El marqués y la esvástica
Rosa Sala Rose y
Plàcid García-Planas
Anagrama. Barcelona,
2014.
“Tuvo fama de muchas cosas, algunas buenas y la mayoría
malas”, escribió César González-Ruano refiriéndose al protagonista de su novela
autobiográfica La alegría de andar. Y
luego añadía: “Era muy aficionado a reunir leyendas y calumnias”.
A
esclarecer lo que hay de verdad en la más negra leyenda que ha acompañado desde
siempre el nombre de González-Ruano han dedicado un minucioso volumen la
germanista Rosa Sala Rose, especializada en el nacionalsocialismo, y el
periodista Plàcid García-Planas, experto reportero en temas internacionales.
En el breve
volumen titulado Mis casas, escribió
Ruano a propósito de su primera residencia en París: “Por razones que no son de
este inventario, salí de Berlín precipitadamente y llegué a París el 8 de
octubre de 1940. Aunque iba con un permiso de quince días en mi documentación,
estaba dispuesto a no volver a Alemania y así lo hice, lo que me tuvo más de
tres años sin escribir en los periódicos españoles y viviendo de otras cosas,
experiencia que me faltaba y que, irónicamente, me demostró que podía vivir
incluso económicamente mucho mejor no cultivando esta profesión que estando en
ella”.
La leyenda
negra dice que, entre esas “otras cosas” de las que se podía vivir mejor que
escribiendo, estaba estafar a familias judías, ofreciéndoles documentos falsos
para que pudieran llegar a España y en realidad conduciéndoles a la muerte en
la frontera.
Eduardo
Pons Prades, combatiente del maquis en los Pirineos, cuenta con detalle esa
historia en su libro de memorias Los
senderos de la libertad. La cuenta incluso con demasiados detalles. Habla
de camiones cargados de judíos que llegaban a la frontera de Andorra y allí se
les decía que debían cruzarla a pie y en cuanto descendían los ametrallaban. Un
superviviente contó que había contactado en París con un tipo, muy relacionado
con la embajada española, “de unos treinta y cinco o cuarenta años, alto,
esbelto, con un bigotillo fino, bien trajeado, algo amanerado y cuyo francés
tenía un marcado acento extranjero”. Los guerrilleros buscarían a ese siniestro
personaje en París y allí descubrieron que se trataba de un periodista
madrileño, pero no lograron dar con él.
Sala Rose y
García-Planas no consiguen confirmar esa historia, llena de detalles inexactos
en lo que se refiere a González-Ruano, pero esclarecen hechos con ella
relacionados, como que algunas fortunas del principado de Andorra se hicieron con
el contrabando de judíos durante la guerra y que hubo asesinatos por parte de
los guías para quedarse con el dinero y las joyas que llevaban consigo. Se sabe
incluso dónde están enterrados, aunque nunca hubo interés en investigar ese
asunto. El nombre de algunos de los asesinos fue, sin embargo, un secreto a
voces en el principado.
Esclarecieron
también muchos aspectos del lado oscuro de González-Ruano. Se sabía que era un
periodista venal, pero ahora queda confirmado, con la documentación
correspondiente, que durante largos años trabajó para la Alemania nazi. Cobraba, y
muy bien, por los artículos elogiosos que publicaba en los periódicos españoles
y también por firmar con su nombre textos redactados directamente por los
servicios de propaganda nazi (buena parte de su libro Seis meses con los nazis no la escribió él, sino algún directo
colaborador de Goebbels).
Pero los
alemanes no se fiaron nunca demasiado de Ruano, como tampoco se fiaron de él
los fascistas italianos durante los años que residió en Italia; sabían que
estaba siempre dispuesto a venderse al mejor postor, y que podía traicionarlos
en cualquier momento. De los informes sobre Ruano que se han conservado en los
archivos policiales italianos y alemanes sacan buen partido los autores de El marqués y la esvástica.
Políticamente
no parece que Ruano tuviera principios muy firmes. Lo único claro es su
monarquismo, exacerbado desde que Alfonso XIII le prometió un marquesado cuando
recuperara el trono, y su antisemitismo. Era tan antisemita que nunca simpatizó
demasiado con Franco porque le habían llegado rumores de que tenía antepasados
judíos.
Es posible
que Ruano no participara directamente en el asesinato de ningún judío, pero lo
cierto es que nunca lamentó su destino, ni siquiera después de conocer la
magnitud del holocausto. Y que se aprovechó de ellos cuanto pudo durante esos
años de París, los años de la ocupación, en los que él vivió mejor que nunca
dedicándose no a escribir sino a “otras cosas” más lucrativas.
Por
ejemplo, a vender los cuadros y las antigüedades que encontró en su primer
residencia parisina, propiedad de un judío que había tenido que huir, y que le
fue alquilado por muy poco dinero. Cuando lo dejó, el lujoso piso del distrito
de Passy, de más de ochocientos metros cuadrados, estaba prácticamente vacío.
Muchas
cosas nos cuentan Sala Rose y García-Planas de Ruano, y pocas buenas. Para
vivir como un gran señor, como el aristócrata que creía ser, puso en juego
todas las artimañas de un pícaro sin escrúpulo. Nos cuentan, por ejemplo, el
motivo trivial, una cuenta sin pagar, que desencadenó las investigaciones que
le llevaron a la cárcel de Cherche-Midi, y también sus actividades como delator
en ella, actividades que motivaron tras la liberación a que fuera condenado (en
un juicio, todo hay que decirlo, sin demasiadas garantías) a veinte años de
trabajos forzados “por inteligencia con el enemigo”.
Muchas
novedades bien documentadas hay en este libro y pocas de las habituales
vaguedades en las semblanzas del escritor (lo más flojo son las elucubraciones
a propósito de su sexualidad). Que era un gran escritor, de eso no hay duda, y
tampoco las hay ya de que, durante buena parte de su vida, y especialmente
durante los años de París, fue un estafador y un delincuente, cuyas víctimas preferidas
eran los judíos perseguidos por los nazis.
Pero no fue
el único que sacó lucrativo provecho de la situación. Y no es el menor de los
méritos de esta espléndida investigación, contada como una novela de intriga,
sacar a la luz los claroscuros, los infinitos grises de una época –la de la
segunda guerra mundial– que luego se ha querido simplificar, como un cuento
para niños, en el blanco impoluto de unos y el negro absoluto de otros.
El médico del régimen se regocijaba con sus logros. Por fin tenía su propia granja de indigentes.
ResponderEliminar© María Taibo