Oriundos
Fernando Fernández
Cataria Ediciones.
Ciudad de México, 2019.
Por el más pequeño rincón del mundo, pasa la historia del
mundo. Fernando Fernández –poeta y ensayista mexicano nacido en 1964– quiso
conocer la historia de sus abuelos, que emigraron a México en los años veinte,
y para ello volvió a la aldea de la que habían partido, Asiego, en el concejo
de Cabrales, residió allí durante un tiempo, se entrevistó largamente con sus
escasos habitantes.
Fernando
Fernández ha investigado con rigor y minuciosidad, pero Oriundos está lejos de ser un tedioso trabajo académico, una
monografía sobre la emigración o sobre la vida rural. Es un espléndido trabajo
literario. Una galería de retratos. Una novela sin ficción.
El punto de
partida no puede resultar más sugerente: la fotografía en la que el maestro de
Asiego aparece rodeado de sus alumnos. El abuelo del autor, hijo del maestro,
la llevó consigo hasta el final de sus días. Así se la describe en uno de los
primeros capítulos: “En medio de los niños, en las gradas improvisadas contra
la pared de piedra no lejos de la Escuelina, el Tío Aquilino es el centro de un
sistema solar de treinta y seis planetas incipientes. Un sistema de historias,
un semillero de destinos, un punto de partida de treinta y seis direcciones
cuyo eje será su infancia en aquel pueblo, las paredes de esa escuela, la
personalidad de este maestro”.
Oriundos es una crónica con muchos
personajes, todos ellos con su personalidad y su enigma, todos ellos
perfectamente caracterizados, pero tiene dos claros protagonistas, Santos y
Fernanda, los abuelos del autor. Con la muerte de la segunda comienza el libro:
“Fernanda murió un viernes de marzo, una tarde de sol esplendoroso que daba un
tono vívido a las jacarandas recientemente florecidas de la Plaza de Uruguay. A
los noventa y dos años, había conservado la fuerza y la buena disposición, y
hasta poco antes de caer enferma ninguna mañana dejó de levantarse temprano
para ponerse al frente de los asuntos domésticos, pendiente de la cocina, de la
puerta y del teléfono”. Esa muerte no termina de relatarse hasta el último
capítulo: Fernanda fue la última superviviente de un mundo que, mientras ella
viviera, seguía vivo y que gracias al buen hacer de su nieto resucita ahora
ante nosotros.
Casi todos
los personajes que aparecen en este libro son ancianos. Unos han perdido la
cabeza, y viven entre dos mundos, otros siguen llenos de vitalidad, como Quilo
el Viejo, que “a pesar de los ochenta y seis años que acababa de cumplir, a
pesar de la soledad y las pérdidas que marcaron la última etapa de su vida” se
había mantenido joven y ello se notaba en que comía con la voracidad de un
muchacho, conducía, fumaba tres o cuatro puros al día, según se nos relata en
“Reencuentro en Avilés”.
De vez en
cuando, como no podía ser de otra manera en una investigación de estas
características, el propio autor se convierte en personaje y acá y allá nos
deja entrever pasajes de su biografía. Tiene, sin embargo, el buen gusto de no
ocupar nunca el primer plano: solo nos cuenta aquello que tiene que ver con la
historia de aquellos niños que aparecen en la foto de la Escuelina.
La gran
historia se entrecruza, como no podía ser de otra manera, con la pequeña
historia, con la unamuniana intrahistoria: la guerra civil deja su huella en
esta remota aldea y en estas vidas. También la historia de México: la llegada
al puerto de Veracuz en diciembre de 1923 del abuelo Santos coincidió “con el
estallido de una rebelión militar que tuvo precisamente a esa ciudad como
escenario”. Pero aunque pasaran la mayor parte de su vida en México, aunque
murieran allí, estos emigrantes nunca dejaron de sentirse asturianos de Asiego,
una remota aldea encaramada en los Picos de Europa, el mejor lugar para admirar
la más emblemática de sus cumbres, el Naranjo de Bulnes.
Como en la
gran literatura, en Oriundos la
crónica local llena de pequeños detalles exactos sobre unos muy concretos
personajes, nos habla de ellos y de nosotros mismos. La pericia del autor convierte
esta historia familiar en un relato simbólico sobre los enigmas de la condición
humana.
UN VERSO
ResponderEliminarEsa cosa llamada amor —ignota— es la verdad más allá de los teatros. El sin porqué, lo innecesario, mapa de mapas.