Realidad
José Manuel Benítez
Ariza
Siltolá. Sevilla,
2020.
Los poemas de Realidad parten de situaciones cotidianas, y de ahí quizá el título, unas de aparente trivialidad (“Terrazas”, “Lector en la playa”, “El baño”, los apuntes viajeros de “Waterford”) y otras cargadas de emoción al margen de su tratamiento poético: “Desmantelando una habitación infantil” o “A un desmemoriado”, sobre el padre con Alzheimer.
¿Cómo se consigue dotar de trascendencia a unos poemas que podían incurrir en la trivialidad o en el desbordamiento sentimental? El tono de Benítez Ariza es aparentemente frío, casi ensayístico: le gustan las frases largas, matizadas, los “sin embargo” y los “por tanto”; llega incluso a titular un poema como “Diagnóstico razonado de un problema de vértigo”. Solo muy de tarde en tarde se permite algún verso que sobresale del conjunto por su especial expresividad, incurrir en la greguería (esos vendedores callejeros de paraguas “con su carga de murciélagos dormidos”) o terminar el poema con una ocurrencia: “Y las higueras, ya se sabe, / incluso las recién nacidas, / son viejas por definición, / como las piedras y los montes”.
La poesía de Benítez Ariza no nos deslumbra por su brillo, sino por su lucidez. Es poesía en la que el mirar y el pensar se unen inextricablemente. Los sentidos están al servicio de la inteligencia.
Lo que llamamos realidad no es más que una parte de la realidad: “Alguien trazó a tus pies un círculo de tiza / y te dijo que nunca debías transgredirlo”.
Ese círculo de tiza lo transgrede con frecuencia Benítez Ariza en estos poemas. “Ante un ramillete de perejil” nos habla “de una íntima conexión, más allá de la lógica, / de todo con el Todo”; en “Terraza” imprevistamente se interrumpe la conversación feliz del grupo de amigos “y es como si de pronto / todo el mundo aguzara los oídos / en anticipación de algo que se aproxima / y, sin embargo, no / termina de llegar”. En algún caso, el poema, como en “A la Madonna de Waterford” el poema adopta la forma de una peculiar oración a “un primitivo dios que atiende y calla”, el mar.
“Diez acuarelas” se titula una de las secciones del libro. Benítez Ariza no solo es poeta, narrador, crítico literario, ensayista de múltiples intereses, traductor de algunas de las más destacadas obra de la literatura inglesa, sino que también tiene su violín de Ingres en la pintura. “Diez acuarelas” se titula una de las secciones del libro, en la que, más que pintar con palabras, que también, se reflexiona sobre lo pintado: “Doble caducidad del puntal en el fango: / la que es efecto de la corrosión, / ya sea por la mera exposición al aire y al salitre / o por la silenciosa labor de los xilófagos, / y la que corresponde a lo que vive subsidiariamente / en su puro reflejo. // Remueve la marea las aguas estancadas / en torno al espigón y el reflejo se borra. // El tiempo solo tarda un poco más”.
No le importa a Benítez Ariza incurrir en lo prosaico, en lo anecdótico, en el decir ensayístico: busca la precisión, no la floritura verbal. Nacido en Cádiz en 1963, nada tiene que ver su poesía con lo que tópicamente se entiende por poesía andaluza: sus maestros están en la poesía inglesa y también en poetas como Luis Cernuda que tanto aprendieron de ella. Uno de los poemas, “Fugaces”, remite irónicamente al Cernuda de “Despedida” (“Adiós, adiós, compañeros imposibles”), pero pasando previamente por José Luis Piquero y su “Iván y Arancha en Praga”: “Adiós, adiós, Praga y los autopullmans; / adiós, besos; adiós, Puente de Carlos; / adiós, islas y ríos cervezas de Pilsen; / adiós a cualquier brindis / y a todos los amantes del mundo adiós, adiós”.
“Diagnósticos razonados”, como se titula una de las partes de Realidad, los poemas de Benítez Ariza, buena demostración de que la poesía, al contrario de lo que practican tantos poemas, no está reñida con el razonamiento.
Que también sabe Benítez Ariza prescindir de la anécdota cotidiana, del eliotiano correlato objetivo, lo demuestran algunos de sus poemas breves. “Los cuatro elementos” no habría desdeñado firmarlo un poeta griego del tiempo en que filosofía y poesía caminaban de la par.
Si comparamos el poema final del libro, “La diferencia”, con uno de los más famosos de Juan Ramón Jiménez, “Y yo me iré”, de tema semejante, resultará evidente lo que de precisión y pulcritud aporta Benítez Ariza a la poesía española: “El canto de los pájaros / o el olor de la jacaranda en flor / en la honda madrugada / no tenderán a converger / en tu clara conciencia / de otra mañana jubilosa, // Faltará esa conciencia, / pero allí seguirán, / dando razón de ser a la mañana, / las flores y los pájaros. // Y nadie notará la diferencia”.
Poesía y verdad, como en Goethe, poesía que ilumina y agranda los márgenes de lo que llamamos realidad.
Adiós, compañeros de mi vida, es un tango, de Carlos Gardel, sino me equivoco.
ResponderEliminarNo había comentarios, ya hay uno.
""Adiós 'muchachos' compañeros de mi vida/ barra querida de aquellos tiempos..."
EliminarSí. Del mudo, como dicen los argentinos
Muy bien visto. Es la fuente de Cernuda, que a su vez lo es de Piquero, que a su vez...
ResponderEliminarPues yo esos versos de Cernuda siempre los emparenté con el prólogo del Pérsiles, incluso hasta cita alguna parte en su poema...
EliminarCompletamente cierto, Manuel Luis, pero una cosa no quita la otra.
EliminarUn tango precioso, escuchalo
ResponderEliminarhttps://es.wikipedia.org/wiki/Adi%C3%B3s_muchachos_(tango)
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