domingo, 11 de julio de 2021

Divagaciones apasionadas

 

El saber biográfico. Reflexiones de taller
Anna Caballé
Ediciones Nobel. Oviedo, 2021.

Lo que el lector esperara encontrar en un libro titulado El saber biográfico y firmado por Anna Caballé no es exactamente lo que encuentra. A la autora, responsable de la Unidad de Estudios Biográficos de la Universidad de Barcelona, se la considera una de las más destacadas especialistas en el tema; a ella se deben algunas notables biografías, como las dedicadas a Francisco Umbral o Carmen Laforet, y desde hace años es la crítica de referencia en esa materia en uno de los principales suplementos culturales.

            La nota inicial contrapone esta obra a su primera investigación biográfica: “Allí tenía la obligación de trabajar con el rigor exigible a una tesis doctoral; ahora, sin embargo, tan cerca de la jubilación, evito imponerme tantas obligaciones porque de hacerlo tendría que fijar las fronteras muy lejos, demasiado lejos tal vez”.

            El rigor de una tesis no es, ciertamente, el mismo que el de un ensayo, pero eso no quiere decir que en este valga cualquier cosa. Doy tres ejemplos demostrativos de la ligereza y a bote pronto con que parece escrito El saber biográfico, como si de una columna periodística –no de una crónica, que requiere mayor control de las fuentes empleadas-- se tratase. A propósito del franquismo escribe: “Épocas enteras dejaron de estudiarse (pienso en los siglos XVIII y XIX) por considerarlas irreligiosas y por ello responsables de la destrucción de la identidad española. Que una figura de la altura moral e intelectual de Jovellanos permaneciera oscurecida tantos años cuando tal vez sea el mejor exponente de la tradición liberal que habita en suelo español da idea del expolio intelectual que sufrieron varias generaciones”. Retórica mitinera que se viene abajo si se tiene en cuenta que, ya en 1940, Melchor Fernández Almagro publicó una antología de los escritos de Jovellanos en una colección titulada “Breviarios del pensamiento español”, de la que formaban parte, entre otros, Séneca, Donoso Cortés, Vázquez de Mella y José Antonio Primo de Rivera.

            Otro ejemplo. Chaves Nogales sería “una figura desconocida hasta tiempos recientes, cuando Libros del Asteroide se decidió a publicar la biografía de un bailarín flamenco, Juan Martínez, en 2007, marcando, sin proponérselo, un punto de inflexión en la recuperación de un personaje olvidado y extraordinariamente atractivo”. Pero para esas fechas ya se habían publicado las obras completas de Chaves Nogales y se habían reimpreso de manera independiente muchos de sus títulos. Fue la insistencia de Andrés Trapiello, desde la primera edición de Las armas y las letras en la importancia del prólogo a A sangre y fuego lo que más decisivamente contribuyó a recuperar la figura de Chaves Nogales, cuyo Juan Belmonte matador de toros, por cierto, nunca dejó de reeditarse. Anna Caballé no cita, ni en el texto ni en nota, el título completo del libro al que se refiere, El maestro Juan Martínez que estaba allí, que no es, ni mucho menos, la biografía de un bailarín flamenco, sino el impactante relato de las peripecias de una compañía de baile flamenco en la Rusia revolucionaria y en guerra civil.

            No siempre utiliza las notas Anna Caballé para referenciar sus citas. A veces le sirven para unos peculiares desahogos. Hablando de Antonio Marichalar nos dice que “acabó desgarrado entre su formación clasicista, su participación en las nuevas estéticas vanguardistas (considerarlo vanguardista me parece una exageración solo disponible para Rafael Conte) y su refugio en la revista Escorial”. En nota se nos añade: “Del ditirámbico y absurdo artículo que Rafael Conte dedica a Marichalar (Babelia, ‘El gran crítico de las vanguardias’, 8/3/2003) suscribo una frase: ‘Vivió en la Puerta de Alcalá’. Rigurosamente cierto”. Curioso sentido del humor y llamativo ajuste de cuentas con un artículo, al menos en su título, rigurosamente exacto: Antonio Marichalar fue el gran crítico de las vanguardias y ahí está su libro Mentira desnuda para demostrarlo.

            El saber biográfico lleva el subtitulo de “Reflexiones de taller”, pero contiene pocas reflexiones de taller. Alternan las divagaciones sobre los fundamentos filosóficos de la biografía –Hussler, Dilthey, Ortega-- con sorprendentes minucias como el olvido de unos documentos en un supermercado o la descalificación de autores y títulos sin demasiada argumentación (como la biografía que Emilia Cortés ha dedicado a Zenobia Camprubí  “por exceso de documentación”).

            De exceso de documentación no se le puede acusar a este libro. Lleva a cabo una especie de juicio sumarísimo contra “la biografía de ámbito hispánico, ausente en los debates teóricos y refugiada in illo tempore en el estrecho molde cognitivo que ha proporcionado la erudición”, ya que los biógrafos españoles parecen estar siempre “más preocupados por el escrutinio histórico-filológico de los documentos y las fuentes, por contestar a este o a aquel colega, por exhibir tal o cual documento inédito, que por dar respuesta a lo que debe ser la prioridad del género, iluminar una vida humana a la luz del conocimiento que pueda obtenerse de ella en función de la información disponible” (la diatriba continúa durante varias líneas).  Cuando buscamos alguna precisión a esas descalificaciones en la nota con que termina el párrafo, nos encontramos con lo siguiente: “Los ejemplos de este modo de proceder en el pasado son muy abundantes. Evito dar referencias”.

            Yo doy algunas que no parecen avalar en exceso el crédito intelectual de que goza Anna Caballé. Afirma que, a finales del siglo I d. C. (después de Horacio, Virgilio y casi todos los grandes nombres de la literatura latina), “el centro intelectual tal vez no era todavía Roma sino Rodas”. Pone al mismo nivel –sin distinguir entre ficción y no ficción—“la historia de Lázaro de Tormes y El libro de la vida de Santa Teresa”. En nota nos aclara “las difíciles circunstancias que le tocó vivir” a Manuel José Quintana, Al parecer, encomendó el cuidado de su mujer a su íntimo amigo Toribio Núñez, pero este se lanzaría a “tan pública y escandalosa amistad con su recomendada que Quintana no quiso jamás reconciliarse con ella”. No le basta con esto y Ana Caballé continúa aclarándonos que “la historia es muy triste pues María Antonia Florencia, desacreditada, llegó a presentarse en casa de su marido y cohabitaron un tiempo durante el cual no logró que su marido le hablase, ni aún la mirara, viniendo a morir oscura y despechada”.

            La reivindicación feminista no falta en el libro y se manifiesta de la más pintoresca manera, ya desde la cita inicial de Maurois: “Para mí, que tengo al hombre [sic] por sujeto y creador al tiempo que por objeto sometido a las leyes, la biografía es una de las formas esenciales de las leyes”. Cada vez que en una cita aparece el término “hombre” referido al ser humano en general, Anna Caballé coloca un acusador “sic”. Ella discrepa de la “arraigada noción de que la palabra hombre alude a un sujeto universal que incluye a hombres y mujeres”. Rotundamente afirma que “nunca fue así”. Pero lo cierto es que siempre fue así y sigue siendo así en muchos casos, aunque cada vez resulte un uso más discutido. La propia Anna Caballé ha publicado su biografía de Concepción Arenal (y antes Isabel Burdiel la de Emilia Pardo Bazán) en una colección que lleva el título de “Españoles eminentes”.

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