sábado, 30 de enero de 2016

Enrique García-Máiquez: ingenio, ortodoxia y buen humor


Palomas y serpientes
Enrique García-Máiquez
La Veleta. Granada, 2015.

Los libros de aforismos acostumbran a ser invertebrados, como la España de Ortega y Gasset: una acumulación de ocurrencias que oscilan entre el tópico y la arbitrariedad, el juego de palabras y la moralina.
            El primer acierto de Palomas y serpientes, de Enrique García-Máiquez, que es poeta y muchas cosas más, consiste en estar dotado de estructura: comienza con una serie de aforismos sobre el propio aforismo; termina con unos cuantos “puntos finales”. En medio, muy varias secciones. La más extensa de todos (y la que más se parece al cajón de sastre en que tienen a convertirse los libros de aforismos) se titula “Ideas y venidas”, un juego de palabras no demasiado afortunado.
            El capítulo más original es el que se titula “Repliques explícitos”, en el que cada aforismo cita a otro anterior y dialoga con él. “Diagnosticó Bergamín: En la oscura noche de agosto el lucero tiene taquicardia. Le completo el cuadro clínico: Es el síndrome de Stendhal”.
            “Títulos a crédito” comienza con aforismo de Kierkegaard: “Hay títulos tan buenos que uno se limitaría a paladearlos, ahorrándose la molestia de leer el libro”.  Entre los títulos que imagina García-Máiquez destaco uno, muy actual: “Para una suma de filosofía política: Trampantodos, tocomochos y simples tejemanejes”.
            Otra sección a destacar, “Pajarera”, entre el lirismo y la greguería: los estorninos son cuervos de juguete; las gaviotas que vuelan en la noche, esquirlas de luna; las crías de la cigüeña que abandonan el nido, preadolescentes que salen por primera vez de casa con tacones.
             Algunos aforismos juegan a definir una palabra, que figura como título y así “contradecirse” sería un “efecto secundario de la sinceridad”. A la contradicción y a la discusión invitan muchos de estos aforismos, escritos desde un punto de vista inteligentemente conservador. Un ejemplo: “Se buscaba la gloria; luego, la fama; luego, el éxito; ahora, los ‘Me gusta’ y los retuits; y todavía hay quien habla de progreso”. Puede parecer ingenioso, pero es tan falso como tantas apresuradas críticas del mundo digital: la gloria, la fama, el éxito se siguen buscando con el mismo afán que antes, pero la mayoría de los que la buscan tienen que conformarse con un puñado de “me gusta” y unos cuantos retuits.
            El carácter confesional de la escritura de García-Máiquez se trasluce sobre todo en la sección que lleva por título “Paraíso”. La mayor parte de las anotaciones que la componen carecen de la independencia y universalidad que caracteriza al aforismo: “Allí ya no hay pecados, pero de todas maneras habrá cola para confesarse con el Padre Nicolae Steinhardt”.
            Pero es propio de los libros de aforismos que a ninguno podamos asentir por entero. En Palomas y serpientes son más, muchas más, las sorpresas y las coincidencias que las discrepancias. Algo similar ocurre con los Escolios a un texto implítico, del más destacado quizá de los aforistas conservadores, Nicolás Gómez Dávila.
            De cualquier libro de aforismos, cada lector hace su propia antología. Buena parte de los de García-Máiquez se nos quedan para siempre en la memoria: “El malhumor crea moho”, “La tristeza atonta”, “La ingenuidad es un ingrediente básico de la inteligencia”.
            García-Máiquez es un moralista (como todo buen aforista), pero un moralista que nunca frunce el ceño, que siempre parece estar de buen humor. “Los grandes premios literarios, esa rama especializada de la geriatría o de los cuidados paliativos”. Por ello le perdonemos algunos rebuscados juegos de palabras (“La lujuria empieza como lujo y, como supo Acteón, acaba en jauría”) y otrosque parecen hechos para los antiguos dictados escolares: “En la desgracia es más fácil creer en Dios. Del ‘ay, Dios’ al ‘hay Dios’. Ahí hay, ay, un suspiro”.
            Un buen libro de aforismos es un repertorio de citas. Al principio de muchos diarios íntimos podría figurar la siguiente: “Lo interesante de los que hablan mucho de sí mismos es lo que callan”. Y al frente de un estudio sobre las relaciones entre Juan Ramón Jiménez y los poetas del 27 esta otra: “Lo más difícil para un maestro no es hacer todo lo posible para que su discípulos sea mejor que él, sino alegrarse de ello”.
           

