jueves, 16 de febrero de 2023

Completamente tú

 

Y el todo que nos queda. Poemas de amor
Martín López-Vega
Visor. Madrid, 2023.

La felicidad no tiene historia. La historia está antes o después, nos habla de su pérdida o de los esfuerzos por alcanzarla. Pocos versos bastan para expresar un amor feliz, rara vez es capaz de llenar un libro entero. Los veinte poemas de amor de Pablo Neruda terminan con una canción desesperada. Está el ejemplo de Pedro Salinas y el conceptualismo exclamativo de La voz a ti debida y poco más (al menos poco más que valga la pena). Martín López-Vega con Y el todo que nos queda se ha atrevido a publicar un conjunto de poemas de amor correspondido —el menos literario— sin la más mínima nube en el azul del cielo. Y sale con no demasiados rasguños del experimento.

            De inmediato nos viene a la mente “Una dedicatoria a mi mujer”, el poema que cierra las Poesías reunidas de Eliot, con su muy citado verso final: “estas son palabras privadas que te dirijo en público”. Martín López-Vega habla también de la persona con la que comparte su vida y cita el nombre en la dedicatoria y en los poemas (y ese nombre, por cierto, coincide con el de quien está a cargo de la edición: Nicole Brezin). Todo ello nos lleva a leer el libro con cierta prevención, como si fuera menos literatura que desahogo personal, palabras privadas que se hacen impúdicamente públicas.

            Pero Martín López-Vega es un escritor con recursos y en este libro de temática tan convencional rara vez incurre en lo convencional. A menudo los poemas terminan de manera anticlimática recurriendo al humor, de vez en cuando adoptan un tono prosaico, se convierten en apuntes de viaje, en evocaciones de infancia.

            El humor está ya en el primer poema, “Las ciudades del lago”, una alegoría sobre el encuentro con el amor que glosa un verso de Lope de Vega, “Siempre mañana y y nunca mañanamos”, e incluye otro de Fernando Pessoa que Lorenzo Oliván utilizó para titular uno de sus libros: “la eterna novedad del mundo”. La intertextualidad es un recurso frecuente en Y el todo que nos queda. Otro poema, “Un columpio sobre el Vilnia”, termina variando versos muy conocidos: “¿Quién quiere poemas estando ella, / que es gacela constante más allá de la vida / y hace volver las claras golondrinas / y evita que se equivoquen las palomas / y hace que suceda que nunca me canse de ser hombre / y es todos los milagros juntos de la primavera / y puede sanarme y hacer que este río / no vaya hacia el mar, que es el morir, / sino hacia una vida más alta que la vida”.

            No le teme al tópico López-Vega. “Epístola primera a Lêdo Ivo” empieza y termina con un verso, “solo el amor nos salva”, que Alain Pérez utilizó en una canción y, con pocas variantes, también otros cantantes y predicadores, de Malú al papa Francisco. Ni le teme tampoco al difícil género de la letanía encomiástica: “Eres más hermosa que el centro de la Tierra, más hermosa que el soneto dieciocho de Shakespeare, más que el color rojo, más hermosa que la carabela portuguesa, que los anillos de Saturno”. Enumeración abierta en el primer poema titulado “Eres” y cerrada en el segundo, “Eres (interludio)”, que termina así: “Es hermoso el mundo / porque aunque nada en él / pueda compararse contigo, / todo lo intenta”.

            Los mejores poemas nos hablan de la intimidad doméstica (preparar el desayuno, caminar descalzos por la casa) con algo de cuadro de Vermeer, a quien se cita expresamente. Memorables resultan también los que recrean recuerdos de infancia, como “La nieve y el amor”, “La sopa infinita de mi abuelo”, o hacen recuento de ciertos momentos fundamentales de su biografía, como “Mis nacimientos” o incluso “Nicole en el balcón”: “Hacen falta muchas cosas para escribir un poema. / Son imprescindibles grillos en la infancia / y canciones absurdas en la adolescencia. / Ayudan un padre ausente y un abuelo ferroviario”.

            El gusto por el viaje asoma en este libro como en todos, o en casi todos, los libros de López-Vega. “Postal de Londres”, “Barcos anclados frente al puerto de Lima”, “No partir” o “Carta de Sao Paulo con un poema de Ferreira Gullar” son los títulos de algunos de esos poemas. El último citado ejemplifica bien el deseo del autor de no atenerse a lo convencional: comienza con una nota en prosa (aunque cortada como verso), sigue con la traducción de un poema de Gullar y continúa con una variación de ese poema adaptándolo a sus circunstancias personales.

            Al lector acostumbrado al sonsonete tradicional de la poesía culta española —endecasílabos, heptasílabos, alejandrinos y otros metros impares— le sorprenderá el ritmo de los versos de López-Vega, que a veces suenan a poesía traducida. Sus modelos no están en la poesía española, sino en una pluralidad de tradiciones que no excluyen las literaturas menos frecuentadas o exóticas. De hecho, el único poeta español que se menciona en este libro —en el que habla mucho de poesía— es “Luis” (así, sin apellidos) y no se trata de Luis Cernuda, como podría pensarse, sino del autor de Completamente viernes, Luis García Montero. Esa familiaridad ejemplifica uno de los reproches que se le podrían hacer a Y el todo que nos queda y al que ya nos hemos referido: a veces da la impresión de estas “palabras privadas” podrían haberse quedado en una carta personal o en una edición privada.

            El libro vale sobre todo por lo que tiene de esfuerzo por escapar de lo convencional en el tema más convencional del mundo, aunque no siempre lo consiga. Podría llevar como lema unos versos de Antonio Machado: “A las palabras de amor / les sienta bien su poquito / de exageración”. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario