viernes, 15 de mayo de 2020

Pobreza y picardía


La pobreza
Antonio Gamoneda
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2020.

Algo de novela picaresca tiene la vida de Antonio Gamoneda: partiendo de la extrema pobreza ha conseguido llegar a la cumbre de toda fortuna literaria, tras ir dejando atrás diversas servidumbres.
            Esa novela basada en hechos reales la ha contado en numerosas ocasiones. Su segundo libro de memorias le añade matices hasta ahora inéditos. Durante los años cincuenta participó en numerosos concursos literarios, a veces con su nombre, a veces con el de un amigo, que se presentaba a recogerlos y con el que compartía el cincuenta por ciento del importe: “Manipulaba los poemas con el fin de que el mismo texto, modificado puntualmente, sirviese para otras convocatorias, y si sabía o suponía que un poeta de renombre iba a ser parte del jurado, buscaba una entonación que, recordando la suya, motivase su preferencia”.
            Tampoco mostró luego excesivos escrúpulos en los galardones que él mismo organizaba. En 1971 conoció a un pintor, Faik Husein, que apenas sabía hablar español. Le ayudó a escribir un libro de poemas “directamente en el castellano que no sabía” y luego le animó a presentarlo al premio de la bienal de poesía “Fray Bernardino de Sahagún”, que el propio Gamoneda organizaba (y de cuyo jurado formaba parte como secretario). Naturalmente, Faik Husein obtuvo el galardón. No se nos indica si repartió el importe con su colaborador.
            En 1975, recibió Gamoneda una carta de la fundación Juan March, indicándole que había sido aceptada su solicitud y que se le concedía una beca para que, en el plazo de un año, escribiera un libro de poemas. Lo curioso es que no había presentado ninguna solicitud. Un amigo suyo, encargado de otorgar esas becas, lo había hecho por él: “Sabía que yo necesitaba un empujón para restablecerme en la escritura, y sabía también que haría cuanto pudiera en el trance de la picardía”.
            El libro que escribió con esa beca, algo fraudulentamente otorgada, fue Descripción de la mentira, tan decisivo en su trayectoria literaria.
            En 1977 le fue otorgado el premio “Antonio González Lama” para libros inéditos al poeta Alfonso López Gradolí. Pero la obra premiada, Las palabras, sin más cambio que el del título (antes, Las señales del tiempo), ya había sido publicada en 1971 y en una colección de cierta resonancia. ¿No lo sabía Gamoneda, a quien se le dedica el primer poema, no lo sabía el resto de los miembros del jurado? Más bien, no les importaba el fraude.
            Tampoco le importa a Gamoneda contar cómo obtuvo, por libre y en dos años, el bachillerato: varias asignaturas le fueron aprobadas “por casualidad, por amaño o por recomendación”.
            Y le trajo –y le sigue trayendo, aclara—sin cuidado que el procedimiento para convertir su contrato en la institución Fray Bernardino de Sahagún “en plaza de funcionario relevante” rozase o no la prevaricación. Aprovecha sus memorias para vengarse de quien tuvo la osadía de presentarse a un concurso teóricamente público, “pero orientado a adjudicarle la plaza” (como así fue, aunque luego los tribunales decidieran lo contrario): una señora “con un cociente intelectual sorprendentemente bajo y una destacada capacidad para llorar y mentir”.
            Los libros de memorias son literatura y algo más, textos documentales que pueden ser desmentidos que, al contrario que las novelas, pueden ser desmentidos por la realidad. Antonio Gamoneda lleva a cabo numerosos ajustes de cuentas en estas memorias, pero los datos que nos ofrece deben ser aceptados con mucha cautela. Nos cuenta, por ejemplo, que en 1983, estuvo en Avilés, “donde se inauguraba la casa de cultura”.(en realidad, como jurado del premio Ana de Valle el año en que se le concedió a Luis Miguel Rabanal, a instancias del propio Gamoneda, por un libro no preseleccionado), y que allí presenció una discusión entre Luis Rosales y Guillermo Díaz-Plaja a propósito del empeño del primero de concederle el Cervantes de ese año a Alberti y la negativa del segundo. Rosales, muy violento (“nunca le había visto tan violento”, escribe) le dijo presuntamente a Díaz-Plaja: “Vosotros no sabéis más que las artes del verdugo”. Pero da la casualidad de que Díaz-Plaja no estuvo en Avilés ese año y además no era jurado del Cervantes sino uno de los candidatos.
            La pobreza, continuación de Un armario lleno de sombra, pretendía retomar la historia donde aquel libro la dejó, cuando cumple catorce años y comienza a trabajar en un banco, y concluir cuando abandona el trabajo bancario para comenzar sus actividades como gestor cultural en la diputación leonesa. Pero pronto, entre incisos y divagaciones, argumentos y contraargumentos (el libro parece hecho a trompicones, rescatando apuntes y según las ocurrencias de cada día), abandona esa idea y entremezcla los recuerdos de cualquier época con notas de diario sobre su ajetreada vida de autor de éxito: doctorados honoris causa, conferencias y lecturas, largos viajes por todo el ancho mundo siempre invitado por alguna institución.
            Homenajea a los poetas amigos  –Ildefonso Rodríguez, Juan Carlos Mestre, Miguel Casado-- y enjuicia sumariamente a otros poetas que conoció. Pero ni los juicios críticos, que pretende fundamentar en la cita parcial de un poema, ni los no escasos excusos teóricos (sus conocidas diatribas contra el realismo y la insistencia en la poesía no es literatura, sino “palabra instantánea”) presentan excesivo interés.
            El libro se salva por las muchas páginas que dedica a figuras, de escasa o ninguna trascendencia pública, pero que fueron fundamentales en su vida, como Jorge Pedrero, protagonista de una de las secciones de El libro del frío, y por la evocación de los años que pasó en el banco, que algo tiene de amarga novela costumbrista.
            Aclara Gamoneda que, contra lo que suele decirse, la censura no prohibió el libro que luego se publicaría con el título de Blues castellano, simplemente aconsejó algunas supresiones. Fue él quien prefirió no publicarlo y, según la leyenda, renunció a escribir a poesía hasta que le animó a ello la concesión de la beca March. Pero no es enteramente cierto: colaboró en Las escamas del corazón, el libro de Faik Huseind, y en 1972 participó en una antología que él mismo había preparado, El tema del agua en la poesía española. Nunca, por otra parte, tuvo inconveniente para presentarse a premios acatando la censura. Ni sus actividades como compañero de viaje del partido comunista, que nos detalla con minucia, le procuraron demasiados problemas.
            No es la pobreza, como dice el título, sino la vejez la gran protagonista de este libro, que nos habla muy a menudo de enfermedades y de imposibilidades y de extrañas “visitas” alucinatorias, pero también de amistad y de amor, de un inquebrantable amor conyugal (muy hermosas las páginas que dedica a su mujer, a sus hijas, a su nieta Cecilia).
            Un libro mal hilvanado, quizá deliberadamente, donde las pequeñeces sin mayor interés alternan con páginas memorables, un libro que a los detractores del poeta les dará abundantes argumentos para seguir considerándolo sobrevalorado, como el propio Gamoneda dice que afirmaba de él Eugenio de Nora.
Pero a pesar de todos sus pentimentos y trampantojos, La pobreza constituye un ejemplar retrato de cuerpo entero del poeta. Con admirable sinceridad, nos cuenta el casi nunca fácil camino que tuvo que seguir hasta llegar, como Lázaro de Tormes, a “la cumbre de toda buena fortuna”.

           

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