jueves, 4 de diciembre de 2025

Gimnasio y biblioteca

 

Juan Antonio González Iglesias
Entre las criaturas y las cosas
Poesía reunida (1984-2004)
Visor. Madrid, 2025.

La unión de contrarios caracteriza a la poesía de Juan Antonio González Iglesias desde su primer libro, La hermosura del héroe, de 1994, hasta el último, Nuevo en la ciudad nueva, de 2024, pero no incluido en Entre las criaturas y las cosas , recopilación de su poesía completa que acaba de aparecer. Las razones de esa exclusión no parecen literarias y quizás tienen que ver con que ambas publicaciones han sido subvencionadas por la misma entidad.

Hay un llamativo contraste entre la persona pública y el personaje poético de González Iglesias. El protagonista de sus versos se nos presenta como un moralista, un defensor del humanismo que se siente al margen de la sociedad contemporánea. “Soy un hombre en creciente desacuerdo / con su época”, comienza uno de los poemas. Pero el autor que los escribe tiene mucho de poeta oficial: recibe encargos institucionales para algunos de sus libros, como Universales , y becas para escribir otros con tranquilidad en hermosos entornos, como la villa de Marguerite Yourcenar; libros, por otra parte, que suelen aparecer con algún premio más o menos institucional. “Financiado por la Unión Europea” se lee en Nuevo en la ciudad nueva. Los antiguos humanistas viajaban de corte en corte, bajo la protección de algún rey o de algún noble; ahora los mecenas son políticos que manejan dinero público.

            González Iglesias es catedrático de Filología Latina, traductor de los clásicos, y defensor de la tradición griega y romana, a la que alude continuamente en sus versos, pero le gusta acompañar esas referencias con otras que tienen que ver con la modernidad tecnológica: “Leo a Thomas de Aquino en el smartphone”, “Un podcast sobre Dante a medianoche / me trae serenidad”, comienzan dos de los poemas. En otros se mencionan “Google Maps”, “Ya.com”, “el contrato 10 de Amena”, Leroy Merlin, McDonald's o Telepizza. No siempre esa mezcla, que algo tiene de manierismo, resulta afortunada: léase “Veta de oro en medio de la tierra” donde los deslumbrantes semidioses acaban siendo una “cuadrilla / de sordomudos en el Mercadona / de Benidorm”

            La hermosura del héroe comienza con una brillante paráfrasis de Píndaro “Olímpica primera. Nadador”, dedicada a Martín López-Zubero, campeón olímpico de natación. Quizás González Iglesias sea el poeta que desde Píndaro con más brillantez ha cantado el mundo del deporte. En Decatletas, de 2011, reunió todos los poemas de ese tema que había escrito hasta la fecha; ha seguido siendo uno de sus temas centrales. “Corren sobre la arena”, de Jardín Gulbenkian puede servir de ejemplo: “Corren sobre la arena y sobre el mes de marzo. / El sol los acompaña intermitentemente. / Sobre los golpes secos de sus largas zancadas / y sus respiraciones prevalece el silencio. / Hay un joven barbudo con camiseta roja. / Ahora van a las duchas. Su sobriedad atlética / nos devuelve a las copas de cerámica ática”.

            El propio poeta, que a menudo se canta a sí mismo a la manera de Walt Whitman, se nos presenta como deportista. “Entrenado en gimnasio y con la bicicleta”, afirma en uno de los versos de “Horacio, Epístola 1, 20”, uno de sus varios autorretratos.

            Pero el gimnasio de González Iglesias no parece solo un lugar para el ejercicio físico, también es un lugar propicio para el encuentro con esa belleza masculina que fascina al poeta como fascinaba a los antiguos griegos y para practicar la camaradería viril. El poema “Colega” dice así: “Lleva toalla y ropa / interior del ejército de tierra. / Si coinciden, entrenamos juntos. / Desconozco su vida, y él, la mía. / Desconozco su nombre. / Nos bastan unos cuantos monosílabos. / Ni anillos, ni pendientes, ni tatuajes / no piercing en su piel. / Está desnudo cuando está desnudo. / Es mi colega en el gimnasio. Juntos / honramos de la única manera / a los antiguos posibles espartanos”.

            Los poemas a “A une passante”, para decirlo con el título de Baudelaire, a la belleza que pasa fugazmente a nuestro lado, son un tópico si se trata de una belleza femenina (“Mujeres que pasáis por la Quinta Avenida / tan cerca de mis ojos, tan lejos de mi vida”, escribió José Juan Tablada); más resultan escasos, al menos hasta tiempos recientes, los que tienen un destinatario masculino. González Iglesias nos ofrece una buena muestra de ellos. El extenso “Un centauro” es quizás el más sorprendente y conseguido de todos. Los poemas más explícitamente eróticos interesan menos y alguno, tras la deliberada vulgaridad del título (“Estamos en gayumbos delante del espejo”) incurren en perífrasis poco afortunadas: “Tardamos mucho rato en exhibir las bolsas / de fina piel que guardan nuestra virilidad”.

            Afortunadamente hay otro González Iglesias en González Iglesias. El que canta los placeres sencillos como beber un vaso de agua fría (en el poema así titulado, de leve anécdota que, sin embargo, puede leerse también como una parábola política, o en “Primera noche del verano”) o pasear en bicicleta (“Canción para pedir un carril bici”). Acierta también en los poemas que nos hablan de la cotidianidad en diversas ciudades: “Mañana de París”, “Mañana de Madrid”, “Málaga” o el que yo prefiero, que tiene un título muy suyo, “Un poema es mejor que Google Maps”, un recorrido por Venecia en busca de la casa en que vivió Ezra Pound. Tras la preciosista descripción del itinerario, desde el embarcadero en Ca d'Oro (con su “frágil / tracería de ojivas y trilóbulos”) el contraste con la “sencilla casa” que fue del poeta: “Del buzón / sobresale un polícromo folleto / con las ofertas de un hipermercado”.

            La poesía, nos dice González Iglesias en un poema de su primer libro, con esa cierta pedantería que también es otro de sus rasgos, “nos es género de exégesis, pero sí es género para la écfrasis”. Sobran quizás de su poesía los simples apuntes de filólogo, los poemas que parecen notas a pie de página (“Alcibíades”), las naderías corteses (“Otros dicen buen finde ”) o las simplistas críticas al mundo contemporáneo: “Libérame del reino de la cantidad. / No permitas que sea valorado / por el número de amigos o de seguidores”.

Pero no importa lo que sobra. Importan los poemas –numerosos-- en los que la habilidad del retórico que conoce bien su oficio se convierte en magia. Pondré solo unos pocos ejemplos: “Homo matinalis”, sobre la experiencia del buceo convertida en una experiencia mística, o “Parkour”, sobre un deporte que no conocieron los griegos; “Frick Collection, Retrato de Tomás Moro”, un retrato que tiene mucho de autorretrato, y “Pablo”, homenaje a un poeta admirado también humanamente (“Me gusta imaginar a Dios parecido a ti”).