jueves, 1 de diciembre de 2022

El editor artista o el enfado de Sciascia

 

La felicidad de hacer libros
Leonardo Sciascia
Edición de Salvatore Silvano Nigro
Libros del Kultrum. Barcelona, 2022.

Raro oficio el de editor porque no es un oficio, sino varios, al frente de los cuales están un empresario y un artista. Una editorial, pequeña o grande, es como cualquier otra empresa: fabrica, en sentido amplio, unos productos que ha de colocar en el mercado y cuyos ingresos han de ser superiores a los costes, dar beneficios. ¿Se requiere ser experto en lavadoras para ser dueño de una empresa de lavadoras? No necesariamente; basta con poner al frente a la persona adecuada. ¿Tiene que ser un gran lector un editor o el dueño de una librería, o de una cadena de librerías, por citar otra actividad relacionada con el libro y, por ello, un tanto mitificada? Puede serlo, como Janés, o no serlo, como parece que no lo era José Manuel Lara.

            En 1969, Enzo y Elvira Sellerio crearon en Palermo la editorial a la que dieron su apellido. De dirigirla se ocupó desde el principio el escritor Leonardo Sciascia, gran amigo de ambos, aunque nunca figuró formalmente como tal ni cobró por ello. Sciascia creó colecciones, seleccionó los títulos a publicar, revisó traducciones y escribió los paratextos, no solo las solapas —hoy contraportadas— de los libros, sino también textos para marca páginas, para los comerciales, incluso se ocupó de la relación con los autores. Sellerio fue así tan obra propia como cualquiera de sus libros. Editaba obras breves, semejantes a las que escribía, muchas veces centradas en Sicilia (una isla que es un género literario en sí misma), rarezas a las que había llegado por su pasión de bibliófilo, obras colectivas dirigidas y prologadas por él. Suyos eran los títulos de las colecciones y a él se debía el rescate de trabajos perdidos en revistas eruditas.

            En 2003 se reunieron por primera vez los textos anónimos que Sciascia había publicado en Sellerio; se reeditaron, aumentados, en 2019. Ahora se traducen al español con el añadido de un prólogo de Giovanna Giordano, que es una espléndida pieza literaria en sí mismo.

            En uno de los capítulos de su libro La marca del editor, Roberto Calasso escribió: “La solapa es una forma literaria humilde y difícil, que espera todavía quien escriba su teoría y su historia. Para el editor suele ser la única ocasión de señalar explícitamente los motivos que le han impulsado a escoger un libro determinado. Para el lector es un texto que se lee con sospecha, temiendo ser víctima de una seducción fraudulente”.

            Las solapas de Leonardo Sciascia tienen a menudo un valor independiente, se leen como los apuntes de uno de sus libros de apuntes, Negro sobre negro, por ejemplo. Pero otras veces entran en precisiones que parecen más propias de una nota a pie de página, carecen de ese valor promocional —la solapa forma parte de la publicidad editorial— que parece intrínseco al género.

            La solapa es un arte, y si no está —no puede estar— siempre redactada por el editor, en el segundo de los sentidos del término, el de director literario, ha de estar siempre revisada por este, especialmente si, como ocurre a menudo, quien redacta el primer borrador es el propio autor. Roberto Calasso, un editor artista que ha reunido en volumen las solapas que escribió para su editorial Adelphi, las definió como “una estrecha jaula retórica, menos esplendente pero no menos severa que la que puede ofrecer un soneto”, que debe constar de una pocas palabras eficaces “como cuando se presenta un amigo a un amigo”.

            No solo aparecen solapas en La felicidad de hacer libros —hermoso título—, sino también “Fichas de presentación de las colecciones”, “Textos del editor” o los prologuillos a los trabajos seleccionados en dos libros colectivos, uno sobre los escritores y el fascismo y otro, en varios volúmenes, sobre Sicilia.

            No todas estas prosas rescatadas tienen, ni mucho menos, el mismo interés y es seguro que Sciascia no habría dado el visto bueno a un volumen semejante. O no lo habría dado sin una adecuada selección. A veces, lo que más nos interesa es cierto material un poco caprichosamente añadido. Los dos artículos sobre la estancia en Nápoles de Oscar Wilde, poco conocidos por su biógrafos, por ejemplo. Uno de ellos es una diatriba moralizante, pero el otro, aparecido también en 1897, ofrece un curioso retrato del escritor: “Lo extraño de aquel hombre se percibe cuando dirige la palabra: uno de los dientes incisivos superiores, más exactamente el incisivo medio de la izquierda, es una única pieza de oro afianzada a la encía, el oro también cubre algún otro diente picado; cuando el esteta abre la boca, el metal destella extrañamente”. Y la extensa nota dedicada a presentar a Pietro Pisani, en el volumen Delle cose di Sicilia puede incluirse entre los más sugerentes ensayos de Sciascia.

            La idílica relación de Sciascia con los Sellerio –“iba a la editorial y se quedaba horas y horas reflexionando sobre papeles antiguos, buscando conexiones entre esos legajos y los tiempos modernos”— se quebró al final, nadie sabe por qué —“en Sicilia se dice y no se dice, casi nada es explícito”—, pero Giovanna Giordano aventura una explicación. Había un pacto tácito entre el escritor y la editorial: no era un colaborador que cobrara por su trabajo, pero era él quien elegía los libros o daba el visto bueno. Un día Sciascia tiene que hacer un viaje y a su regreso se encuentra con unos títulos publicados sin su imprimátur, “y se enfada, se entristece y se va”. Y Sellerio deja de ser Sellerio, aunque siga llamándose de la misma manera.



2 comentarios:

  1. Siempre me ha llamado la atención que Sciascia publicara casi todos sus libros en "Adelphi" y no en "Sellerio" (veo que este sí lo publica la editorial siciliana). Supongo que la causa fue ese enfado que yo, lector temprano de Sciascia, no conocía

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  2. Todos no, en este libro se publican solapas de algunos de sus libros.

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