miércoles, 15 de enero de 2025

Enfermedades del alma

 

Guillermo Lahera
Breve manual de psiquiatría con alma
Debate. Barcelona, 2024.

Guillermo Lahera ha escrito un breve manual de psiquiatría que es algo más que un excelente libro de divulgación científica: una emocionante obra literaria. Significativo resulta que el primer nombre propio que aparezca no sea el de ningún especialista, sino el del poeta Carlos Marzal. Y no es que trate de las relaciones, que pusieron de moda los románticos, entre genio y locura, y que todavía hoy sirven para malentender a autores como Leopoldo María Panero.

            El primer acierto del libro es la clave autobiográfica en que está escrito. “Echo la vista atrás y me recuerdo de adolescente anhelando ser psiquiatra algún día”. Los modelos venían de la literatura y el cine y le movía el deseo “de conocer los sutiles recovecos del ser humano, cuando en realidad apenas conocía lo más básico”. Esos elementos autobiográficos a veces pueden parecer excesivos o un tanto fuera de lugar: “Ese día fui a dar patadas al Retiro con mi hijo mayor, Javier, que entonces tenía diez años. Disfrutó haciéndome cañitos, rompiéndome la cadera con sus regates y demostrando su abrumadora superioridad futbolística”. El capítulo final –en el que el enfermo mental es su propio padre-- nos confirma que son parte esencial del libro, que está escrito por alguien que no observa los problemas de los que trata desde un lugar superior y al margen.

El afán iluminador de la condición humana que mueve a Guillermo Lahera es el mismo que el del novelista y, como un hábil narrador se muestra en el relato de los casos prácticos que vertebran su libro, rememorados en la última página: “Pienso en Julián, el poeta; en Leonor y en su bíblica deriva final; en Kevin, que ha conseguido volver a sus pillerías; en el acumulador José, barroco en su habla e insólitamente promiscuo en su intimidad; en Cecilia y en los surcos de sus lágrimas; en Ainhoa, compañera de generación y víctima de la brutalidad impune; en mi padre, que me enseñó la teoría de la relatividad”.

            No se trata de concretos casos clínicos -según es habitual en cierta publicaciones especializadas-- con los nombres cambiados para mantener la privacidad, sino de literatura basada en hechos reales. Guillermo Lahera actúa como un novelista del realismo o del naturalismo, como Zola o Galdós: funde varios casos en uno, con los elementos de la realidad consigue otra realidad más verdadera. Podría citar en su apoyo a Antonio Machado: “Se miente más de la cuenta / por falta de fantasía”. No basta la observación, sin imaginación no se pueden narrar vidas ajenas ni tampoco hacer ciencia.

            Pero lo que se pretende no es, o no es solo, crear conmovedoras historias a partir de las tragicómicas peripecias de los enfermos mentales. Este Breve manual de psiquiatría con alma es efectivamente eso: un breve manual que nos pone al día, en precisas síntesis, pero sin simplificación ninguna, de los actuales avances de la psiquiatría y rememora sus oscuros antecedentes –que llegan hasta casi ayer mismo-- más represivos que curativos. Guillermo Lahera conoce bien la teoría y la práctica de la psiquiatría y sabe que es algo más que una especialidad de la medicina: un saber sobre el alma, o sobre lo que antes se llamaba alma y hoy no sabemos muy bien cómo llamar, una disciplina humanística, al igual que la filosofía o la literatura.

            Con habilidad de buen narrador, interrumpe cada historia para hablarnos del caso clínico que ejemplifica –delirio, depresión, trastorno obsesivo-compulsivo o bipolar, poniéndonos alerta ante la simplificación que a veces suponen tales términos-- y luego la concluye de manera a menudo sorprendente.

            Caracteriza a Lahera el buen sentido, su alejamiento de posturas radicales, el continuo reconocimiento de lo mucho que todavía no sabemos y de que, en muchas ocasiones, los mejores especialistas, incluido él mismo, andan a tientas. Cita, para subrayar que las dudas serán siempre mayores que las certezas, una paradoja de Emerson Pugh: “Si el cerebro humano fuera tan simple que pudiéramos entenderlo, nosotros seríamos tan simples que no lo entenderíamos”. Y al hablar de la industria farmacéutica, nos pone en guardia sin demonizarlas: “Igual que Ike o Zara son empresas que quieren ganar dinero. Pero si están bien reguladas y vigiladas desde el punto de vista ético, son agentes imprescindibles en nuestro sistema de salud”. Conviene por eso no aceptar de manera acrítica sus mensajes comerciales, pero tampoco incurrir en tópicas teorías conspiratorias.

            Hay lugar para el humor en este libro tan lleno de dolor (ahí está la historia de Amparo con su obsesión por la limpieza o la del acumulador José) y para el apunte satírico. A propósito de las causas de la enfermedad de su padre, catedrático de Física, señala que pudieron estar entre ellas “las dinámicas destructivas del departamento universitario que dirigía”, y añade: “los departamentos universitario deberían ser objeto de estudio psicopatológico, dada su explosiva concentración de trepas, envidiosos y narcisistas, muchas veces peligrosamente ociosos”.

            El lector atento acaso note leves desajustes en la reconstrucción de algún caso (no parece verosímil que Julián, que se autodefine como poeta del silencio en la estela de Valente, imite en su nuevo libro a Rubén Darío), o algún dato discutible (¿se suicidó Larra “por honor”?), pero eso en absoluto impide que cerremos el libro con un sentimiento de admiración y gratitud. Muchos nos enseña este Breve manual de psiquiatría con alma sobre los problemas de salud mental, ahora tan de moda, pero más sobre nosotros mismos.

           

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