miércoles, 22 de enero de 2025

Arte y vida

 

Manuel Moya
Libro de visitas
Eolas Ediciones. León, 2024.

Manuel Moya, sin abandonar su natal Fuenteridos, en la provincia de Huelva, ha sido capaz de desarrollar una amplia obra literaria que abarca todos los géneros, especialmente la poesía y la narrativa. No menos destacada es su labor de traductor. Ha puesto en español buena parte de la obra de Fernando Pessoa y le ha dedicado una bien informada biografía. De Pessoa tomó el gusto por los heterónimos, esos poetas que son y no son el poeta que los crea y que de alguna manera consiguen vivir al margen de su autor.

            En 1997, Violeta C. Rangel obtuvo un importante premio de poesía con su primer libro, La posesión del humo. Había nacido en Sevilla, vivía en Barcelona y no ocultaba que se ganaba la vida como prostituta. Su lenguaje directo, en relación con el “realismo sucio” que entonces comenzaba a ser la última moda en la poesía española, su experiencia de los márgenes y su denuncia de la violencia de género, llamaron de inmediato la atención y la convirtieron en una de las voces destacadas de la joven poesía. Siguió publicando, siguió siendo leída y admirada, aunque no tardó en sospecharse que detrás de ella se escondía Manuel Moya, como detrás del escandaloso Álvaro de Campos el introvertido Fernando Pessoa.

            Mucho tiene que ver con ese ejercicio de alteridad este fascinante Libro de visitas, algo más que una colección de estampas culturalista, aunque puede entenderse también como una colección particular de homenaje a autores admirados, la mayoría de ellos poetas.

            El principal, el que ocupa el centro del libro, es, como cabía esperar, Fernando Pessoa. En el poema más extenso, “Oración (Prazeres)”, monologa el poeta con su madre cuando los dos se vuelven a encontrar tras la muerte La canción “Un soir à Lima”, la preferida de ella, sirve de leitmotiv. Hay emoción y verdad en esta recreación de la vida del poeta desde la relación con la figura materna.

Antes nos hemos encontrado, más sintéticamente, con un “autorretrato” del creador de los heterónimos y más adelante aparecerá la necrológica que le dedica Álvaro de Campos. Al universo pessoano pertenecen también el monólogo de Sá-Carneiro el día de su suicidio (“¿Amar la vida? ¿Para qué, / que puede darme a mí la vida, qué podría darle yo?”) y los dos poemas que enmarcan el libro, variaciones sobre el tema del rey don Sebastián: “Quien vuela en sus sueños vuela lejos”.

            Manuel Moya no le teme enfrentarse a figuras bien conocidas, a recrear anécdotas biográficas que ha sido ya abundantemente tratadas por otros autores. “Albergo Roma” nos vuelve a contar el suicidio de Cesare Pavese. Imposible no pensar en el poema de Juan Luis Panero incluido en Los trucos de la muerte: “Solo bajó del tren, / atravesó solo la ciudad desierta, / solo entró en el hotel vacío, / abrió su solitaria habitación / y escuchó con asombro el silencio”. Lorquianas resonancias encontramos, ya desde el título, en el “Llanto por Pier Paolo Passolini”, cuyo impactante asesinato, como el de Lorca, no parece que nunca vaya a ser del todo aclarado.

            Los poemas sobre temas y autores más convencionales (la “Carta a un joven poeta (Rilke)” o la variación sobre el poema “Invictus”) alternan con otros de mayor novedad. Nos sorprende la sencillez de “Elena Garro habla de sus gatos” o la recreación del humor vanguardista y del lenguaje criollo en “Oh posteridad (Girondo)”: “Oh posteridad, ponete calcetines, / haz como si la tos no te muriera. / cerrá el pico de una vez, descansá, / mas sobre todo no digás que venís de la luna / o que tenés embajada en el infierno”.

            Tres poemas se dedican a otros tantos pintores: Ergon Schiele, Modigliani y Kathe Kiolwitz, alternando la écfrasis, la descripción de alguno de sus cuadros, con la anécdota biográfica: “Jeanne Hébuterne vela a Modigliani en su viaje a las costas de Livorno”.

            No podía faltar en un libro como este, que de algún modo es una colección de vidas como la Antología de Spoon River, un homenaje a Edgar Lee Masters. En la segunda de las estelas que le dedica encontramos unos versos que pueden aplicarse al propio Manuel Moya, al menos en lo que se refiere a los mejores poemas de Libro de visitas, a los que menos tienen de ejercicio literario: “lo cierto es que ha sido en mi carne donde se excavaron sus tumbas, / que es en mi carne donde rompen como olas sus memorias, / que todas esas voces me golpean, que de mí se nutren, / que desde mí vuelan y se adhieren al papel, / que desde mí escriben sus líneas y regresan, / y que yo solo soy la lápida banal de sus apariciones, / la colina donde todos ellos duermen”.

            Manuel Moya no ha necesitado abandonar Fuenteheridos para irse a Madrid y ponerse a la cola, como decía Baroja, en busca de la gloria literaria. El centro del mundo está en cualquier lugar para el que sabe mirar sin las anteojeras del localismo. En Libro de visitas nos da una nueva muestra de su capacidad para hablar con múltiples voces, para hacer propios los mundos ajenos que más admira.

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