Torquato Tasso
Jerusalén liberada
Edición, notas y traducción de José María Micó
Acantilado. Barcelona, 2024.
De hazañas y prodigios nos
habla esta renovada Jerusalén liberada un poema que parecía ya solo
historia de la literatura (y de la cultura: tanta música y pintura inspirada en
él), pero esas hazañas y esos prodigios no están solo protagonizados por sus
personajes, sino también por su autor, Torquato Tasso, y lo que más nos
interesa hoy, por su traductor, José María Micó. De las desventuras y la fama en
vida de Tasso, a quien visitó en prisión nada menos que Montaigne, no
hablaremos aquí, pero sí de las hazañas de Micó, que deberían ser tan
legendarias como las de Hércules. No solo es uno de los poetas más destacados
de su generación, la de los ochenta, la de Aurora Luque o Carlos Marzal; no
solo es uno de los estudiosos del siglo de Oro cuyos trabajos pueden ponerse a
la par de los de Dámaso Alonso o Francisco Rico; también se ha ocupado de
literatura contemporánea –muchas de sus lecciones magistrales pueden escucharse
en Internet-- y ha llevado a cabo una labor de traducción que no parece propia
de una sola persona. Y además compone, toca la guitarra, forma parte de un grupo
musical, Marta y Micó, que multiplica sus actuaciones en los más
diversos lugares.
José María Micó se ha atrevido a traducir de nuevo, que
es lo mismo que poner en español contemporáneo, a los tres grandes poemas
épicos de la literatura italiana, esto es, de la literatura europea: la Comedia
de Dante, el Orlando furioso de Ariosto y la Jerusalén liberada. De
esos tres poemas, el único que sigue conservando la admiración y el fervor de
los lectores actuales es el de Dante, sobre todo en su primera parte, la
dedicada al Infierno; los otros dos parecían ser ya solo objeto de
erudición. Algo semejante dijo Torquato Tasso, también autor de inteligentes
reflexiones literarias, de L’Italia liberata dai Goti, un poema célebre
en su momento que más tarde sería “recordado por pocos, leído por poquísimos,
sepultado en alguna biblioteca o en el estudio de algún letrado”.
La verdad es que acariciamos el volumen de Acantilado, un
hermoso regalo para estas fechas, nos demoramos en el preciso prólogo, picoteamos
alguna estrofa acá y allá, pero nos cuesta decidirnos a comenzar la lectura.
Ninguna hazaña parece más ajena a la sensibilidad contemporánea que la de las
cruzadas, esa guerra santa, en la que como en todas las guerras santas,
cualquier barbarie parecía justificado.
Requiere, ciertamente, un cierto esfuerzo inicial la
lectura de estos veinte cantos, más de cinco mil endecasílabos. No es lectura
apresurada para un fin de semana, ni entretenimiento playero. En su tiempo, sin
embargo, fue un best seller. Bien sabido resulta que al poema épico le
dio muerte la novela. Pero tardó en hacerlo: todavía en el primer tercio del
XIX, el apócrifo Ossian y Lord Byron se atrevían a competir con ella.
El verso se lee de otra manera que la prosa. El primero
puede prescindir más difícilmente que la segunda de la lectura en voz alta: el
verso ha de pronunciarse sílaba a sílaba, aunque sea lea en voz baja, para que
conserve su ritmo; la prosa admite una lectura mental que puede acomodarse
mejor a distintas velocidades (no se lee lo mismo a Baroja que a Miró).
Tenemos que volver a aprender a leer si queremos leer los
grandes poemas del pasado. Leer como quien escucha el poema, sin asustarse por
no distinguir del todo los muchos personajes secundarios. De hecho, la lectura
en voz alta –una parte de la población era analfabeta-- fue práctica común
hasta tiempos recientes.
Tasso quiso escribir un poema épico que se alejara de las
fantasías y disparates de Ariosto para atenerse a las enseñanzas de Aristóteles,
que fuera concorde con los nuevos ideales de la Contrarreforma. No creyó
haberlo conseguido. Trabajó en la Jerusalén liberada durante toda su
vida, pero la obra que admiramos se publicó sin su consentimiento y ni siquiera
el título es suyo. Tras someter su obra a un consejo de expertos, e incluso a
la Inquisición, siguió trabajando en ella y la rehízo con el titulo de la Jerusalén
conquistada. Lo que a él más le disonaba es lo que leemos con más
admiración: los prodigios, los hechizos, los encantamientos, los amores de
Rinaldo y Armida. Quien tenga dudas sobre la fascinación que todavía puede
producir hoy este inmenso poema que empiece por el canto XIV; no podrá luego
dejar de seguir leyendo.
Antes de la de Micó, hasta diez traducción de la Jerusalén
liberada se hicieron al español desde el siglo XVI hasta el XIX, unas en
verso y otras en prosa; además de múltiples adaptaciones de uno y otro tipo. El
poema original está escrito en octavas reales. Micó conserva el endecasílabo,
pero prescinde de la rima, salvo en el pareado final, que marca el cierre de la
estrofa. De vez en cuando, nos encontramos con otras asonancias (o
consonancias) que afirma son “buscadas, aunque no sistemáticas”. Varias de
ellas, sin embargo, parecen ser casuales y deslucen el texto. Así termina una
de las estrofas: “Debes recuperar la ciudad santa / del injusto poder de los
paganos, / y establecer allí un reino cristiano / en el que luego reinará tu
hermano”. Algo mejora ese cacofónico sonsonete cambiando el orden de los dos
primeros versos (que es como aparecen en el original). Muy de tarde en tarde
disuena algún endecasílabo; es el caso de “porque acudirá raudo a tu llamada”,
con su acento antirrítmico en la quinta sílaba. Son reparos menores y quizá
injustos: traducir una obra semejante está al alcance de muy pocos; señalar
algún descuido, al de cualquiera.
Con ecos de las grandes epopeyas clásicas (Rinaldo tiene
mucho de Aquiles, Armida es una nueva Circe aún más encantadoramente perversa)
y de los libros de caballerías, Torquato Tasso a ratos parece escribir el guion
de una gran superproducción cinematográfica a la que le basta para seducirnos y
deslumbrarnos con la magia de la bella palabra y la pantalla de nuestra
imaginación.
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