            

sábado, 23 de enero de 2016

La poesía de Rafael Fombellida


Dominio (Poesía 1989-2014)
Rafael Fombellida
Sevilla. Renacimiento, 2015.

Los poetas se pueden clasificar de muchas maneras. Una de ellas es la de aquellos que dan lo mejor de su obra en los primeros libros –y luego, si no mueren jóvenes, se dedican a retirar una retórica– frente a quienes tardan en encontrar su voz, pero luego van enriqueciéndola y madurándola progresivamente.
            Rafael Fombellida, nacido en Torrelavega en 1959, pertenece al segundo grupo. Muy activo en la vida literaria de Cantabria durante las últimas décadas, junto a Carlos Alcorta y Lorenzo Oliván, al reunir y organizar su poesía completa en Dominio ha prescindido de sus publicaciones iniciales, “entre el hermetismo y el impresionismo”, para centrarse en la línea que culmina con  Di, realidad (2015), que le acredita como uno de los nombres imprescindibles en el panorama de la poesía española contemporánea.
            Rafael Fombellida escribe, como todos los poetas verdaderos, desde la experiencia y la cultura. Al contrario que a buena parte de los poetas surgidos en los años ochenta, no le ha interesado acercarse al lenguaje coloquial. Nunca ha pretendido escribir como se habla, dar voz al hombre de la calle. Lo suyo es el lenguaje literario, a veces incluso convencionalmente literario, lo que puede provocar el rechazo de algunos lectores impacientes. Los primeros versos del poema que inicia Dominio dicen así: “Blanco del cazador es el caído / en la celada inmóvil de la nieve. /  Una quietud profunda desampara / su indefensa pisada ante el abismo”. Y más adelante, en el mismo libro, Deudas de juego, nos encontramos con otros que en ocasiones suenan a ejercicios de estilo, como los poemas viajeros o los retratos y monólogos dramáticos (Antonio Machado, Umberto Saba. José Luis Hidalgo) de “Hombres solos”. Las continuas citas en diversos idiomas nos indican, quizá demasiado explícitamente, la voluntad del autor de trascender el provincialismo, de insertarse en la tradición mejor de la poesía occidental.
            Tantea, indaga, explora Rafael Fombellida y por fin encuentra un mundo propio y una voz inconfundible para expresarlo. Sus mejores poemas tienen un aire entre onírico y cinematográfico, narran una anécdota, muy visual, a la vez cotidiana y apocaliptica. Son poemas que hablan de insomnios, deformes cuerpos desnudos, inconcretas amenazas, un mundo hostil que está fuera y a la vez dentro de nosotros. Poemas expresionistas, de impactante trazo grueso, entre “El grito”, de Munch y la pintura de Lucian Freud (a quien se cita expresamente) o de Francis Bacon.
            La poesía más directamente confesional (la que habla, por ejemplo, de la muerte de los padres), la más propicia a la falacia patética, está resuelta de una manera ejemplar. En “Quiet song” el tono se vuelve sorprendentemente coloquial, próximo al que los poetas del realismo sucio: “Estoy sentado solo, bajo la marquesina / transparente de una estación de tren. / Una estación del extrarradio / con grafitos, orines y paneles / de polímero blanco. / Se ha levantado un viento del demonio”.
            Sorprende este lenguaje en un poeta que al que parece gusta hablar, más que de lo que pasa en la calle, de “los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa” (sin llegar, claro, a los extremos de un Caballero Bonald). Los versos finales nos aclaran por qué quien ha amado siempre las estaciones (“las del cine, / la de Valencia, la de mi ciudad, / Madrid-Príncipe Pío, aquella en donde muere / el guardavías de Ana Karenina”) convierte esa estación del extrarradio en una antesala del infierno.
            No son frecuentes estos poemas en que el lenguaje directo y sobrio contrasta con el descarnado contenido emocional. Rafael Fombellida prefiere los que nos cuentan minuciosamente una historia entre apocalíptica y absurda, pero siempre desasosegante, siempre una parábola del sinsentido de vivir.
            Los poemas viajeros de los primeros libros, aquellas gratas melancolías en Lisboa o Coimbra, reaparecen ahora metamorfoseados, convertidos en eficaces parábolas de su visión del mundo. En “Odiseo en el Báltico”, es un Ulises contemporáneo el que sabe que su sitio no está en la isla de Circe ni en ninguna Ítaca: “Bajo la neutra luz del aeropuerto / era yo quien rogaba una salida a la amplitud vacía / que se abría delante. Era quien imploraba la huida a un infinito / cruzado por coágulos sigilosos de nieve, / indefinido y blanco / en el cual nunca habría más allá, / nada para los pasos, nadie para un regreso”.
            Partiendo de donde tantos contemporáneos suyos, los poetas del ochenta, extraviándose a veces en los recodos del camino, Rafael Fombellida ha llegado hasta un dominio propio, hasta un territorio exclusivamente suyo. Di, realidad, el último libro publicado hasta la fecha, lo acredita cumplidamente. Áspero y confortador, desasosegante y lúcido, no salimos indemnes de sus páginas. Bastan los poemas de ese libro –pero hay muchos más en estas poesías completas voluntariamente incompletas– para que podamos considerarle como uno de los pocos autores imprescindibles de la poesía de hoy.

