jueves, 11 de diciembre de 2025

Los poetas regalan su trabajo

 

Yolanda Castaño
Economía y poesía: rimas internas
Traducción de Ana Varela Miño
Páginas de Espuma. Madrid, 2025.

Yolanda Castaño, una de las pocas poetas que viven de su trabajo poético, ha escrito un libro, que algo tiene de manifiesto (“Poetas del mundo, uníos”), para que otros poetas dejen de regalar su esfuerzo creativo y moneticen sus versos. El libro ha sido escrito en varias residencias para escritores: la Residencia Saari, en Mynämäki, al suroeste de Finlandia; la Residencia Uxío Novoneyra y el Pazo Tor; la Colonia Dorland Mountain Arts, en el valle de Temecula, California, la Residencia Göl Yazievi, en Nilüfer, Turquía.

Podría haber sido escrito tranquilamente en su casa, pero eso es otra cuestión. Las anécdotas que nos cuenta son muy locales y nimias: que si la invitan a leer sus versos en una localidad gallega y no le pagan el viaje, que si la proponen colaborar en un libro colectivo y luego es el editor quien se queda con los beneficios, que si tiene que encargarse ella misma de los tediosos trámites que requieren una subvención para la traducción de su poesía…

            El rigor teórico de Yolanda Castaño, en este libro que debería titularse más bien Subvención y poesía, resulta escaso. El capítulo “¿Es escribir poesía trabajar?” comienza con la siguiente frase: “Como muchos hijos de padres nacidos en dictadura, mi hermano y yo crecimos en una casa familiar toda tapizada con la tintineante ideología del trabajo”. ¿La ideología del trabajo caracteriza a los nacidos en una dictadura? Nos gustaría que Yolanda Castaño desarrollara esa idea, pero por supuesto no lo hace. Es un poeta que escribe en una lengua minoritaria y parece que, afortunadamente jamás piensa jamás tiene que pensar en el mercado, aunque a veces lo mencione, sino en las instituciones públicas que han de proteger una lengua en riesgo de desaparecer.

            En la industria literaria, afirma, todo el mundo gana dinero y puede vivir de su trabajo, los editores, los distribuidores, los libreros, salvo los poetas: "Sé de las quejas de libreras, distribuidores y editoras, y en ningún momento las desacredito, pero también sé cuánta gente vive al fin de vender libros, distribuirlos o editarlos, y cantidad de escribirlos. Cuando se lamentan en alto den asegurarse de que ninguna de nosotras alrededor escucha"

Pero ganan dinero si publican, distribuyen, venden libros que interesan al público; en caso contrario, quiebran como cualquier otro comerciante. Olvida Yolanda Castaño que las obras que sostienen el mercado editorial no siempre son literarias y, si lo son, casi siempre se trata de novelas o de clásicos de dominio público.

Si los poetas viven de su poesía, mejorará la calidad de su obra, afirma. Podrán dedicarse a ella por completo en cómodas residencias, asistirán a festivales internacionales en los que trabajarán contactos que mejorarán su difusión, etc., etc.

Asombra la ingenuidad de esta hábil gestora de dinero público y experta en conseguir subvenciones. Quiere que en España se aplique el modelo finlandés: cuando un autor joven envía un manuscrito a un autor veterano para que le dé su opinión, una entidad pública financia esa actividad; también se estudia el pago a los escritores que acuden a las televisiones en calidad de expertos. O el modelo irlandés: “el Consejo del Libro sostiene una suerte de programa de mentoría por el que escritores emergentes y en formación se pueden beneficiar del acompañamiento y asesoría por parte de otros más experimentados: les muestran sus composiciones, reciben consejos capaces de mejorarlas a varios niveles, obtienen una guía para encontrar su voz poética, ensayan maneras de preparar intervenciones en proyectos y gozan de una atención periódica por parte de esas plumas veteranas a las que paga la citada entidad pública”.

            Lástima que Yolanda Castaño no se haya informado de cómo funcionaban las asociaciones de escritores en la Unión Soviética y otros países comunistas. Es el modelo que el que ella parece soñar. Hasta tenían dachas para pasar sus vacaciones.

            Puede haber subvenciones a la edición y a la creación, como las hay en otros sectores, pero no se puede pretender vivir solo de ellas. Entre otras cosas, porque es una vida muy precaria: en cuando cambia el color político de una institución pública cambia la dirección de las ayudas.

            Claro que en lo que ella entiende por vivir de la poesía no solo cuentan “los textos producidos, los libros publicados”, sino “los valores y actitudes que vierte quien firma más allá de la mera ideología de quien la estampa”. Vivir de la poesía significa para ella “ofrecer charlas de acercamiento al género poético, recitales a pura voz o enriquecidos con otros elementos (música en directo o pregrabada, proyecciones visuales, etc,), conferencias divulgativas sobre poesía reciente, labores de jurado en certámenes literarios, talleres creativos, lecturas en verso orientadas a un público infantil, traducciones de poesía, conducción de eventos culturales a los que se quiere dar un matiz más literario, ediciones comentadas, colaboraciones en verso para multitud de proyectos, etc.)”.        

            Y no deja de proclamar orgullosa que ha podido dedicarse enteramente a la poesía “sin tener que dar clases”. Un lector malicioso podría preguntarse (aunque no se ocurrirá escribirlo, por si las moscas) si lo habría conseguido si, en lugar de ser mujer, fuera hombre, y en lugar de haber nacido en Galicia lo hubiera hecho en Albacete. Tampoco habría podido vivir de la poesía, aunque tuviera tanto talento poético, no ya como Yolanda Castaño, sino como Machado, Guillén o Cernuda, pero ningún talento histriónico o para la caza de subvenciones

Yolanda Castaño está orgullosa, y hace bien, de su trayectoria en el campo de la poesía, pero que nos engañe tratando de hacernos creer que es generalizable. Afortunadamente, no lo es.

No hay comentarios:

Publicar un comentario