jueves, 26 de octubre de 2023

Una extraña pareja

 

  

Carmen Laforet / Emilio Sanz de Soto
Correspondencia inédita 1958-1987
Edición de José Teruel
Renacimiento. Sevilla, 2023.

No parece un título muy atractivo para el lector común Correspondencia inédita 1958-1987, de Carmen Laforet y Emilio Sanz de Soto, la primera una escritora bien conocida y el segundo un escritor casi ágrafo y un personaje mítico. Podríamos pensar que el volumen solo tiene valor para los estudiosos de ambos, que abunda en corteses banalidades y anécdotas privadas, como la mayor parte de las correspondencias. Pero no es así, se lee como una novela escrita a dos voces y como una crónica social y literaria.

Salvo Nada, la prodigiosa Nada símbolo de un tiempo sombrío, y sus artículos más cercanos al diario íntimo, la obra de Carmen Laforet ha ido perdiendo interés. La mujer nueva (1955) tuvo, en su momento, tanto éxito como Nada, aparecida diez años antes, pero hoy esa crónica de una conversión religiosa nos resulta tan lejana como las novelas de tesis de Alarcón o Pereda. Su correspondencia con Elena Fortún o con Ramón J. Sender, en cambio, suponen una sorpresa para quienes tienen catalogada a Carmen Laforet solo como una de las menos onerosas lecturas obligatorias del bachillerato. 

                Las dos primeras cartas, meras notas informativas, nos hacen temer lo peor. El epistolario, en lo que tiene de algo más que una mera compilación erudita, comienza con la tercera, escrita en mayo de 1959. A Emilio Sanz de Soto, Carmen Laforet lo había conocido en Tánger en el verano anterior, donde su marido, Manuel Cerezales, dirigía el diario España. Tánger aún no había perdido su estatus especial y era un enclave cosmopolita que contrastaba tanto con el reino de Marruecos como con la Península, un paraíso para los escritores –de Paul Bowles a Truman Capote, de Tennessee Williams a William Burroughs— que allí podían satisfacer sus deseos, más o menos inconfesables, a bajo precio.

                Carmen Laforet, en esta carta que puede considerarse como capítulo inicial del libro, además de hacer un apunte satírico de una conferencia de Zubiri (el filósofo de moda en aquellos años), se refiere a sus compromisos familiares: "Los primeros días se fueron en un remolino de cosas chicas –los niños hablando todos a la vez, y yo repasando sus notas y sus camisas y sus calcetines para saber lo que hay que decirles respecto a las notas y lo que hay que comprarles, respecto a las camisas y los calcetines".

                Desde una óptica actual, no hay duda de que las dificultades de Carmen Laforet como escritora tuvieron que ver con sus cinco hijos y con un marido –prestigioso crítico-- que nunca valoró demasiado –o eso pensaba ella-- sus capacidades literarias, aunque la ayudó a lograr la versión definitiva de Nada. Ella misma podía pensar algo así, a juzgar por lo que le escribe a Sanz de Soto en 1971, poco después de su separación: "Ya sabes que mi vida ha cambiado. O mejor dicho por el momento lo que ha hecho es serenarse en una independencia de espíritu y una verdad que me hacían mucha falta. Encajar la verdad es muy duro pero, al menos para mí, de un resultado bueno. La cara de la verdad para mí es que de nada sirve anular la propia personalidad en honor de lo que yo creía sagrado: la felicidad de mis hijos. En estos momentos eso no era cierto ya. Me costó muchísimo decidir que si se me ofrecía –como tantas veces— la separación, esta vez la aceptaría de veras pero sin naves detrás: todo quemado. Nada de quedarme en casa con los hijos". Se fue de casa solo con una maleta pequeña, llevándose menos de lo que había llevado al matrimonio.

                Pero la libertad y la errabundia (se pasó los años siguientes cambiando de domicilio y de país: Una mujer en fuga se titula la biografía que le dedicaron Anna Caballé e Israel Rolón) con las que siempre había soñado, no la beneficiaron en la labor literaria. Su última novela entonces, La insolación, de 1963, seguiría siendo la última. Solo póstumamente aparecería incompleta Al volver la esquina, segunda parte de lo que se anunció como una trilogía.

                Carmen Laforet siempre fue una escritora, una persona, con poca seguridad en sí misma. Siempre necesitó a su lado un mentor, alguien mayor y más culto que ella que la apoyara y la dirigiera. Primero encontró ese apoyo en su marido, luego en Lilí Álvarez, la exitosa tenista con quien tuvo una de sus más intensas amistades amorosas (y que fue la causa de su conversión religiosa), más tarde en Ramón J. Sender, que estuvo enamorado de ella, que la propuso irse a vivir con él a California. Emilio Sanz Soto fue el Pigmalión más duradero.

                "Emilio, me avergüenza ser escritora", le confiesa en una de sus primeras cartas. No se valora mucho a sí misma, pero no soporta –tras el éxito de Nada y el cuesta abajo que vino después-- el ser mirada por encima del hombro "por tantos seres mediocres, insolentes, peores escritores que yo, con desparpajo enorme y con profundo desprecio es algo verdaderamente irritante".

                La carta inicial de Sanz de Soto resulta sorprendente. No está escrita con el tono conversacional y a vuela pluma de las confidencias de Carmen Laforet. Es un auténtico ensayo sobre la situación cultural española al comienzo de la década de los sesenta y una proyecto de trabajo: quiere que Carmen Laforet aproveche su situación –es una escritora de moda cuya firma se disputan los principales diarios-- para promocionar a los nombres más valiosos de la nueva generación. Como ella no está al tanto de esos valores incipientes, él se los iría indicando. El primero que le propone es Carlos Saura. En privado ha visto su película Los golfos, que le pareció extraordinaria: "Creo que es la primera película realmente española. Es una especie de pedrada en seco: implacable y valiente".

                En otra carta, le envía todo el material necesario para un artículo titulado "La joven generación española". Era en 1961 y Sanz de Soto tenía muy claros los nombres significativos de la después llamada generación del cincuenta, no solo en literatura, sino también en pintura y escultura. ¿Por qué no publicó él esas páginas? ¿Por qué prefería que aparecieran firmadas por Carmen Laforet? No nos convencen demasiado sus razones, ese es uno de los misterios sin resolver de esta apasionante novela epistolar.

                La edición de José Teruel resulta modélica, tanto por el extenso, pero en nada prescindible, prólogo como por las notas finales, que nos aclaran –con precisa erudición: todo lo que los corresponsales daban por supuesto.



1 comentario:

  1. Depende de las cartas y depende de los escritores.Personalmente, me suelen aburrir, aunque el escritor me guste mucho.Y escribir con papel y boli sosegadamente es fácil si uno quiere.

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