sábado, 4 de junio de 2016

Juan Eduardo Cirlot, verdad y mito


Cirlot, ser y no ser de un poeta único
Antonio Rivero Taravillo
Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2016.

¿Fue Juan Eduardo Cirlot un poeta marginado en vida, un poeta al que se aplicó “un cordón sanitario” para que sus audacias éticas y estéticas no contaminaran a la adocenada sociedad de la época? Antonio Rivero Taravillo, su más reciente biógrafo, parece creerlo así: “La Cataluña intelectual en la que tan poderoso era el PSUC rodeó a Cirlot, verdadero poète maudit, de una alambrada de espinos no tanto diseñada para evitar que él escapara de ella como para impedir que otros se introdujeran en su universo, mucho más amplio, es patente, que el mundo nacionalista de entonces para el que la única historia era la marxista y gregaria, y cargada de realidad y sociedad, cuando nada hay, para el genio, más cierto que la irrealidad, el estupor, lo desconocido, lo solo”.
            Desde esta perspectiva acrítica se ha escrito Cirlot. Ser y no ser de un poeta único. Blas de Otero, nacido también en 1916, alcanzaría resonancia, según Rivero Taravillo, por cultivar la poesía social mientras que Cirlot sería marginado por negarse a practicarla.
            Se trata de una visión en exceso simplista. Habría que comenzar diciendo Blas de Otero no es solo un poeta social y que una buena parte de la poesía de Cirlot carece del menor interés. El propio Rivero Taravillo lo reconoce así. Hablando de Inger, permutaciones (1971) afirma que sería “aburrido e innecesario” reproducir las 120 permutaciones que forman la primera parte del libro (“Inger / Ingre / / Inerg / Inegr / / Inreg / Inrge”). No más aburrido e innecesario resulta leerlas en un estudio del poeta que en cualquier antología de su obra. Pero esta primera parte, añade a continuación, no es más que la base de la “combinatoria fonética que viene a continuación, en la que cada lector podrá hallar incluso palabras agazapadas de idiomas que conozca”. La poesía es, sobre todo, “sugerencia, lenguaje figurado” y por eso Rivero Taravillo encuentra poesía “en su máxima expresión” en el siguiente fragmento de Inger, permutaciones: “Ierfn reng nirg / niregn / irgnern / ignegnirnirn / Nrieg rige ngrein / Níger ngire ngeri / gnire / rn”.
            Si ese juego con las letras de una palabra es o no poesía podrá resultar discutible; lo que no es discutible es que carece de interés y que cualquiera puede dedicarse a ello sin necesidad de ningún talento especial ni para la poesía ni para las matemáticas. Si es poesía, es poesía con prospecto: necesita ir acompañada, como cierto arte contemporáneo, de explicaciones y justificaciones intelectuales. En el epílogo a Inger, permutaciones, escribe Cirlot: “Al margen del origen de esta técnica (relacionada con la música dodecafónica, el Tsruf qabbalístico y una zona de las matemáticas), este poema se propone menos una función lírica que constituir una suerte de rito ante el imposible”.
            Buena parte de la poesía de Cirlot (sin excluir por completo su afamado Ciclo de Bronwyn) carece de otro interés que el meramente anecdótico. Buena parte, pero no toda. Se trata de un autor al que le benefician poco las obras completas y que está muy necesitado de un exigente antólogo que rescate (como hizo Luis Alberto de Cuenca con el poema “Momento”) lo que hay de vivo y verdadero en su poesía.
            Antonio Rivero Taravillo prefiere el panegírico acrítico y glosar el mito de la marginación. Juan Eduardo Cirlot no fue un marginado: como profuso crítico de arte gozó del mayor prestigio, contribuyó decisivamente a imponer los más destacados nombres de la vanguardia artística (el “informalismo”, el arte abstracto llegaría a convertirse casi en la pintura oficial durante el franquismo) y su Diccionario de símbolos se convirtió pronto en un libro mítico.
            Era un personaje paradójico y eso es lo que hace más interesante esta biografía. Descendiente de militares, próximo al nazismo (admiraba a Hitler, le dedicó un poema a Rudolf Hess), era a la vez un gran admirador del mundo judío y un estudioso de la cabala.
            Le interesaba todo lo esotérico. Colaboró en Planète, la revista que dirigían Pauwels y Bergier, los autores del best seller mundial El retorno de los brujos, dedicado a las civilizaciones desaparecidas, los fenómenos parapsicológicos, los alienígenas antiguos y otros asuntos parecidos que todavía siguen dando mucho juego en los canales temáticos de televisión.
            El mundo celta constituía también otra de sus obsesiones y ahí se emparenta con Rivero Taravillo, gran especialista en el tema. Las divagaciones al respecto constituyen lo más interesante de su libro, así como algunas excelentes traducciones que nos ofrece a modo de propina (la del poema “Ulalume” de Poe, la del más célebre monólogo de Hamlet).
            La vida de Cirlot (forzado trabajador editorial, coleccionista de armas, jurado en abundantes certámenes artísticos, prolífico articulista) no tuvo más aventuras que las de sus sueños, sus lecturas, sus fantasías, su fascinación por las armas antiguas, especialmente las espadas, que gustaba de coleccionar. Se sintió frustrado porque el éxito económico de los artistas de vanguardia no le alcanzó a él: “Así es la vida –le confesó a Eduardo Millán–. Yo, que me inventé a Tàpies, tengo que ir todos los días a trabajar a la editorial para mantener a mi familia, mientras que él vende sus cuadros a un millón de pesetas”.
            La correspondencia inédita de Cirlot con Carlos Edmundo de Ory, en sus comienzos, y con  la poeta venezolana Jean Aristeguieta, en sus años finales, le permite a Rivero Taravillo adentrarse en la intimidad de un escritor paradójico, capaz de afirmar en una misma frase que “adoraba” a los judíos y admiraba a Adolfo Hitler. Pero esas peculiaridades del personaje no contribuyeron a marginar al poeta, sino a convertirle en mito, en un poeta quizá más admirado cuando conocido de oídas que cuando verdaderamente leído. 

