Ernesto Cardenal
Prosas dispersas
Prólogo de Luce López-Baralt
Selección e introducción de Juan Carlos Moreno-Arrones
Delgado
Fundación Banco Santander. Madrid, 2024.
En una de las “Disertaciones”
–así se titula la sección-- incluidas en Prosas dispersas, afirma
Ernesto Cardenal que la suya, aunque bastante divulgada, “no es una gran
poesía”. Y añade que, si hay alguna grandeza en ella, sería una grandeza
pequeña que se debe “a motivos extraliterarios, a que sus temas y su
inspiración han sido la causa de nuestros pueblos, la causa de nuestra América
y su Revolución”.
Y acierta en lo que dice. Aunque escribió mucho durante
su larga vida, si por algo cuenta en la historia de la literatura es por sus
libros primeros, anteriores al triunfo de la revolución sandinista. Luego el
personaje devoró al autor. Aunque en su etapa final, su poesía se alejó del
compromiso y la propaganda para adentrarse en un especie de espiritualidad
cósmica muy ligada a los avances científicos, sus dilatadas elucubraciones no
despertaron gran interés ni entre los interesados por la literatura ni entre
los aficionados a la ciencia.
Estas Prosas dispersas se incluyen en una
benemérita colección de la Fundación Banco de Santander titulada “Obra
fundamental”, pero que rara vez publica obras fundamentales, sino obras menores
de autores mayores o menores. “Obra principal cardenaliana” titula su prólogo
el autor de la selección, pero es una afirmación más que dudosa, a la que sigue
una inexactitud reiterada en las primeras líneas: “El libro que ahora tiene
entre sus manos pretende aunar toda la obra en prosa de Ernesto Cardenal”;
“recopilar toda su obra en prosa y publicarla en una única edición” habría sido
su último proyecto.
No reúne toda la obra en prosa de Ernesto Cardenal este
libro, sino una selección de sus textos dispersos, tal como el título indica,
reunidos por el propio autor, si hemos de hacer caso al prologuista. En una
buena parte, son escritos muy circunstanciales cuyo rescate no parece estar
justificado.
“Recuerdo de un paseo con el poeta Benedetti en La
Habana” contiene afirmaciones de candorosa ingenuidad propagandística. Así
explica Benedetti, según recuerda Cardenal, el desabastecimiento de las tiendas
cubanas: “En Uruguay hacen mil carteras de señora y son carísimas y casi nadie
las puede comprar y por eso las tiendas de mi país están llenas de carteras.
Aquí, cuando hacen carteras, tienen que hacer cuarenta mil y todo el mundo las
compra y por eso no hay carteras. Quiero decir, no hay carteras en las tiendas
porque las carteras las tiene la gente”. Peor todavía es la justificación de
los fusilamientos de jóvenes idealistas en la fortaleza de La Cabaña que, según
nos dice, le hizo Cintio Vitier: aunque ellos no lo supieran, “estaban siendo
utilizados por agentes de la CIA y
batistianos”.
Simplona propaganda, que nadie se atrevería a utilizar
hoy, encontramos en muchos de estos textos. Los policías de Nicaragua, tras el
triunfo de la revolución sandinista, escriben poesía porque no eran como la
policía de Europa: “Tanto el ejército como la policía estaban compuestos por
los que habían sido guerrilleros. Y por lo tanto también eran jóvenes. Estaban
llenos de sentimientos de amor; habían combatido en la revolución por amor, y
había muchas mujeres entre ellos, Por eso en la policía había teatro, y danza,
y grupos musicales, y talleres de poesía (como los había también en el
ejército)”. Incluso había un taller de poesía en el Servicio de Inteligencia y
Contrainteligencia de la Seguridad del Estado”. Por eso, “con esta policía de
la revolución nunca se vieron en Managua a los policías arrojando bombas
lacrimógenas al pueblo, ni repeliéndolos con mangueras de agua, ni llevando
máscaras ni escudos antimotines”; todo lo contrario de lo que ocurría en
Londres, donde la policía apaleaba a los obreros en huelga.
La creación de talleres de poesía es uno de los logros de
los que Ernesto Cardenal estaba más orgulloso. Su labor como ministro de
Cultura consistió en buena parte en extenderlos por todo el país. Llegó a
elaborar unas reglas para escribir poesía que fueron muy elogiadas por la
prensa extranjera, según afirma más de una vez. “El Tablet de Londres
escribió asombrado que la normas poéticas de Pound, comprensibles tan solo por
los más cultos de lengua inglesa, fueron presentadas en forma sencilla a los
obreros y campesinos”.
Se incluyen en Prosas dispersas esas normas para
escribir poesía de las que Cardenal estaba tan orgulloso. “Es fácil escribir
buena poesía y las reglas para hacerlo son pocas y sencillas”, afirma al
comienzo, con lo que anima poco a seguir leyendo.
“Los versos no deben ser
rimados”, leemos en la primera regla. Y lo explica: “No hay que buscar después
de una línea que termine con corazón otra que termine con León, o si termina
con Sandino, haya otra que termina con destino. La rima suele ser buena en las
canciones, y es muy apropiada para las consignas o los anuncios”. Una cosa es
que los poemas no necesiten utilizar la rima y otra que no deban utilizarla,
pero parece que Cardenal no es muy amigo de sutilezas.
Escribir como pintar o cantar puede ser un
entretenimiento personal, un desahogo o un recuso pedagógico. Nadie niega el
encanto de los dibujos que hacen los niños o el interés de los poemas –sobre
todo para ellos mismos-- que los aficionados escriben en un taller de poesía,
pero hace falta mucha ingenuidad para pensar que en eso consiste llevar la
cultura “al pueblo”. Ese “pueblo” que en los Maratones de Poesía que organizaba
Cardenal “estaba oyendo ininterrumpidamente desde la mañana hasta la noche a
poetas profesionales y también obreros y campesinos y soldados y policías”. Al
parecer, tales actividades –que a mi me parecen más bien casi una forma de
tortura, como ser obligados a escuchar entero un discurso de Fidel Castro-- fueron
muy elogiados en la Unión Soviética por “el poeta de multitudes” Evtuchenko.
Las páginas que se salvan de esta recopilación, que no
contribuirá a agrandar el prestigio del autor, son las que tienen que ver con
su ingreso en la Trapa y su encuentro con Thomas Merton, con su retiro a la
isla de Solentiname, con el recuerdo de viejos amigos. También ofrece
observaciones de interés “Poesía de los Estados Unidos”, el prólogo a la
selección y versión de poetas norteamericanos que realizó con José Coronel
Urtecho.
La posteridad de un escritor depende de que su obra caiga
en buenas manos –no en la de acríticos devotos-- que sepan cribar lo perecedero
de lo que sigue conservando interés para los lectores. No es eso lo que ha
ocurrido con esta recopilación de la prosa dispersa y circunstancial de Ernesto
Cardenal.
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