lunes, 24 de mayo de 2021

La ceremonia del adiós

 

 

Animal de bosque
Joan Margarit
Visor. Madrid, 2021.

Difícil diferenciar la emoción humana de la emoción poética en Animal de bosque, el libro póstumo de Joan Margarit. Ya el poema inicial nos informa de las circunstancias en que fue escrito: “debilitado / por una quimio que no me ha podido / curar este linfoma”.

            Siempre fue Joan Margarit un poeta en el que el poso experiencial pesa tanto o más que la reflexión poética, pero eso no quiere decir que sus poemas se limiten a ser documentos humanos, fragmentos de su autobiografía.

            Animal de bosque puede considerarse, en primer lugar, un cancionero amoroso. El tú que aparece en la mayoría de los poemas, a menudo con nombre propio, Raquel, es de la esposa que le ha acompañado a lo largo de la vida, que es parte de su vida y que, sin embargo, sigue siendo –como cualquier ser humano lo es para otro ser humano-- un misterio indescifrable. “Mujer callada” la llama en el título de uno de los poemas: “Me ha sido muy difícil entenderte. / Imagino tus penas, grandes, hondas, / y tan pocas palabras. ¡Cuánto hace / que tu silencio es parte de mí mismo!”

            Otra gran protagonista de estos poemas finales –algo que no extrañará los lectores fieles de Margarit, que son legión--, es la hija muerta hace veinte años a la que dedicó uno de sus más conmovedores libros, Joana.

            También, como si se cerrara un círculo, reaparecen una y otra vez los recuerdos de infancia, de la dura infancia de la posguerra, a menudo con toques costumbristas, con esos pequeños detalles exactos que propugnaba Stendhal, sin miedo a incurrir en el prosaísmo: “Con frecuencia en las casas colgaba de la lámpara , / sobre la mesa del comedor, / la ancha cinta untada de un engrudo / que brillaba, dulzón y pegajoso. / Se iba retorciendo a la vez que atraía / a las moscas que, así, / caían en la trampa y la dejaban / cada más negruzca. / Se oían los rumores de agonía, / alas desesperadas / en un inútil esfuerzo por volar. / Tenía cuatro años, no perdía detalle”.

            No faltan los homenajes a los amigos que le preceden en el camino: Ángel González, Juan Marsé, Josep María Subirachs. Un poema se dedica  a Van Gogh, “pintor de firmamentos, zapatos, camas, sillas, / cuervos sobrevolando los trigales”. Y omnipresente se encuentra la música, compañera de siempre y más valorada que nunca en estos días últimos.

            Abundan las reflexiones sobre la poesía y sobre la arquitectura, que fue la dedicación profesional del autor. “He sido siempre fiel al poema y al muro”, termina uno de los más ambiciosos poemas del libro.

            Poeta que gusta de la anécdota, casi siempre emocionadamente biográfica, Joan Margarit gana cuando acierta a prescindir de ella, sin que eso suponga incurrir en inconcretas vaguedades. Acostumbra a tener muy presente la teoría eliotiana del correlato objetivo. El poema “La casa” constituye un buen ejemplo de ello: “Nos protege, conserva lo que fuimos. / Eso que nadie nunca encontrará: / techos donde dejamos miradas de dolor / y voces que han quedado, calladas, en los muros. / La casa ya organiza sus futuros olvidos. / Una corriente de aire, la puerta que se cierra, / como un aviso, con un golpe seco. / Cada uno es su casa. La que fue construyéndose. / Que, al final, se vacía.”

            Como es habitual tras sus primeras incursiones poéticas, cada poema de Joan Margarit aparece en dos lenguas, en catalán y en castellano, y ambas quiere que sean consideradas como originales. Algunos desajustes nos indican que la versión primera suele ser la catalana. Un ejemplo lo encontramos en uno de los poemas más hermosos del libro y menos condescendientes con la falacia patética, “Otoño en Elizondo”: “La lluvia y la luz gris hacen brillar / el tranquilo follaje rojizo de las hayas. / Tratan de confirmar con su belleza / que los árboles piensan. Que si un día, / de pronto nuestros miedos terminasen, / seríamos igual que el rojo hayedo / que estoy ahora contemplando. / Creo que un árbol es un misterio tranquilo. / Y siento que quisiera morir en un lugar / desde donde se viera un bosque como este / que, desde las raíces a las ramas más altas, / son el aviso de una paz que ignoro”. La falta de concordancia (“un bosque como este… son”)  no se da en el texto en catalán: “uns boscos com aquests… són”.

            Las ediciones bilingües tienes sus ventajas, también sus inconvenientes. A veces no podemos prestar atención plena a los poemas en castellano de Margarit porque, leyendo el texto en catalán, se nos ocurre otra versión quizá mejor. “Recuerdo de un campo” termina con los siguientes versos: “Podemos ser tan fuertes y claros como el muro, / y no ignorar la muerte, porque eso / es no comprender nada de la vida”. En catalán esos versos dicen así: “podem ser forts i clars, igual que el mur, / i no ignorar la mort, perquè ignorar-la / és no haver entés la vida”. La versión literal parece más eficaz: “podemos ser fuertes y claros, igual que el muro, / y no ignorar la muerte, porque ignorarla / es no haber entendido la vida”.

            Concluye la trayectoria poética de Joan Margarit con un libro que, como todos los suyos, sin dejar de ser excelente literatura es algo más, y a veces algo menos, que literatura.

1 comentario:

  1. Para mí desde luego es mucho mejor la versión catalana de los poemas de Margarit. Ganan a la versión castellana en ritmo y musicalidad; leídos en castellano se nota claramente que es una traducción

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