sábado, 22 de agosto de 2015

Ética y moral y otras dicotomías

J

La lectura como plegaria
Joam-Carles Mèlich
Fragmenta Editorial. Barcelona, 2015.

En uno de los “fragmentos filosóficos” (así se denominan en el subtítulo) de La lectura como plegaria escribe Joan-Carles Mèlich: “Hay dos formas de estudiar filosofía: leyendo a Aristóteles y a Kant, o leyendo a Dostoievski y a Kafka. Con el paso de los años prefiero la segunda”.
            Y ciertamente la literatura también trata de explicar el mundo, como la filosofía, pero lo hace de otra manera; en ningún caso parece que Dostoievski pueda sustituir a Kant ni Aristóteles a Kafka, aunque sí complementarse.
            ¿Se complementan literatura y pensamiento en estas reflexiones de Joan-Carles Mèlich? Muy a menudo, no. El lector queda a menudo perplejo por la, al menos en apariencia, falta de rigor conceptual de quien profesionalmente se dedica a la filosofía.
            Falta de rigor conceptual y de precisión terminológica. Comencemos con algún ejemplo de lo segundo: “A diferencia de la metafísica, que tiene como objetivo responder a la pregunta por la esencia de la justicia, de la verdad, de la dignidad o del deber, la prosa se ocupa de la amistad, de la vulnerabilidad, de la intimidad o del humor”. ¿La metafísica se escribe acaso en verso? Por lo que leemos más adelante parece que cuando escribe “prosa” quiere decir “novela”, pero debería decir “literatura” (también Shakespeare tiene mucho que enseñar), se escriba en prosa o en verso.
            En otro pasaje distingue entre “cara” y “rostro”: “La moral solo ve caras. La cara no tiene nombre propio, es una categoría. Hombre, mujer, casado, soltero, divorciado, padre, madre, hijo, hija, hermano, profesor, alumno, homosexual, heterosexual, etc. Habitar moralmente el mundo es aprender a tratar con las caras de los otros”.
            ¿Tienen los casados una cara distinta de los divorciados? Es fácil caricaturizar a Mèlich. “La cara no es el rostro”, añade él. Y aclara: “El rostro no se ve, es una voz”. Pues debería empezar por definir “cara” y “rostro” y convencernos de la utilidad de darles a esos términos un sentido distinto al que tienen en español.
            El pensamiento de Mèlich parece, a juzgar por estos “fragmentos filosóficos”, caprichosamente maniqueo: la moral es negativa, la ética positiva (lo mismo que es negativa la “metafísica” y positiva la “prosa”). De ahí que considere al libertino de las novelas de Sade “radicalmente moral”, ya que es fiel a un imperativo categórico: “¡Goza!”. Y añade: “El libertino obedece la ley”. ¿Pero en qué código –nos preguntamos los lectores– la búsqueda del goce a cualquier precio es una ley? ¿En el de la pasoliniana república de Saló?
            “La ética y la moral no son lo mismo” nos explica al comienzo de uno de los fragmentos. La moral sería “el conjunto de valores, de normas, de hábitos, de actitudes que comparten los miembros de una cultura en un momento determinado de su historia”. La moral, de acuerdo con su etimología, tendría que ver con las “costumbres” aceptadas socialmente. La ética, por el contrario, “es la respuesta a la demanda del rostro del otro en una situación de radical imprevisibilidad”. Entendemos lo primero, entendemos menos lo segundo. Mèlich utiliza un concepto restrictivo y anticuado de moral, que incluso llega a confundir con las viejas normas de la buena educación (la moral nos diría “cómo tenemos que vestirnos, saludar, comer o hablar”), mientras que idealiza y fantasea sobre la ética: “La ética muestra que la vida es un conjunto de sendas en un bosque que nadie ha recorrido nunca”.
            La moral da normas abstractas; la ética se ocupa de casos concretos. Eso es lo que parece deducirse de las idas y venidas, de las imprecisiones verbales y conceptuales de Mèlich. Por ello, “tiene razón Wittgenstein”, como afirma en el fragmento 63, y “no hay teorías éticas. Solo narraciones”.
            Con un “no tener miedo de las paradojas” comienzan estos fragmentos, que en unos pocos casos son sugerentes aforismos (“La justicia es un deseo; la injusticia, una experiencia”), en otros algo inanes referencias autobiográficas (“Sin escribir no podría vivir. Pero necesito cuadernos, una pluma y tinca de color violeta. No puedo utilizar el ordenador porque tengo que sentir el cuerpo de la escritura, el olor de la tinta y la textura del papel”) y en la mayoría da la impresión de resumir lo que más ampliamente ha expuesto en otros libros (Filosofía de la finitud, Ética de la compasión, Lógica de la crueldad) y que quizá en ellos tenga un rigor conceptual y terminológico que estos apuntes se encuentra a menudo ausente. No hay que confundir una paradoja con el jugueteo con las palabras que nos lleva a distinguir entre conceptos presuntamente negativos, como “cara” y “crítica” (abundante en la sociedad actual) frente a otros como  “rostro” y “transgresión” (escasa hoy en día), para Mèlich positivos.
            Un libro con sugerentes apuntes sobre temas muy actuales, como el perdón y las víctimas, o siempre actuales, como la educación y la religión, que conviene leer con ciertas precauciones, ya que a menudo la caprichosa ocurrencia tiende a ocupar el sitio del exigente pensamiento.

3 comentarios:

  1. Lisandro Torreblanca24 de agosto de 2015, 11:10

    ¡A quién se le ocurre leer a filósofos profesionales!

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  2. A mí, por ejemplo, se me ocurre: leo a Kant, a Russell, a Heidegger, a Cassirer, a Putnam y a muchos otros profesores universitarios que han ganado un nombre en la historia de la filosofía como pensadores originales. No me ha pasado encontrar que leerlos representara ningún inconveniente. Al contrario: es especialmente enriquecedor.

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    1. Lisandro Torreblanca26 de agosto de 2015, 11:19

      "Muchas veces quise emprender el estudio de la metafísica, pero siempre me detuvo la felicidad."
      (W.H. Hudson)

      "La mayor parte de la filosofía y de la literatura son metáforas y retruécanos, falsos juegos de palabras, mascarada e histrionismo."
      (R. Pérez de Ayala)

      "Filosofía. Respuestas incomprensibles a problemas insolubles.
      (Thomas Adams)

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