miércoles, 8 de febrero de 2023

El fin de la edad de plata

 

El rey patriota. Alfonso XIII y la nación
Javier Moreno Luzón
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2023.

De Alfonso XIII, el rey perjuro, el rey que traicionó —con un aplauso bastante generalizado, por cierto— a la constitución, creíamos saberlo todo, y quizá lo sabíamos, pero Javier Moreno Luzón nos lo vuelve a contar de otra manera, con una luz distinta.

            El título de su libro, El rey patriota, nos hace suponer que se trata de una biografía a favor, de una reivindicación. Y de algún modo lo es, pero solo de aquello que en su actuación política merece ser salvado. Si a buen fin, no hay mal principio, como afirma el título de Shakespeare, a mal fin si puede haber un buen principio.

            El regeneracionismo con el que se reaccionó a la derrota del 98 tuvo en el adolescente que sube al trono en 1902 uno de sus máximos representantes. Durante una década larga, hasta el comienzo de la Gran Guerra, Alfonso XIII representó el afán de modernización y cambio; ejerció con inteligencia, si no siempre con tacto, su papel de moderador, quiso ser el rey de todos los españoles —no solo, como más tarde, de los buenos españoles, católicos a machamartillo— y apoyó la llegada al poder de políticos como José Canalejas. Incluso ciertos republicanos posibilistas se aproximaron al nuevo rey, al que veían como un contrapeso al voraz poder del integrismo católico.

            La guerra, en la que España mantuvo una cuestionada neutralidad, y sobre todo la revolución soviética, supondría el fin de aquellas ilusiones juveniles. Alfonso XIII no quiso ser un aprendiz de brujo, tuvo miedo de acabar pereciendo, como el zar de Rusia, en las turbulencias revolucionarias. A partir de entonces se apoyó cada vez más en el ejército —fue un rey soldado que gustaba rodearse de una camarilla de aduladores y fieles militares— y, como se decía entonces, en el altar, las dos columnas vertebrales de una nación que el año 1919 consagró en el Cerro de los Ángeles al Corazón de Jesús.

            Durante un cuarto de siglo fue un rey popular, seguramente el más popular y querido de los reyes españoles. Creía tener una conexión especial con el pueblo español, conocerlo mejor que cualquier político. Las ceremonias en palacio eran multitudinarias, recibía una numerosa correspondencia en solicitud de ayuda; el descrédito de los políticos parecía no alcanzarle a él, a pesar de la desastrosa intervención en Marruecos, de la que fue el principal impulsor..

            Javier Moreno Luzón se ocupa sobre todo de la vida pública del rey, de su actividad política. La constitución no le relegaba a labores meramente representativas. La soberanía se repartía entre las cortes y el rey. Su papel fue haciéndose cada vez más importante: los políticos, para conseguir el poder, no dependían del voto (no había verdaderas elecciones), sino del favor del rey, que acabó viendo a quienes mediaban entre él y la nación, a quienes compartían con él la soberanía, como un estorbo. Jugueteó con la idea de una dictadura personal, pero no se atrevió a tanto y en Primo de Rivera encontró su Mussolini, como lo definió en un viaje a Italia a finales de 1923.

            La llegada de la dictadura recibió un aplauso generalizado, solo unos pocos se atrevieron a disentir. Paradójicamente, esos primeros años de prosperidad y tranquilidad (relativa), esos años en los que por fin el rey se había librado del incordio parlamentario, fueron aquellos en los se vio cada vez más limitado en su actividad política. Cuando quiso volver al sistema anterior, ya era tarde. Y las primeras elecciones libres, aunque fueran municipales, se convertirían en el plebiscito que trajo la república.

Lo que vino después es bien sabido. Lo que se sabe o se recuerda menos es que España volvió a ser un reino encabezado por un caudillo que representaba exactamente lo que el exiliado Alfonso XIII —el rey patriota— habría querido ser.

            La vida privada de Alfonso XIII, sus amoríos, su frivolidad, sus turbios negocios, ocupa un lugar secundario en esta biografía. Los errores más graves para el país fueron políticos, no personales. Se puede ser honesto e inepto, y al revés. El fracaso del reinado alfonsino —y con él, el de la restauración canovista— no estaba escrito desde el principio. Esa es la tesis principal de Moreno Luzón. Comenzó queriendo ser rey de todos los españoles y acabó siéndolo solo de una facción, la más retrógrada. Que al final le dio la espalda y, tras el fallido experimento republicano, se hizo con el poder y logró mantenerlo durante cuarenta años, sometida la nación a quien —sin llamarse rey— ejerció como monarca absoluto, la gran ambición de Alfonso XIII tras sus iniciales tanteos regeneracionistas.

            Pero fue rey, conviene recordarlo, durante una de las etapas más gloriosas de la cultura española, la llamada Edad de Plata, a la que no fue —no podía serlo— enteramente ajeno. Su viaje a las Hurdes, acompañado de Marañón (en el que, por cierto, quiso que le retrataran bañándose desnudo en un arroyo), supuso la culminación de los afanes regeneracionistas de la generación del 98. Y quiso dejar como legado, no una gran catedral, sino la Ciudad Universitaria de Madrid, empeño personal suyo en buena medida.

Si Franco supuso la realización del sueño patriótico y militarista del último Alfonso XIII, la república de Niceto Alcalá-Zamora puede considerar como la culminación del afán reformista de la primera década de su reinado.

Pero esta idea es mía, no de Moreno Luzón, que ha escrito una obra ejemplar de lo que deber ser el trabajo de un historiador: documentación, si no siempre novedosa, siempre rigurosa; reconstrucción de una vida o de una época sin incurrir en simplificaciones generalizadoras ni perderse en la minucia del detalle; claridad y elegancia expresiva.



4 comentarios:

  1. Lo que he leído del autor me gusta. No sé como habrá enfocado el final de la relación de Alfonso XIII con Primo de Rivera. Pero desde luego, que JLGM le haga una excelente reseña, me anima a comprarlo.

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  2. ¡Muy interesante! Para anotarlo en la eterna lista de lecturas pendientes. (Creo que has tenido un lapsus en "La soberanía se repartía entre las cortes y el pueblo", porque antes se dice que "La constitución no le relegaba a labores meramente representativas", y después que "el rey (...) acabó viendo a quienes mediaban entre él y la nación, a quienes compartían con él la soberanía, como un estorbo").

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