lunes, 7 de octubre de 2019

Cómo vendemos la moto o El arte de comunicar bien en política




Más que palabras.
La izquierda, los discursos y los relatos
Enrique del Teso
Trea. Gijón, 2019.

Desde que la retórica dio los primeros pasos, allá en Siracusa, algunos años antes de Cristo, sabemos que no basta con tener razón para ganar un pleito, que hace falta que nos la dé el jurado, la asamblea o la audiencia. Y que la verdad importa menos que la apariencia de verdad.
            Creemos lo que queremos creer. Se nos puede mentir con la verdad. La opinión pública puede ser manipulada y es continuamente manipulada por la publicidad comercial o por la propaganda política.
            Enrique del Teso, profesor de Lingüística General, nos explica muy didácticamente en Más que palabras los entresijos de la comunicación y da un suspenso a los políticos de izquierda y un sobresaliente alto a los defensores del neoliberalismo, que han logrado que la mayoría social –e incluso parte de la izquierda– acepte como inevitables medidas que van contra sus intereses.
            Pero el novedoso manual sobre comunicación –primera parte– va acompañado de unas reflexiones políticas que incurren a menudo en la simplificación del panfleto. Y antes de llegar a esa segunda parte, ya nos sorprenden ciertos descosidos conceptuales.
            El primero aparece en el prólogo: “En cierta ocasión, un gramático explicaba a los alumnos que en la mayoría de los nombres (farol, tintero, casa…) el género no indica nada, sino que es solo un regulador de la combinatoria de las palabras. Iniciaba la explicación con una broma sobre la vaciedad semántica del género explicando cómo se distinguía un ganso de una gansa. Decía que para distinguirlos había que acariciar al animal el pescuezo y, si se ponía tierno, es que era un ganso; si por el contrario se ponía tierna, era una gansa”.
            Más que gracioso resulta confuso, una lección de gramática no bien aprendida, o no bien explicada. Cierto que en los sustantivos que no se refieren a seres animados con diferenciación sexual, el genero (masculino, femenino) carece de contenido semántico y marca solo la concordancia con el adjetivo y el artículo; pero, en el ejemplo (ganso, gansa) sí tiene contenido semántico. Es en el adjetivo calificativo (tierno, tierna) donde resulta siempre un “solo un regulador de la combinatoria de las palabras” y por eso carece de variación genérica en otras lenguas.
            No es el único caso en que el autor no parece haber entendido bien aquello que nos explica. Por ejemplo, el acertijo de S. J. Gould que nos propone en la página 66: “Linda tiene treinta y un años, es soltera, es titulada en sociología. Cuando era estudiante, fue miembro de asociaciones feministas. No sabemos nada más de ella. El juego consiste en decir qué nos parece más verosímil de Linda a día de hoy”. La opción primera afirma que es cajera de un banco; la segunda, que además de eso colabora en una oenegé. “La mayoría de la gente –indica Del Teso– elige la segunda, a pesar de que es imposible que sea más probable que la primera”. Y tiene toda la razón: hay menos probabilidades de que una persona cumpla dos condiciones (ser español y médico) que de que cumpla una sola (ser español o médico). Las matemáticas no engañan, pero Enrique del Teso sí, o se confunde: porque lo que nos preguntó es qué nos parece más “verosímil”, no más “probable” y cualquier narrador sabe que son los pequeños detalles los que hacen creíble a un personaje y por eso la segunda opción es más verosímil, aunque resulte menos probable.
            La confianza perdida es difícil de recuperar. Enrique del Teso entra en el debate político con la autoridad que le da ser un experto en Lingüística. ¿Y cómo vamos a creerle en otras materias si en la suya propia parece mostrarse algo descuidado?
            Veamos lo que nos dice de la negociación laboral: “Cuando la Unión Europea pide a España que la ley estimule una negociación descentralizada de los salarios, lo que está pidiendo es que desaparezca la negociación colectiva”. Lo que entendemos –continúa– es que la negociación salarial debería tener menos imposición externa, pero lo que en realidad dice “es que cada trabajador negocie con la empresa por separado, y no todos conjuntamente”. ¿Seguro? ¿Conoce alguna empresa de limpieza donde cada trabajador negocia su contrato? ¿En un bar a un camarero se le pagan tantos euros por hora y a otro, de la misma categoría, el doble porque negoció mejor? La negociación colectiva se refiere más bien a todas las empresas del sector y lo que se pide en la negociación descentralizada es que las empresas puedan negociar por su cuenta con sus trabajadores, pero con todos “colectivamente”, no con cada uno de ellos de manera individual.
