Florbela Espanca. Poetisa del Amor
Esquilo. Badajoz, 2011.
Hay poetas que interesan tanto por su obra como por la novela de su vida. Uno de ellos es Fernando Pessoa; otro, Florbela Espanca. La fortuna crítica de ambos ha sido, sin embargo, contrapuesta. Fernando Pessoa, tras su muerte, fue creciendo y creciendo en el aprecio de lectores y estudiosos hasta desplazar, casi por completo, a todos sus contemporáneos; Florbela conoció también póstumamente el éxito popular, pero los críticos la miraron siempre por encima del hombro: les pareció demasiado espontánea, demasiado apasionada, demasiado femenina, en el más misógino sentido de la palabra.
El grueso volumen que José Carlos Fernández le dedica –cerca de mil páginas—no parece que vaya a contribuir a mejorar ese aprecio. No es un estudio escrito con rigor académico, sino con fervor autodidacta. El autor es un especialista en conocimientos esotéricos, en simbolismos iniciáticos. Por eso incluye, como apéndice, una extensa carta astral de Florbela Espanca firmada por Isabel Areias y establece continuas comparaciones con Fernando Pessoa, a quien tanto le preocuparon esas cuestiones.
Fernando Pessoa nunca se interesó por Florbela, no la menciona en sus escritos, y sin embargo circula un poema presuntamente suyo a ella dedicado. José Carlos Fernández, a pesar de reconocer que no se incluye en ninguna recopilación de inéditos de Pessoa, lo considera auténtico. “Duerme, duerme, alma soñadora, / hermana gemela de la mía”, comienza ese poema. Un admirador de ambos escribió esos versos, que Pessoa nunca podría haber escrito: “Criatura extraña, espíritu inquieto, / lleno de ansiedad, / tal como yo creabas mundos nuevos, / lindos como tus sueños, / y vivías en ellos, vivías soñando como yo”. Nunca Pessoa diría de sí mismo que “creaba mundos nuevos” ni calificaría de “lindos” a esos mundos.
El análisis literario que de la poesía de Florbela ofrece José Carlos Fernández en las páginas finales de su estudio es de una candorosa ingenuidad. Se limita a elogiar ejemplos del uso de las distintas figuras literarias: “¿Podemos encontrar un quiasmo –o sea, una repetición en X en el seno de dos versos u oraciones— tan simple, tan bello, tan evocador, tan significativo y filosófico, como el que escribe Florbela en una postal dedicada a su cuñada Vitoria Moutinho al cumplir once años?”.
Pero, a pesar de todo ello, este grueso volumen, tan lleno de buenas intenciones como manifiestamente mejorable, está lejos de carecer de interés. Si la segunda parte incluye su poesía completa, en edición bilingüe, la primera, dedicada a la biografía, consiste fundamentalmente en una selección de sus cartas y en una amplia muestra del diario que escribió durante el último año de su vida. Es la propia Florbela quien firma la mayoría de las páginas de este libro; de ahí su valor.
Florbela Espanca fue una mujer que no se resignó a cumplir el papel que en el primer tercio del siglo XX se reservaba a las mujeres: escandalizaron sus tres divorcios, sus intentos de llevar una vida independiente, la franqueza de su poesía erótica. Con frecuencia tuvo que resignarse a que corrigieran sus escritos: lo hicieron los primeros editores; lo hizo el último, el profesor italiano Guido Battelli, a pesar de que la admiraba y fue quien más contribuyó a la difusión de su obra. Una mujer entonces era siempre un menor de edad, al que había que guiar para impedir se despeñara por malos caminos.
Tuvo muchos amores Florbela (se enamoraba con facilidad y se desilusionaba con la misma rapidez), pero quizá sus dos únicos verdaderos amores fueron una mujer, Julia Alves, y Apeles Espanca, su hermano. Con Julia Alves, que era subdirectora de Modas y bordados, la revista en la que publicó muchos de sus primeros poemas (y el título resulta bien significativo del público al que se destinaban), mantuvo una apasionada correspondencia durante varios años, pero nunca llegó a conocerla personalmente. Apeles Espanca murió, en accidente de aviación, a los treinta años. Antes había manifestado su intención de suicidarse. Florbela logró, al parecer, disuadirle: “Pero no ves tú, mi querido hijo, que es un crimen pensar en aniquilar todo lo que hay en ti de admirable, tu inteligencia, tu carácter, todo lo que hace de ti un ser aparte, un ser único en el mundo, porque tú tienes desde la belleza física hasta la moral, tú eres una criatura excepcional; y mira alrededor de ti, nunca nadie dejó de quererte nunca”.
Apeles Espanca muere en 1927; el avión que pilotaba desaparece en el Tajo; no se encontraron sus restos. Tres años después, el día de su cumpleaños (“es el mejor regalo que puedo hacerme”, confiesa a algunas amigas, que piensan que habla en broma) se suicida. Lo prepara todo minuciosa, macabramente: incluso envía a Helana Calas, una amiga, dinero para que pueda pagar el billete y visitarla ese día. “Ven el sábado lo más tarde –le dice—porque el lunes hago años y el domingo tenemos que preparar los salones”. Aquella noche Florbela dijo que no quería dormir en la habitación del matrimonio, que prefería dormir en otro cuarto. Pide que no la despierten al día siguiente, que la dejen dormir. Murió en torno a las dos de la mañana, que era la hora en que había nacido 36 años antes. Debajo del colchón encontraron dos frascos vacíos de Veronal y en su mesita un vaso de leche. Sus últimas voluntades estaban en un cajón, debajo de su ropa interior. Pide que la entierren cubierta de flores, que deben llenar por completo el ataúd y que en él incluyan los fragmentos del avión en que se estrelló su hermano, que guardaba religiosamente.
Había publicado dos libros de sonetos, dejaba listo para la imprenta el más importante de los suyos, Charneca em Flor, que apareció muy poco después, al cuidado del profesor Battelli. Moría la mujer, comenzaba el mito.
Pero ese mito no fue como el de Fernando Pessoa. Los críticos serios, los historiadores de la literatura, siempre miraron un poco por encima del hombro la obra confesional y apasionada de aquella poetisa de vida tan escandalosamente melodramática que no quiso limitarse al papel de aplicada colaboradora de Modas y bordados y demás labores propias de su sexo.