sábado, 16 de enero de 2016

La novela de una novela o los ocios de un embajador


La pasión de Mademoiselle S.
Anónimo
Edición y comentarios de Jean-Yves Berthault
Traducción de Isabel González-Gallarza
Seix Barral. Barcelona, 2016.

¿Cuántas veces se ha utilizado la técnica del manuscrito encontrado? El autor se disfraza de editor, y a menudo también de traductor, para hacernos creer que lo que cuenta no es invención suya sino verídica crónica. El trampantojo realista siempre ha sido uno de los efectos más buscados en la literatura de ficción.
            Jean-Ives Berthault, que fue cónsul de Francia en Tánger y luego embajador en el sultanato de Brunei, cuenta al comienzo de La pasión de Mademoiselle S. cómo, ayudando a una amiga a vaciar el sótano de una vieja casa, se encontró, debajo de tarros de conserva vacíos y amarillentos periódicos, con una cartera de cuero llena de cartas manuscritas.
            Eran cartas de amor, escritas por una mujer en los años veinte con un lenguaje erótico sorprendentemente directo y escandaloso para la época. Un tercio de ellas constituyen este volumen publicado por Gallimard en Francia y de inmediato traducido a las más diversas lenguas. Aspira a ser un nuevo best seller en la línea de Cincuenta sombras de Grey.
            Para facilitar ese objetivo a la agente literaria que está detrás del proyecto, Susanna Lea, una de las más importantes de Francia, se le ocurrió convertir un manido recurso literario en una superchería (algo también frecuente en la literatura, con ejemplos como los poemas de Ossian o las cartas de la monja portuguesa sor Mariana Alcoforado). Más interesantes que las fantasías eróticas de un embajador que se aburre en su destino serían las cartas reales de una mujer que se atreve a poner en práctica sus deseos sexuales y hablar de ellos sin veladuras en una época de incipiente liberación femenina. Como en cualquier buena mixtificaciòn, se nos ofrece toda clase de pruebas. El libro se ilustra con reproducciones de las cartas manuscritas y en la edición francesa aparece incluso un documento firmado por Frédéric Castaing, que se dedica al comercio de autógrafos, atestiguando la autenticidad de las cartas.
            Al lector medianamente atento, al contrario que al periodista cultural, le resulta difícil caer en la trampa. El copyright no engaña: figura a nombre de Jean-Ives Berthault. Si las cartas no fueran escritas por él, aunque se las hubiera comprado a una amiga (como indica en el prólogo), no sería el propietario de los derechos: cualquiera podría por lo tanto publicarlas sin pedirle permiso ni a él ni a su agente y la operación comercial se vendría abajo.