            A veces, Enrique del Teso cae en las mismas trampas contras las que no previene, se deja engañar por la información interesada que coincide con sus prejuicios. Cita tres políticos que no tienen inconveniente en mentir contra toda evidencia: Jordi Pujol gritando en el Parlament: “¡No he sido un político corrupto!, ¡nunca he cobrado por hacer favores a nadie!”; Aznar repitiendo que el atentado del 11-M fue obra de ETA; Trump diciendo que en su toma de posesión había más gente que en ninguna otra.
            Pero la primera de esas afirmaciones, al contario que las otras dos, y en contra de lo que piensa la mayoría de los españoles, no es una falsedad, o nadie ha logrado demostrar que lo sea, a pesar de que la policía lleva más de siete años investigando (se han pedido otros dos de prórroga antes de cerrar la causa). Se sospecha que el dinero oculto en Andorra, y que Pujol afirmó ser producto de una herencia, procede de comisiones políticas, pero aún no se ha encontrado ninguna prueba de ello. ¿Por qué creemos lo contrario? Porque se nos ha hecho creer que, en la familia Pujol, la responsabilidad es colectiva y si se prueba un delito en un Pujol (un hijo empresario, por ejemplo) la pena debe recaer sobre todos y especialmente sobre el Pujol que importa, el que fue presidente de la Generalitat.
            Para Enrique del Teso (p. 74, hablando del “encuadre” de la información), determinados medios mantuvieron continuamente a Venezuela en la agenda de la actualidad, a pesar de que en ese país “no sucedía nada especialmente relevante”, solo para perjudicar a Podemos. ¿En Venezuela no sucede nada especialmente relevante? La violencia en las calles, la asfixia económica por parte de Estados Unidos, la miseria creciente, los continuos intentos de golpe de Estado, ¿no es nada relevante?
            Más verdadera parece la explicación contraria: es porque Venezuela tiene una presencia continua y negativa en los medios de comunicación por lo que se recuerda una y otra vez la relación de ciertos fundadores de Podemos con el régimen chavista.
            Discutible es lo que dice sobre los jefes de Estado simbólicos, como por ejemplo en las monarquías, donde el rey “aparenta ser jefe del Estado sin serlo de verdad”, ya que “toda su conducta pública está regida por protocolos mecánicos”.
            La arremetida de Enrique del Teso contra el neoliberalismo –que a veces parece una reencarnación del diablo– resulta verdaderamente contundente. Pero no acabamos de creérnosla. Reagan quita impuestos a los ricos y la consecuencia es que millones de personas de mueren de hambre. Así lo explica: “Reagan había quitado impuestos a los ricos y muchos de ellos invirtieron todo ese dinero en el nuevo índice de Goldman Sachs. Se creó una fuerte burbuja especulativa sobre los alimentos, se dispararon sus precios y millones de personas murieron de hambre. El dinero se va de los servicios públicos americanos, se dedica a una actividad parasitaria e improductiva y la gente se muere”.
            Tendrá que explicarlo mejor porque yo no entiendo nada. Como no se entiende que la creación de créditos bancarios para estudios universitarios, en unas condiciones especialmente favorables,  no sea más que “el primer paso para reducir las becas, subir las tasas y crear situaciones de endeudamiento que muchas veces fueran tan graves como las de las hipotecas”. Olvida que la enseñanza universitaria no es obligatoria ni gratuita, y que sería injusto que así lo fuera ya que la pagarían también con sus impuestos quienes no pueden acceder a ella.
            Al neoliberalismo que ha logrado imponerse con su discurso le ha salido un alumno respondón: la extrema derecha. A ella se le dedica un breve y último capítulo, en el que se avisa de que en algunos de sus puntos –populismo, antiglobalización– puede coincidir con la izquierda. Avisados quedamos.
            Más que palabras es un libro frustradamente dual: por una parte, un manual de comunicación política (incluso con ejemplos concretos de buenos y malos discursos) que podría ser muy útil, no solo para los políticos, sino también para los receptores de sus mensajes, y que merecería un mayor desarrollo. Por otro, una defensa del estado del bienestar –entendido de una manera un tanto ingenua: el bienestar empieza “cuando se pueden comprar libros, ir al cine, cenar en una pizzería, ver la televisión o escuchar música”– y un ataque al neoliberalismo, más próximos al arbitrario artículo de opinión que al rigor del ensayo.
           
