sábado, 7 de febrero de 2015

Jardiel Poncela, el humor, el amor y otras paradojas


¡Haz reir, haz reir!
Vida y obra de Enrique Jardiel Poncela
Víctor Olmos
Renacimiento. Sevilla, 2015.

El teatro es el género literario más perecedero y el de Enrique Jardiel Poncela no parece haber resistido demasiado bien el paso del tiempo, al contrario de lo que ocurre con su chispeante obra menor --la recogida, por ejemplo, en El libro del convaleciente y Exceso de equipaje-- y con sus libérrimas novelas, especialmente con La tournée de Dios, que no ha perdido nada de su pungencia provocadora.
            De la mayoría de las obras teatrales de Jardiel Poncela estrenadas durante la posguerra nos queda el ingenioso o llamativo título --Los ladrones somos gente honrada, Cómo mejor están las rubias es con patatas-- y poco más. Difícilmente resisten la representación y apenas si alguna réplica salva el interés de la lectura.
            Hizo todo lo posible Jardiel por acomodar su irreverente talento a la pacata sociedad franquista, pero fue en vano: sus estrenos acabaron siendo una estrepitosa sucesión de fracasos.
            Pero era todo un personaje, y ese personaje no ha perdido capacidad de seducción. Tras varios ensayos biográficos, firmados por su hija Evangelina o por los que fueron sus más cercanos discípulos, Víctor Olmos nos ofrece la que pretende ser la primera biografía completa y no limitada por la cercanía afectiva.
            ¡Haz reír, haz reír! (el título, no sé si muy afortunado, procede de una canción de Donald O'Connor en la película Cantando bajo la lluvia), bien documentada y muy generosamente ilustrada, resume la trayectoria literaria de Jardiel Poncela, de la que él mismo fue un eficaz analista en los extensos prólogos que gustaba poner a la recopilación de sus obras, y nos desvela algunos enigmas de su complicada vida sentimental.
            Jardiel Poncela siempre presumió de su éxito con las mujeres, un éxito que paradójicamente constituyó la gran tragedia de su vida. Al menos eso cuenta en “Misterio femenino”, peculiar ensayo de autobiografía erótica que escribió en 1945 y que no se publicaría hasta después de su muerte, de acuerdo con sus indicaciones: “Mi vida amorosa no ha sido hasta hoy mismo más que una sucesión de renuncias voluntarias. De renuncias a mujeres espléndidas; de renuncias a mujeres capaces de haber esclavizado a todo hombre; de renuncias a mujeres que en todo caso hubieran sido espléndidas para cualquiera; pero de mujeres que no satisfacían mi deseo y mi ansia: de mujeres que no reunían los tres 100 x 100 anhelados y buscados por mí”. Lo que buscaba era la que él denominaba mujer cúbica, esto es, la que reunía “un 100 por 100 de belleza, un 100 x 100 de inteligencia y un 100 x 100 de sexualidad”. 
            Después de muchas aproximaciones –en el poema “La lista” hace el recuento de sus amantes-- creyó encontrarla por fin una tarde de septiembre de 1943 en Barcelona: “No la vi más que un instante y ya comprendí su decisiva influencia en mi vida. Pasó por la calle, delante de mí, que estaba sentado en la terraza de un café, y no ha habido electrocutado que haya recibido la descarga eléctrica que recibí yo al verla. Levantarme como un rayo, detenerla, cogiéndola por un brazo sin considerar nada y decirle allí mismo, en la acera, desatinado y febril, cuanto pasaba por mí, fue simultáneo. Y amarla, instantáneo; y hacerla mía, lo que se tarda en alquilar una habitación”.
            Ningún don Juan más seguro de sí mismo que Jardiel si hemos de creer su palabras (escritas para publicarse póstumas, no lo olvidemos): “En cuando a preguntarla si yo le gustaba, y si ella aceptaba, ni pensé en hacerlo, ni recuerdo haberlo hecho casi nunca, pues de siempre sé que sí, como sé que mis pulmones funcionan y como sé que todo primer acto va a aplaudirse. Y en efecto, yo le gustaba, y ella aceptaba, y pronto me amaba cuanto era capaz de amor...”
            Juntos se fueron a América, en una gira que él pensaba triunfal y que resultó un fracaso (en parte por la animadversión de los exiliados republicanos), y con ella vivió los mejores días de su vida hasta que se dio cuenta de que no era la mujer cúbica que él buscaba y decidió separarse de ella: “Esta renuncia ha sido la peor de todas; ha sido horrenda, porque física y sexualmente aquella mujer estaba –y sigue estando— metida dentro de mi propia piel; porque era mi agua y mi pan; porque aquella maravillosa criatura era toda la luz de mis sentidos, y porque sin ella el mundo estaba para mí a oscuras. Y siento todo así, yo renuncié y provoqué un rompimiento”.
            Por la biografía de Víctor Olmos sabemos que las cosas no fueron tan inverosímiles como nos la cuenta Jardiel, como quizá se las contaba a sí mismo. La mujer que le deslumbró una tarde en Barcelona y a la que dio trabajo como actriz en su compañía, tras el fracaso de aquella avantura teatral, le abandonó en Buenos Aires por un exitoso boxeador. Evangelina Jardiel, hija de otra mujer que también le abandonó, se ha referido a “su angustia el día de embarcar hacia España, esperando hasta el último momento que ella apareciera, y su desolación cuando el barco le iba alejando de Buenos Aires y de ella”.
            Jardiel Poncela, el más brillante de los discípulos de Ramón Gómez de la Serna, quien supo aprovechar como ningún otro, en su vida y en su obra, los nuevos aires que había traído la vanguardia, las libertades republicanas, en la guerra civil se puso decididamente del lado de los sublevados. Más de una vez declaró su admiración por Franco y el nuevo régimen, que sin embargó prohibió sus novelas y solo toleró una obras de teatro escritas ya con una vigilante autocensura. “Yo he escrito siempre el teatro de una manera y la novela de otra diferente”, declaró en “Misterio femenino”, mostrándose y ocultándose como hace siempre en esas páginas. “En las novelas he dejado correr mi rabia. En las comedias no la he dejado aparecer, porque le hubiera sido antipática a la sensibilidad sui generis del público teatral”. Olvida añadir que las novelas --y lo más vivo de su obra-- fueron escritas en una época de libertad mientras que la mayor parte de su teatro en tiempos en que le habían puesto plomo en las alas.
            La vida de Jardiel está llena de paradojas, como sus aforismos –él los llamó “máximas mínimas”--, en muchos casos no menos memorables que los de Oscar Wilde. Víctor Olmos nos cuenta esa peripecia biográfica en una prosa clara, que procura atenerse a la documentación, sin recurrir a la imaginación para llenar los huecos, lo que es muy de agradecer, y a la vez hace un análisis de sus principales obras con abundantes citas. ¿Haz reír, haz reír! es también una excelente antología, la mejor introducción a un escritor, que se quiso ante todo autor teatral, y que por diversas razones quizá no diera en el teatro lo mejor de su talento.

            

1 comentario:

  1. A mí me parece buenísimo en "Eloísa..." o en "Cuatro corazones..." No solo el ingenio, sino también los temas como la identidad y el tiempo. Me fascinan algunas metáforas escénicas de Jardiel, como el personaje que vive en la cama y al que hay que llegar a través de un laberinto de muebles; o el salvaje que cruza el escenario en cualquier momento, ajeno a la trama y al lenguaje.

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