aparecen
por aquí y por allá, estando al tanto de lo que otros hacen”. No solo un
erudito, también un sabio.
Pero comenzamos a leer Libro,
lectura y cultura escrita y apenas si nos encontramos con un capítulo que
no contenga una inexactitud o un disparate. En el titulado “Biblioteca”, se la
define así: “Tradicionalmente, la biblioteca es una colección de libros y otros
textos escritos o impresos que el lector lee en el mismo sitio”, Eso cambiaría
con la aparición de la edición digital. Pero cambió mucho antes, con el
servicio de préstamo. Del recinto de la biblioteca, solo no pueden salir
aquellos libros de especial valor.
Sigamos
leyendo: al ser los libros accesibles de forma digital, “la biblioteca
podía reutilizar sus espacios, liberándose de sus colecciones, y ya algunas
bibliotecas han transferido sus colecciones impresas a almacenes fuera de sus
edificios. Evidentemente, se puede pedir un libro, pero ya no está más en la
colección dentro de la biblioteca”. Pero toda gran biblioteca, cuyos fondos se
amplían continuamente, ha de recurrir a depósitos fuera del edificio primitivo,
sin que ello tenga que ver con la edición digital. ¿Puede ignorar eso uno de
los más ilustres estudiosos del libro?
Trata
luego de explicar “a las instituciones, a los poderes, a los lectores, a los
estudiantes” por qué es necesario leer en la biblioteca. Y lo hace señalando
que “un texto no es solamente un contenido semántico, sino que siempre fue
encarnado, ha recibido un cuerpo”. Traduzco esa obviedad: que una obra
literaria la leemos siempre en una determinada edición y que la edición en que
la leamos condiciona de alguna manera su contenido. Cierto, ¿pero importa algo
que leamos el libro en casa o en la biblioteca?
No distingue Chartier entre los
diversos tipos de bibliotecas –particulares, municipales, provinciales,
nacionales, universitarias-- y por eso las defiende como “espacios de
sociabilidad, gracias a la lectura de sus obras por los autores, gracias a las
conversaciones y debates después de la presentación de un libro”. Se opondría
así la lectura en la biblioteca a la “comunicación desmaterializada y
‘descorporalizada’ del mundo digital”. Confunde una biblioteca pública con un
centro cultural (pueden coincidir en algún caso) o una librería. Y no solo eso:
piensa que los autores que publican sus libros en edición digital, los poetas
que difunden sus versos en las redes sociales no pueden leer sus obras en
público y charlar con los lectores.
En el capítulo dedicado a Borges,
nos encontramos con una más que peculiar defensa de la “forma material de la
obra” frente a su “desmaterialización”, o dicho más correctamente, de la
edición impresa frente a la edición digital. Resulta que el más famoso pasaje
del Hamlet, no se lee de la misma manera en la edición de 1603 (“To be,
or not to be, I there’s the point”) que en la de 1604 (“To be, or not to be,
that is the question”), lo que hace que la lógica del monólogo sea
“profundamente diferente”. Esas diferencias se borran cuando la obra se
“desmaterializa” en la edición digital. Pero también desaparecen en cualquier
edición impresa, ya que la forma que adopta como definitiva es la segunda. Solo
si se trata de una edición anotada podemos ser consciente de esa versión
anterior y resulta que las notas pueden aparecer igual en una edición impresa
que digital (incluso puede ser la misma edición escaneada página a página).
¿Acaso cree Chartier que los lectores, cuando leen Hamlet, van a una
biblioteca y piden la edición de 1603 y luego la de 1604 para comparar?
Apenas hay capítulo que no contenga
una imprecisión o un disparate, repito. En el titulado “Traducción”, se nos
dice que la traducción fue “la primera forma de profesionalización de la
escritura”. Durante siglos, los traductores cobraban por su trabajo, pero los
autores no. Los autores recibirían ejemplares de su libro, no dinero,
ejemplares que podían dedicar a cambio de protección. Confunde Chartier la
dedicatoria impresa a un mecenas con las dedicatorias manuscritas de los
autores en los libros que reciben del editor. Y aunque para considerar la traducción
como la primera profesionalización de la escritura se basa en el Quijote, ignora
que Cervantes –como hacían los autores de su tiempo-- vendió el privilegio de
editar su obra (parece que por 1400 maravedíes) y que obtuvo un diez por ciento
de los beneficios, más o menos lo mismo que un autor actual.
Libro, lectura y cultura escrita lleva
el subtítulo de “Breve diccionario oral”. Invitado por una universidad de
Chile, a Roger Chartier se le pidió un libro y él ofreció resumir sus saberes de
manera verbal y en forma de diccionario. Los encargados de recoger y
transcribir sus palabras fueron Pedro Araya y Yanko González, antropólogos.
¿Explica ese carácter improvisado los desatinos del breve volumen? No debería.
Las diversas entrevistas que están en su origen fueron cuidadosamente revisadas
y editadas, según se nos explica en el minucioso prólogo. La razón de tales continuos
desajustes con la realidad en un universitario del prestigio de Roger Chartier
–sus publicaciones están traducidas a muy diversos idiomas, también al español--
constituyen un misterio que yo no soy capaz de resolver.
Leer en la biblioteca no sé si es sinónimo de leer mejor que en casa, no lo creo.
ResponderEliminarUn abrazo y gracias por la reseña.