           
           

3 comentarios:

  1. Lucía de las Heras7 de octubre de 2019, 11:11

    "Progresista", "conservador", "derecha", "izquierda", "ultra", "liberal", "centrista", "reaccionario", "radical", "reformista"... ¿Qué tienen en común todas estas palabras?

    Pues que son etiquetas, calificativos genéricos que asignan una categoría a aquello a que se aplica, sin en realidad decir nada o casi nada sustancioso acerca de su contenido.

    Precisamente la atribución de algunas de estas etiquetas a un partido u opción política impide fijar la atención en aquello que importa, que es el contenido real y material de las propuestas.

    Algunas de estas etiquetas están cargadas de connotaciones positivas o negativas, de modo que su asignación a una opción política evita (exime de) tener que justificar por qué habría de tener esa consideración.

    Por ejemplo: Está extendida la idea de que la gestión pública de los servicios es progresista, mientras que su gestión por el sector privado mediante adjudicación o contrata es conservadora. ¿Por qué? ¿No debería ser lo esencial la calidad y el acceso general de los ciudadanos a esos servicios (y no tanto la forma como se presten)?

    Otro ejemplo: lo que algunos llaman "derecho de autodeterminación" (realmente: posibilidad de que los residentes de una zona elijan segregarse y constituir otro Estado distinto, sin intervención alguna de los no domiciliados en esa zona) es algo que suele considerarse "progresista", cuando en verdad puede haber razones muy fundadas para sostener su carácter retrógrado.

    Además, la autoatribución de alguna de estas etiquetas puede servir de coartada para realizar actos contrarios al supuesto carácter de la "marca" autoasignada.

    Por ejemplo: la etiqueta de "cristianos" dada a sí mismos por quienes en el pasado practicaron la persecución de aquellos que disentían de sus postulados. Así, las Cruzadas o la Inquisición. Aunque la conducta de cruzados e inquisidores contradecía manifiestamente su propia doctrina ("no matarás"), la asignación de la etiqueta "cristiana" les autopermitía realizar esos actos.

    De alguna forma su autolicencia podría resumirse así: "Como somos cristianos (porque lo llevamos en nuestro nombre -o sea, en la etiqueta-), esto nos está permitido".

    Stalin, Mao o Pol Pot perpetraron terribles actos de crueldad y aniquilación. Si el progresismo tiene algo que ver con el respeto de los derechos humanos, su conducta fue totalmente contraria a aquel ideal. Pero, como actuaban bajo la etiqueta del "progreso social", su proceder les estaba permitido.

    El actual gobierno venezolano se autocalifica (se etiqueta) de socialista y de izquierdas, pero es muy discutible que sus actos beneficien a los sectores más necesitados de aquel país.

    Podrían ponerse muchos más ejemplos. Lo que parece claro es que la asignación de etiquetas dificulta y tergiversa el juicio político. Centra la atención en lo formal, y no en lo material. Impide el examen del contenido al desplazarlo a la envoltura, a la sola apariencia: a la etiqueta.

    Los impuestos medioambientales ¿son de derechas o de izquierdas? La despenalización de las drogas, el fomento del trabajo autónomo, la racionalización de la gestión territorial (por poner algunos ejemplos)... ¿son medidas progresistas o conservadoras? Etc, etc.

    En la actual coyuntura española este fenómeno se muestra con toda crudeza. Los dirigentes políticos apenas hablan de contenidos. Únicamente se manifiestan en términos de "etiquetas". Y ello no sólo cercena el debate político, sino también el derecho de los ciudadanos a conocer la concreción real de las propuestas.

    El uso de etiquetas en el debate político debería evitarse y repudiarse, de modo que los planteamientos (y posibles acuerdos) se centren sólo en el fondo o contenido de las cuestiones. Porque el empleo constante de etiquetas o clichés es finalmente una forma de impostura, que no sólo es política, sino también moral e intelectual.

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  2. Las etiquetas, como las tijeras o el teléfono móvil, pueden usarse bien o mal. No hay que confundir la crítica del abuso (etiquetas que se usan para descalificar sin analizar a aquello a lo que se refieren) con la del uso: sin nombrar las cosas, esto es, sin etiquetar no podríamos hablar de nada.

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  3. En España no hay debate. Sólo griterío y guirigay (como en La Sexta Noche).

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