6 comentarios:

  1. Yo tengo escrito este poema cirlotiano:

    Lágrimas caen por el celeste amigo
    cuando las temibles brumas del tiempo
    de devorar tratan los sentimientos.
    Dulce néctar del corazón testigo.

    Cabeza clara de revueltos rizos,
    boca que marca recuerdos a fuego,
    piel suave, divino terciopelo,
    no serán nunca alimento de olvido;

    pues la doncella en su torre postrada
    los mimará siempre, extraño empeño.
    Triste princesa que ignora el secreto.

    Y así con su espera, mágica hada,
    protege, cálida, al caballero,
    que por el mundo va, rondando etéreo.

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  2. Una vez más, JLGM, totalmente de acuerdo. Me fascinó el Diccionario de símbolos que consulté mucho en una época y son interesantes sus sueños pero su poesía.. Efectivamente es otro escritor al que le favorece el malditismo. Su verdadera importancia fue como crítico de arte

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  3. No tengo claro que lo que dice JLGM sea lo que BdeS al parecer le atribuye: que su poesía, la de Cirlot, carece de interés. Lo que sí dice es que se trata de un poeta de antología, lo cual es muy distinto y nada distintivo (hasta San Juan de la Cruz lo es). En cualquier caso, señalo mi desacuerdo: Cirlot es, a mi parecer, un excelente poeta, y además un poeta imprescindible. La historia de la poesía española de posguerra no puede contarse (con un mínimo de justicia o de acierto) sin él.

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  4. Que Dios te conserve la vista, querido anónimo.

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  5. Se agradece de veras el buen deseo, a estas alturas (vitales) especialmente oportuno.

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  6. Yo he disfrutado mucho con la biografía, que me parece un trabajo profundo, contrastado y con un aplicado recurso de fuentes directas. Queda claro en ella que Cirlot no fue en absoluto un poeta marginado y que tuvo una vida literaria solvente. Por tanto, el libro de Antonio Rivero taravillo es una delicia; y la poesía de Cirlot para los devotos del surrealismo, para quienes piensan que el laberinto semántico es calidad. A mí me gusta otro tipo de poesía, sin papiroflexias verbales. Un abrazo, José Luis.

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