Alfonso López Alfonso
De ida y vuelta,
Una mirada sobre la vida y la obra
de Alejandro Casona
Impronta. Gijón, 2024.
Alejandro
Casona fue considerado uno de los nombres más significativos del teatro español
desde 1934, en que estrenó La sirena varada, hasta 1962, cuando regresó
a España después de más de veinte años de exilio. En los tres años que le
quedaban de vida, pudo comprobar como a la clamorosa acogida por parte del
público le acompañaba el rechazo de la crítica joven, la que anticipaba el futuro,
que se sintió defraudada. El teatro de Casona, que desde el final de la guerra
civil no se había podido estrenar en España, no era muy distinto del de los
autores que aquí triunfaban, un Luca de Tena, un Pemán o un Ruiz Iriarte:
escapismo, costumbrismo y unas gotas de lirismo.
Ya no está Alejandro Casona considerado,
como lo estuvo un tiempo, una figura a la par de Valle-Inclán o Lorca, pero no
ha decrecido el interés por él de la crítica académica ni de los eruditos, no
solo asturianos. Se ha convertido en un clásico, menor quizá, pero no por eso
menos clásico.
Sobre su vida sabíamos muchas cosas,
las que él nos había querido contar y la infinidad de detalles que los diversos
estudiosos, como Antonio Fernández Insuela o José Manuel Feito, habían ido
sacando a la luz en dispersas y a veces recónditas publicaciones. Faltaba un
biografía actualizada que las incorporara y las situara en su contexto. Es lo
que ha pretendido hacer Alfonso López Alfonso, que ha hecho eso y mucho más.
Su “mirada sobre la vida y la obra
de Alejandro Casona”, que así se subtitula De ida y vuelta, constituye
una biografía ejemplar. A veces el autor parece un mero recopilador: oímos
hablar al propio Casona (sobre todo, en sus cartas), abundan los testimonios de
quienes le conocieron, aquí están todos los datos que la erudición minuciosa ha
ido descubriendo. Pero el libro no es un centón, está inteligentemente
estructurado, sabe distinguir entre lo fundamental y lo meramente anecdótico. Y
dista mucho, con no ser eso poco, de una puesta al día de lo que se sabe sobre
la vida y la obra de Alejandro Casona. Sin hacer énfasis en ello, se maneja
documentación que no había sido tenida en cuenta hasta la fecha, como las
“cartas particulares” –así se denomina la carpeta que las contiene-- que se
conservan en su legado.
Nadie había hablado, por ejemplo, de
la relación de Casona con Blanca Tapia, una actriz que había sido “Miss
Argentina” y a la que quizá conoció antes de 1936, pero de la que se hizo
amante años después en Buenos Aires. Esa relación, que no rompió su matrimonio,
era conocida por todos, pero nadie hablaba de ella en público. Sí en las
cartas. En 1964, Enrique Azcoaga le escribe a Luis Seoane: “Murió
tristísimamente Blanca Tapia, el amor clandestino de Casona, y la enterramos un
grupo de íntimos hace unos treinta días”. Nuria Madrid, hija de uno de los
grandes amigos de Casona, Francisco Madrid, se refiere ella en una entrevista
con Mirtha Mansilla, inédita hasta que López Alfonso la rescata: “La cuestión
es que empieza a tener relación con Blanca Tapia. Rosalía se entera, por
supuesto. Disimula. Cada obra que hacía Alejandro le decía: ‘¿Has hecho un
papel para Blancucha, no?’. Ahora, lo curioso es que, a mí me indigna, la
colectividad se enojó con Blanca Tapia, dejó de saludarla, pero al poeta lo
seguía saludando”.
No es una biografía hagiográfica
esta, como las publicadas hasta la fecha, pero tampoco recarga las tintas
negras. Retrata al personaje con sus luces y sus sombras. Era un exiliado y eso
contribuía a su prestigio en España, pero su rechazo a Franco pronto pasó a
manifestarse solo en las cartas privadas. En las actividades de los
republicanos participaba poco y, evitando entrar en las disputas políticas
argentinas, estaba más cerca del peronismo que del antiperonismo. Tanto él como
Rafael Alberti (un dato poco tenido en cuenta) firmaron a favor de la
reelección de Perón en 1951. José Blanco Amor ha señalado lo bien que supo
aprovechar su situación de exiliado: “Asistía a muy pocos actos republicanos y
cuando lo hacía y le tocaba hablar su lenguaje era ponderado, sintético y
claro. Tenía una voz impostada y sonora. Vivía en un departamento cómodo y
moderno en la calle Arenales, cerca de la plaza de San Martín, Barrio Norte. Se
acostaba al alba, y mientras el alba no aparecía sobre el Río de la Plata
jugaba al póquer con sus amigos. Todo en su vida vino bien dado para que el exilio
fuera para él un privilegio. Casona supo administrar sabiamente este delicado
capital y con su tipo personal y su obra teatral se impuso como el autor de
moda durante muchos años”.
El autor de moda pasó de moda. Queda
la labor ejemplar de antes de la guerra y alguna obra de después, como La
dama del alba. Queda este recuento de sus pasos en la tierra –tan
inteligentemente estructurado en dos partes, cada una de ellas dividida en tres
actos-- que nos demuestra, una vez más, que ninguna persona es de una pieza.