jueves, 12 de mayo de 2022

Una ciudad, mil historias

 

Memoria de Biarritz
Fernando Castillo
Confluencias Editorial. Almería, 2022.
 

La ciudades, como las personas, tienen su historia pública y su historia privada, su cara luminosa y sus puntos oscuros. De Biarritz, tan cercana a España física y emocionalmente, creemos saberlo todo, desde su origen como pueblo de pescadores hasta su conversión en selecto lugar de veraneo gracias al emperador Napoleón III y a su mujer, Eugenia de Montijo. Fernando Castillo nos muestra, con ágil prosa y precisa erudición, que hay algo más, mucho más. Su libro Memoria de Biarritz es también una memoria personal. Así comienza: “Desde que era pequeño, muchos años antes de que conociese la ciudad, no solo escuché con alguna frecuencia el nombre de Biarritz, sino que también supe cómo eran sus calles y pude imaginarme cómo era su mundo. En las conversaciones entre mi abuela y mis dos tías en la casa de la Plaza de Oriente, de vez en cuando surgía el nombre de la ciudad francesa, aunque tan relacionado con San Sebastián que se diría era un barrio más o una parte del extrarradio”.

            Fernando Castillo es un historiador que siente predilección por la historia cultural y también por los personajes oscuros, los intrigantes y los de dudosa moral. Le fascina el mundo de Patrick Modiano y ha dedicado varios libros al París de la ocupación. También se ha ocupado, con minucia e imparcialidad ejemplares, del Madrid de la guerra civil y ha inventariado a los héroes y a las bestias que pululaban entonces por sus calles. Ha biografiado a Hergé, el creador de las aventuras de uno de sus héroes, el incasable reportero Tintín, porque nada humano le es ajeno, y nos ha dejado memorables muestras de su amor a las ciudades. En la misma colección en que publicó Un cierto Tánger, nos ofrece ahora esta magistral semblanza de Biarritz, otra ciudad cosmopolita, de la que creíamos conocerlo todo y solo sabíamos la superficial información de las guías turísticas.

            Comenzando por el final, Fernando Castillo nos habla del “Biarritz del plomo”, de los años en que fue el escenario predilecto de grupos terroristas financiados por el Estado español. Antes se había referido a la alegría de la liberación que fue seguida por la depuración y sus brutalidades. Son hechos que tienen a olvidarse, como los primeros tiempos de la Francia ocupada, que en nada se parecen a los que vendría después. Josefina Carabias, en su poco conocido Los alemanes en Francia vistos por una española, ha dejado constancia de cómo muchos franceses “vieron en los alemanes unas fuerzas que llegaban a poner orden en una república que consideraban corrupta y caduca, y que en los primeros momentos quedaron deslumbrados por la actitud educada y correcta de los ocupantes. Era la época de los carteles que presentaban a un soldado alemán, sonriente y sin casco ni elementos militares, rodeado de niños también alegres”.

            Hay un Biarritz que no es el de la alta sociedad que toma el té en Miremont y organiza fiestas escandalosamente secretas en Villa Belza. Es el de los exiliados españoles, primero antirrepublicanos, que allí establecen su principal red de espionaje, luego republicanos. Fernando Castillo nos deja constancia de todo ese mundo y de los submundos que lo acompañan.

            Sabe hacer retratos al minuto de esos personajes ambiguos que tanto contribuyeron a la novela de Biarritz. Dedica un capítulo a Bolo Pachá, cuyo nombre verdadero era Paul Marie Bolo: “Se trataba de un golfo de buena familia marsellesa —un padre notario y un hermano obispo—, elegante y seductor, que había corrido lo suyo, sobre todo en América del Sur en negocios más oscuros que legales, incluido un matrimonio nunca anulado y un robo de joyas en Chile del que salió de mala manera”. No menos novelesca es la vida del financiero Alfred Loewenstein, desaparecido en extrañas circunstancias: “A última hora del 4 de julio de 1928, cuando en Biarritz ya había empezado la temporada alta y las playas —de Miramar a Marbella, pasando por la Grande Plage, la del Port Vieux, la de la Côte del Basques o la de Milady—  estaban repletas de bañistas y los salones de té repletos de ociosos, llegó la noticia. El millonario moderno que viajaba en su trimotor Fokker VII rodeado de secretarias, asesores y ayudantes, había desaparecido al atravesar el canal de la Mancha cuando viajaba de Londres a Bruselas”.

            La nobleza rusa escogió muy pronto a Biarritz como lugar de veraneo, y la iglesia ortodoxa que alza sus cúpulas en la Avenida de la Emperatriz, deja constancia de ello. Del gran duque Alexis, hermano del zar Alejandro III, nos habla Gómez Carrillo en su libro de 1906, La Rusia actual: “Su palacio de Biarritz es un castillo encantado en el cual durante semanas enteras las luces no se apagan, las músicas no enmudecen y el champaña no deja de correr en ondas alucinadoras. Un día tempestuoso, Alexis vio que un perro se echaba al agua y que salvaba a cuatro marineros. En el acto lo compró y desde entonces no se separa de él”. A partir de 1917, Biarritz se convertiría para muchos rusos blancos en lugar de exilio. Por allí anduvo —antes y después— el equívoco Félix Yusúpov, que formó parte del círculo de Gregori Rasputín y que participó en su asesinato.

            De todos los innumerables Biarritz que hay en Biarritz nos habla Fernando Castillo con la pasión que da el conocimiento. También de su itinerario sentimental, que comienza en la Place Clemenceau y termina contemplando la villa y la larga costa desde la explanada del faro. El último capitulo no deja de incurrir en la falacia que suele provocar la nostalgia: “Me atrevería a decir que hoy día Biarritz ya no existe. Al menos el Biarritz que ha aparecido por este libro así, entrevisto”. Se equivocaría si dijera tal cosa. Sigue existiendo Biarritz con sus villas secretas, su majestuoso Hôtel du Palais y sus surfistas, y quienes hoy lo visitan, quienes hoy lo habitan, están protagonizando nuevos capítulos que añadir a la historia interminable y fascinante que Fernando Castillo acaba de contarnos.

             

1 comentario:

  1. Hay pocas novelas de intriga tan fascinantes como los ensayos de historia cultural de Fernando Castillo. Me alegra coincidir

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