Guillermo Lahera
Breve manual de psiquiatría con alma
Debate. Barcelona, 2024.
Guillermo Lahera ha escrito
un breve manual de psiquiatría que es algo más que un excelente libro de
divulgación científica: una emocionante obra literaria. Significativo resulta
que el primer nombre propio que aparezca no sea el de ningún especialista, sino
el del poeta Carlos Marzal. Y no es que trate de las relaciones, que pusieron
de moda los románticos, entre genio y locura, y que todavía hoy sirven para
malentender a autores como Leopoldo María Panero.
El primer acierto del libro es la clave autobiográfica en
que está escrito. “Echo la vista atrás y me recuerdo de adolescente anhelando
ser psiquiatra algún día”. Los modelos venían de la literatura y el cine y le
movía el deseo “de conocer los sutiles recovecos del ser humano, cuando en
realidad apenas conocía lo más básico”. Esos elementos autobiográficos a veces
pueden parecer excesivos o un tanto fuera de lugar: “Ese día fui a dar patadas
al Retiro con mi hijo mayor, Javier, que entonces tenía diez años. Disfrutó
haciéndome cañitos, rompiéndome la cadera con sus regates y demostrando
su abrumadora superioridad futbolística”. El capítulo final –en el que el
enfermo mental es su propio padre-- nos confirma que son parte esencial del
libro, que está escrito por alguien que no observa los problemas de los que
trata desde un lugar superior y al margen.
El
afán iluminador de la condición humana que mueve a Guillermo Lahera es el mismo
que el del novelista y, como un hábil narrador se muestra en el relato de los
casos prácticos que vertebran su libro, rememorados en la última página:
“Pienso en Julián, el poeta; en Leonor y en su bíblica deriva final; en Kevin,
que ha conseguido volver a sus pillerías; en el acumulador José, barroco en su
habla e insólitamente promiscuo en su intimidad; en Cecilia y en los surcos de
sus lágrimas; en Ainhoa, compañera de generación y víctima de la brutalidad
impune; en mi padre, que me enseñó la teoría de la relatividad”.
No se trata de concretos casos clínicos -según es
habitual en cierta publicaciones especializadas-- con los nombres cambiados
para mantener la privacidad, sino de literatura basada en hechos reales.
Guillermo Lahera actúa como un novelista del realismo o del naturalismo, como
Zola o Galdós: funde varios casos en uno, con los elementos de la realidad
consigue otra realidad más verdadera. Podría citar en su apoyo a Antonio
Machado: “Se miente más de la cuenta / por falta de fantasía”. No basta la
observación, sin imaginación no se pueden narrar vidas ajenas ni tampoco hacer
ciencia.
Pero lo que se pretende no es, o no es solo, crear
conmovedoras historias a partir de las tragicómicas peripecias de los enfermos
mentales. Este Breve manual de psiquiatría con alma es efectivamente
eso: un breve manual que nos pone al día, en precisas síntesis, pero sin
simplificación ninguna, de los actuales avances de la psiquiatría y rememora sus
oscuros antecedentes –que llegan hasta casi ayer mismo-- más represivos que
curativos. Guillermo Lahera conoce bien la teoría y la práctica de la
psiquiatría y sabe que es algo más que una especialidad de la medicina: un
saber sobre el alma, o sobre lo que antes se llamaba alma y hoy no sabemos muy
bien cómo llamar, una disciplina humanística, al igual que la filosofía o la
literatura.
Con habilidad de buen narrador, interrumpe cada historia
para hablarnos del caso clínico que ejemplifica –delirio, depresión, trastorno
obsesivo-compulsivo o bipolar, poniéndonos alerta ante la simplificación que a
veces suponen tales términos-- y luego la concluye de manera a menudo
sorprendente.
Caracteriza a Lahera el buen sentido, su alejamiento de
posturas radicales, el continuo reconocimiento de lo mucho que todavía no
sabemos y de que, en muchas ocasiones, los mejores especialistas, incluido él
mismo, andan a tientas. Cita, para subrayar que las dudas serán siempre mayores
que las certezas, una paradoja de Emerson Pugh: “Si el cerebro humano fuera tan
simple que pudiéramos entenderlo, nosotros seríamos tan simples que no lo
entenderíamos”. Y al hablar de la industria farmacéutica, nos pone en guardia
sin demonizarlas: “Igual que Ike o Zara son empresas que quieren ganar dinero.
Pero si están bien reguladas y vigiladas desde el punto de vista ético, son
agentes imprescindibles en nuestro sistema de salud”. Conviene por eso no
aceptar de manera acrítica sus mensajes comerciales, pero tampoco incurrir en
tópicas teorías conspiratorias.
Hay lugar para el humor en este libro tan lleno de dolor
(ahí está la historia de Amparo con su obsesión por la limpieza o la del
acumulador José) y para el apunte satírico. A propósito de las causas de la
enfermedad de su padre, catedrático de Física, señala que pudieron estar entre
ellas “las dinámicas destructivas del departamento universitario que dirigía”,
y añade: “los departamentos universitario deberían ser objeto de estudio
psicopatológico, dada su explosiva concentración de trepas, envidiosos y
narcisistas, muchas veces peligrosamente ociosos”.
El lector atento acaso note leves desajustes en la
reconstrucción de algún caso (no parece verosímil que Julián, que se autodefine
como poeta del silencio en la estela de Valente, imite en su nuevo libro a
Rubén Darío), o algún dato discutible (¿se suicidó Larra “por honor”?), pero
eso en absoluto impide que cerremos el libro con un sentimiento de admiración y
gratitud. Muchos nos enseña este Breve manual de psiquiatría con alma sobre
los problemas de salud mental, ahora tan de moda, pero más sobre nosotros
mismos.
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