martes, 21 de diciembre de 2021

La casa de las montañas

 

Diario de un editor con perro
Julián Rodríguez
Editora Regional de Extremadura. Mérida, 2021.

En sus últimos años, Julián Rodríguez (1968-2019) era conocido, sobre todo, por ser un editor excepcional, el creador y el alma de Periférica, pero había sido. y era, muchas cosas más. La pluralidad de sus talentos durante un tiempo pareció jugar en contra suya;  parecía destinado, por falta de constancia y exceso de entusiasmo, a un dorado fracaso en todas sus diversas ocupaciones. Fundó revistas, como La Ronda de Noche, galerías de arte o incluso un restaurante (de hermoso nombre: Bocángel); diseñó libros y colecciones, especialmente para la Editora Regional de Extremadura. La de escritor, comenzada tardíamente, parecía una actividad más. Comenzó con una insólita novela juvenil, Tiempo de invierno, a la que siguió un libro de poemas, Nevada; luego se decantaría por la novela y, sobre todo, la reflexión autobiográfica. Desde el principio, quiso ir más allá de lo consabido, huir de las florituras retóricas. Lo suyo era el minimalismo conceptual. En la última década, absorbido por la labor editorial, parecía haber dejado la escritura, como parecía haber dejado –sin dejarlas--  tantas otras actividades.

            No era así, solo había dejado de publicar libros propios, dedicado a los ajenos. Pero seguía escribiendo y una parte de esos escritos suyos los daba a conocer en una denostada red social, Facebook, donde caben todas las simplezas y todas las maravillas. A Borges le habría entusiasmado –nada se parece más al asombroso Aleph, que en un un punto contiene el universo, que Internet-- y quizá también a Juan Ramón Jiménez, que en ella habría podido publicar una página perfecta cada día, como era su sueño.

            Los autores no escriben libros, sino la materia prima de los libros. Los libros, aunque un solo nombre figure en la portada, son siempre obra colectiva. En este Diario de un editor con perro el otro autor, el editor, es Martin López-Vega. A él se debe una decisión fundamental: publicar solo, de las muchas anotaciones publicadas o inéditas de Julián Rodríguez, aquellas que tienen que ver con sus estancias de fin de semana en una apartada casa rural. Entremezcladas con las anotaciones de otros días perderían intensidad. El subtítulo, La casa de las montañas (2018-2019), quizá debería ser el título, y al revés, el título ir de subtítulo, porque este libro es solo la primera entrega de un diario de escritor que puede convertirse en la obra más perdurable de Julián Rodríguez, la que mejor refleja, sin mutilar ninguno de sus aspectos, su poliédrica, inagotable, inabarcable personalidad.

            Martín López-Vega, que sabe que hay profesiones que aspiran a la invisibilidad, como la de editor o corrector, ha tenido el acierto de dejar las imprescindibles aclaraciones para una escueta nota final. En ella, copia la respuesta del autor a un comentario (la publicación en Facebook permite interactuar de manera inmediata con los lectores), en el que explica el lugar y el tiempo de la escritura: “Esta casa, este jardín y esas nieves, están en uno de los lados segovianos (alto y pobre) de la Sierra de Guadarrama, a solo una hora y media en coche desde Madrid por la carretera de Burgos, pero en realidad ya en otro mundo. De viernes (a las doce de la mañana) a lunes (a las nueve de la mañana) ahí se refugia uno”.

            El perro del editor, Zama, una perra, es el otro protagonista de estas páginas, que nos hablan de duros inviernos y tardías primaveras, de largos paseos, de música y libros, también de cocina (incluso incluye alguna receta), siempre con la sabiduría de quien sabe atenerse a lo esencial. Las notas costumbristas alternan con pinceladas impresionistas sobre el sucederse de las estaciones.

            A veces se alude a las ilustraciones que acompañaban a estas notas en su primera publicación, por lo general fotografías hechas por el propio Julián Rodríguez, y quizá en ese caso deberían haber sido reproducidas, como ocurre con los libros de  W. G. Sebald y con tantos otros posteriores (recordemos Negra espalda del tiempo, de Javier Marías), sin que por eso se convirtiera el volumen en un libro ilustrado. Y algún poema aludido –y reproducido en Facebook-- tal vez debería haber sido reproducido, como se hace con otros, aunque fuera en nota. Un ejemplo: “Llego a casa y busco ese poema de Edna St. Vincent Millay que tanto me gusta. No es difícil saber qué había detrás de tales versos”. El lector se queda sin saber qué versos eran esos. No desmerecen estas minucias el valor de esta edición, ni por supuesto de unas páginas escritas con ejemplar llaneza, sin levantar la voz, con la precisión en los detalles de quien sabe siempre de qué habla.

            No se refiere el escueto editor (Julián Rodríguez no habría querido otra cosa), a un hecho que dota de dramatismo a estas notas, Se fecha la última el jueves 27 de junio de 2019. “¿Huyendo del calor? ¿Qué haces hoy jueves por aquí?”, le pregunta el frutero del mercadillo en el que compra provisiones antes de llegar a casa. Ese fin de semana había adelantado un día el viaje, no sabía por qué. Lo último que escribió, lo último que subió a la red social fue una anotación aparentemente trivial, cotidiana, como tantas: “El termómetro del jardín marcaba veintisiete grados al llegar; el de la cocina, veintidós. Zama corrió hacia el cobertizo primero, luego volvió a la calleja (el portón del jardín estaba abierto) e hizo su ronda. Revisé el nivel del agua en el pozo, puse Radio Clásica, calenté el pisto que sobró el otro día en Madrid”.

Julián Rodríguez fue encontrado muerto a la mañana siguiente. ¿Intuía esa cita, esa visita a la vez inesperada y esperada? ¿Temía que no le encontrara allí, en su querida casa de las montañas, en su refugio contra las inclemencias del tiempo,  si hubiera vuelto a ella el viernes a la hora de costumbre?

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