Manuel Moya
Libro de visitas
Eolas Ediciones. León, 2024.
Manuel Moya, sin abandonar su
natal Fuenteridos, en la provincia de Huelva, ha sido capaz de desarrollar una
amplia obra literaria que abarca todos los géneros, especialmente la poesía y
la narrativa. No menos destacada es su labor de traductor. Ha puesto en español
buena parte de la obra de Fernando Pessoa y le ha dedicado una bien informada
biografía. De Pessoa tomó el gusto por los heterónimos, esos poetas que son y
no son el poeta que los crea y que de alguna manera consiguen vivir al margen
de su autor.
En 1997, Violeta C. Rangel obtuvo un importante premio de
poesía con su primer libro, La posesión del humo. Había nacido en
Sevilla, vivía en Barcelona y no ocultaba que se ganaba la vida como
prostituta. Su lenguaje directo, en relación con el “realismo sucio” que
entonces comenzaba a ser la última moda en la poesía española, su experiencia
de los márgenes y su denuncia de la violencia de género, llamaron de inmediato la
atención y la convirtieron en una de las voces destacadas de la joven poesía.
Siguió publicando, siguió siendo leída y admirada, aunque no tardó en
sospecharse que detrás de ella se escondía Manuel Moya, como detrás del
escandaloso Álvaro de Campos el introvertido Fernando Pessoa.
Mucho tiene que ver con ese ejercicio de alteridad este
fascinante Libro de visitas, algo más que una colección de estampas culturalista,
aunque puede entenderse también como una colección particular de homenaje a
autores admirados, la mayoría de ellos poetas.
El principal, el que ocupa el centro del libro, es, como
cabía esperar, Fernando Pessoa. En el poema más extenso, “Oración (Prazeres)”, monologa
el poeta con su madre cuando los dos se vuelven a encontrar tras la muerte La
canción “Un soir à Lima”, la preferida de ella, sirve de leitmotiv. Hay emoción
y verdad en esta recreación de la vida del poeta desde la relación con la
figura materna.
Antes
nos hemos encontrado, más sintéticamente, con un “autorretrato” del creador de
los heterónimos y más adelante aparecerá la necrológica que le dedica Álvaro de
Campos. Al universo pessoano pertenecen también el monólogo de Sá-Carneiro el
día de su suicidio (“¿Amar la vida? ¿Para qué, / que puede darme a mí la vida,
qué podría darle yo?”) y los dos poemas que enmarcan el libro, variaciones
sobre el tema del rey don Sebastián: “Quien vuela en sus sueños vuela lejos”.
Manuel Moya no le teme enfrentarse a figuras bien
conocidas, a recrear anécdotas biográficas que ha sido ya abundantemente
tratadas por otros autores. “Albergo Roma” nos vuelve a contar el suicidio de
Cesare Pavese. Imposible no pensar en el poema de Juan Luis Panero incluido en Los
trucos de la muerte: “Solo bajó del tren, / atravesó solo la ciudad
desierta, / solo entró en el hotel vacío, / abrió su solitaria habitación / y
escuchó con asombro el silencio”. Lorquianas resonancias encontramos, ya desde
el título, en el “Llanto por Pier Paolo Passolini”, cuyo impactante asesinato,
como el de Lorca, no parece que nunca vaya a ser del todo aclarado.
Los poemas sobre temas y autores más convencionales (la
“Carta a un joven poeta (Rilke)” o la variación sobre el poema “Invictus”)
alternan con otros de mayor novedad. Nos sorprende la sencillez de “Elena Garro
habla de sus gatos” o la recreación del humor vanguardista y del lenguaje
criollo en “Oh posteridad (Girondo)”: “Oh posteridad, ponete calcetines, / haz
como si la tos no te muriera. / cerrá el pico de una vez, descansá, / mas sobre
todo no digás que venís de la luna / o que tenés embajada en el infierno”.
Tres poemas se dedican a otros tantos pintores: Ergon
Schiele, Modigliani y Kathe Kiolwitz, alternando la écfrasis, la descripción de
alguno de sus cuadros, con la anécdota biográfica: “Jeanne Hébuterne vela a
Modigliani en su viaje a las costas de Livorno”.
No podía faltar en un libro como este, que de algún modo
es una colección de vidas como la Antología de Spoon River, un homenaje a
Edgar Lee Masters. En la segunda de las estelas que le dedica encontramos unos
versos que pueden aplicarse al propio Manuel Moya, al menos en lo que se
refiere a los mejores poemas de Libro de visitas, a los que menos tienen
de ejercicio literario: “lo cierto es que ha sido en mi carne donde se
excavaron sus tumbas, / que es en mi carne donde rompen como olas sus memorias,
/ que todas esas voces me golpean, que de mí se nutren, / que desde mí vuelan y
se adhieren al papel, / que desde mí escriben sus líneas y regresan, / y que yo
solo soy la lápida banal de sus apariciones, / la colina donde todos ellos
duermen”.
Manuel Moya no ha necesitado abandonar Fuenteheridos para
irse a Madrid y ponerse a la cola, como decía Baroja, en busca de la gloria
literaria. El centro del mundo está en cualquier lugar para el que sabe mirar
sin las anteojeras del localismo. En Libro de visitas nos da una nueva
muestra de su capacidad para hablar con múltiples voces, para hacer propios los
mundos ajenos que más admira.
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