Mis libros de siempre jamás
Fulgencio Argüelles
Saltadera. Oviedo,
2018.
Un libro sobre libros puede ser el más apasionante de los
libros. Ahí están, para demostrarlo, Biblioteca
personal o Los prólogos a La Biblioteca
de Babel, de Jorge Luis Borges, obras aparentemente menores –fueron fruto
de un encargo editorial–, pero llenas de encanto y condensada sabiduría.
Al mismo
género, o subgénero, pertenece Mis libros
de siempre jamás, del novelista Fulgencio Argüelles. Como tantas otras
misceláneas, el volumen tiene un origen periodístico. Los capítulos fueron
apareciendo, semana tras semana, en un suplemento cultural, contradiciendo la
norma de atenerse a la actualidad: “En un mundo atormentado por las prisas,
enloquecido por el vértigo de las imágenes y entregado incondicionalmente a las
novedades, pensé que estaría bien detenerse en algunos de los libros grandes
que merecen ser considerados generación tras generación”.
Como todo
buen lector, Fulgencio Argüelles es un lector caprichoso. No trata de hacer un
canon de la narrativa occidental –el libro se ocupa fundamentalmente de
narrativa–, sino solo glosar y recomendar las obras que han supuesto un hito
especial en su formación.
No dejan de
sorprender, sin embargo, algunas clamorosas ausencias en una selección no
precisamente breve. Entre ciento veintiocho obras, ¿no hay sitio para ninguna
novela española del siglo XIX? ¿Ni Clarín ni Galdós ni Emilia Pardo Bazán
tuvieron nada que decir al aspirante a narrador que era Fulgencio Argüelles?
¿Ningún título de Dickens le dejó huella? ¿Cómo explicar la ausencia de
Stendhal y la presencia de Alfonse Daudet con una obra tan menor como Safo?
El siglo XX
español se reduce a las Sonatas de
Valle-Inclán, El árbol de la ciencia de
Baroja, Volverás a Región de Juan Benet y dos títulos de Luis Mateo Díez, La fuente de la edad y Fantasmas del invierno. La selección nos
deja un poco perplejos, pero al capricho no hay que pedirle razones.
Fulgencio
Argüelles es un escritor, no un estudioso de la literatura (su formación académica
está relacionada con la Psicología), y a ello se debe buena parte del atractivo
del volumen, y también algunas de sus insuficiencias. En el capitulillo
dedicado a las Sonatas, se nos dice
que “el autor compone una despiadada parodia de la sociedad de su época”.
Afirmación cierta, pero no referida a las memorias apócrifas del marqués de
Bradomín, sino a los esperpentos, que no se seleccionan.
Mis libros de siempre jamás lleva el
subtítulo de “narrativa”, indicativo quizá de que se trata de una primera
selección dedicada a ese género literario. Pero no es del todo cierto: aunque
Fulgencio Argüelles, novelista, selecciona fundamentalmente novelas, también
nos encontramos teatro y poesía, quedando fuera solo el ensayo.
El teatro
aparece representado por dos obras de Aristófanes y La Orestiada de Esquilo; la poesía por Homero, Ovidio y Juvenal,
sorprendente trilogía.
El lector
llega a la conclusión de que esta miscelánea no es enteramente lo que dice ser,
un recuento de los libros que marcaron la iniciación lectora de Fulgencio
Argüelles, ni tampoco un exigente canon de lecturas fundamentales. Parece en
buena parte producto del azar.
¿Le resta
eso valor? En cierto modo, sí. Los libros que recogen artículos publicados
previamente en la prensa suelen tener mala prensa. Y no siempre inmerecida. Las
publicaciones periódicas son un contenedor: desde sus inicios han publicado
tanto información periodística como literatura, literatura breve (poemas,
relatos, ensayos) y también obras extensas capítulo a capítulo (novelas de
Baroja, algunos de los títulos capitales de Ortega o Azorín). Pero no todo lo
que aparece en los periódicos merece pasar al libro, es preciso hacer una
selección y una estructuración, el editor se convierte en coautor para que el
resultado no sea una mera acumulación.
Como
novedad, cada capítulo comienza y termina con las primeras y las últimas frases
de la obra comentada. Hay comienzos con razón famosos, como el de Ana Karenina (“Todas las familias felices
se parecen, cada familia desdichada lo es a su manera”), pero la mayoría
resultan poco significativos, como casi todos los finales. Parece un añadido
innecesario.
Mis libros de siempre jamás habría ganado
con una exigente selección, dejando fuera obras menores e incluso obras mayores
de las que se tiene poco personal que decir. Pero tal como está no carece de encanto,
un poco a la manera de esas librerías de viejo donde todo está revuelto y
donde, muy a menudo, no encontramos lo que buscamos, aunque sí otras obras que
no buscábamos, que no sabíamos siquiera que existían y que suponen toda una
revelación. Es el caso de algunos títulos de la literatura centroeuropea
–muchos de ellos referidos al Holocausto– o de sorprendentes títulos –como la
novela indigenista Matalaché, de
Enrique López Albújar– de los que nunca habíamos oído hablar.