Variaciones y reincidencias (Poesía 1978-2018)
Javier Salvago
Sevilla.
Renacimiento, 2019.
Pocos poetas tienen tan claros sus maestros y a la vez son
tan personales como Javier Salvago, un poeta sevillano que en los años ochenta
destacó por su sentido del humor paródico –La
destrucción o el humor se titula el libro que le dio a conocer–, su
lenguaje coloquial, su confesionalismo y su virtuosismo métrico.
El maestro
más evidente era el Manuel Machado de El
mal poema, del que emula sus característicos autorretratos en pareados
alejandrinos (“Variaciones sobre un tema de Manuel Machado” comienza así: “El médico me manda no escribir más. Al
menos / me pide que no ponga sobre la llaga el dedo, / que deje de arañarme por
dentro como un gato…) y la hazaña de un soneto trisílabo. “Miradas / curiosas.
/ Dichosas / veladas. / Espadas / pringosas. / Sabrosas / tostadas. / Relatos /
pausados. / Vagancia. / Zapatos / mojados. / Infancia”.
En los tiempos del culturalismo novísimo,
Salvago anticipaba lo que después se llamaría –con cierta imprecisión– “poesía
de la experiencia”. La suya lo era en sentido literal: pocos poetas se han
dedicado con más dolorida verdad e insistencia en los detalles –muchos ya con
la pátina de otro tiempo– a contar la suya.
Tras
publicar Ulises en 1996 y reunir su
obra completa, Javier Salvago pareció
dar su obra por concluida. Los dos más extensos poemas de ese último libro, “Mi
pueblo” y el que lleva el mismo título del conjunto, llevaban hasta el extremo
una manera de entender la poesía –autobiografía y costumbrismo– en la que el
fracaso era “el único argumento de la obra”. Daba la impresión de que el poeta
ya había dicho todo lo que tenía que decir, que no había lugar para más “variaciones
y reincidencias” –así tituló su obra completa–, y que como Gil de Biedma
abandonaba la poesía.
Pero en el
caso de Salvago. ese silencio no fue definitivo. Quince años después volvió a
publicar un libro, Nada importa nada
(2011)y siguió con otro de titulo igualmente significativo, Una mala vida la tiene cualquiera (2014),
a los que añade en esta nueva edición aumentada de Variaciones y reincidencias el inédito La vejez del poeta.
“Solo el
humor me salva” afirma en uno de sus primeros poemas. Ahora ese humor ha
desaparecido y se ha acentuado –si era posible– el pesimismo. Se atenúan en
cambio los virtusismos métricos, aunque no falta algún ejemplo de la
reiterativa sextina, tan de moda en los años ochenta. Una novedad es el gusto
por la poesía popular. Sigue habiendo haikus, pero se escriben por soleares y
abundan más las coplas y los apuntes sentenciosos.
No escasean
los aciertos en estas breverías, pero con cierta frecuencia se convierten en
naderías. El propio autor es consciente de ello: “Tiene un peligro muy grande /
‘la máquina de trovar’ / y es que si se pone en marcha / no sabes cuándo
parar”. Se echa de menos, en este Salvago epigonal, una mayor capacidad
autocrítica. O un maestro como Fernando Ortiz, tan presente en sus comienzos
(le dedica dos emotivos homenajes).
Y también
un mayor distanciamiento, aunque en él nunca fue excesivo, entre el autor que
escribe y el personaje que aparece en los versos. En “Tu peor agente literario”
relee sus propios poemas y descubre que “no están mal: hay oficio, / vocación,
experiencia, / sentimiento, ironía, / algún acento nuevo / y una visión del
mundo y de la vida / propia, según los pocos / críticos que te hicieron algún
caso”.
La ironía
es precisamente lo que falta en estos nuevos poemas, tan reiterativos
en su pesimismo, roto solo cuando aparece Zombi, su gato: “Que trae mala
suerte, dicen del gato negro. / Para mí fue una dicha que llegaras, pequeño, /
negro como la noche, cálido, suavecito, / a vivir con nosotros como el más
consentido” .
El Javier
Salvago que retorna del silencio es y no es el que fue. A ratos caricatura de
sí mismo y a ratos uno de esos poetas que difunden en las redes sociales su
sentimentalismo primario y un catálogo de buenas intenciones: “Amar a las
personas / como se quiere a un gato: / con su carácter y su independencia, /
sin intentar domarlo, / sin intentar cambiarlo, / dejando que se acerque cuando
quiera, / siendo feliz, / con su felicidad”.
¿Lo que se hecha de menos? Un hachazo a la hache.
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