            ¿Y qué ocurriría si aparecieran los herederos de la autora de las cartas prohibiendo su publicación o exigiendo los correspondientes derechos de autor? En alguna entrevista, Berthault ha tratado de solverntar esas dudas embrollando más el asunto. Ha llegado a afirmar que otro paquete de cartas, encontrado también en la casa de su amiga, le ha permitido saber la identidad de la mujer: “Estaban datadas de tres años después, de otro amante; parece que estaba especializada en hombres casados –ironiza–. Allí había cartas de los dos, porque a veces el hombre devolvía las cartas a la mujer para evitar el chantaje, y algunos sobres con los nombres completos”. Un estudio genealógico le habría permitido averiguar que la mujer –a la que él llama Simone– no habría tenido ni hijos ni herederos que pudieran reclamar los derechos. Esas otras cartas nos presentarían a una mujer “casta, religiosa y espiritual, a imagen y semejanza del nuevo amante”. ¿Y entonces cómo es que guardó cuidadosamente las cartas procaces que escribió al amante anterior después de que este al parecer se las devolviera? ¿Y cómo es que no aparece ninguna de las que ese primer amante le escribió a ella? Y si sabe el nombre de la autora, ¿por qué se publica el libro como anónimo?
            Es una técnica habitual en la novela realista insistir en la verdad de lo que se cuenta y el lector finge creer al anónimo autor del Lazarillo, a Galdós o a Balzac, al Henry Jamen de Otra vuelta de tuerca o al Umberto Eco de El nombre de la rosa. Pero cuando esas apelaciones pasan del texto al paratexto, de la obra literaria a las informaciones sobre ella conviene que los informadores culturales –demasiado acostumbrados a ser meros transmisores de la publicidad de los grandes grupos editoriales– no contribuyan al engaño.
            ¿Importa eso para determinar el valor y el interés de un libro, La pasión de Mademoiselle S., que se nos presenta como anónimo? Importa, y mucho. La realidad no tiene por qué ser verosímil. Las cartas de alguien que nos cuenta lo mucho que disfruta cuando su amante la ata a la cama y la azota con violencia o cuando da nombre de mujer a su amante y lo trata como tal (e incluso le busca un hombre para que disfrute al ser penetrado lo mismo que ella disfruta), de ser reales, son dignas de estudio, tienen un gran valor psicológico y sociológico. Nos ayudarían a entender los enigmas de la sexualidad humana, constituirían un documento excepcional. Si son solo las procaces fantasías de un sexagenario embajador que se aburre, ¿a quién le pueden interesar? El engaño sobre la verdadera autoría resulta así fundamental para tratar de convertir el volumen en un rentable best seller.
            Como novela, vale poco: solo es un catálogo de monótonas audacias sexuales. Lo que tiene de novela está fuera de las cartas: en el prólogo y en las declaraciones de autor y editores para confundir al lector. Sobre su utilidad en prácticas autoeróticas, no me atrevo a opinar. Pero no hace falta tener mucha imaginación –solo conexión a Internet– para encontrar ayudas más eficaces.






viernes, 8 de enero de 2016

Claribel Alegría y los poetas de Twitter


Pasos inciertos
Antología personal (1948-2014)
Claribel Alegría
Prólogo de Benjamín Prado
Visor. Madrid, 2015.

Las redes sociales han vuelto a poner la poesía de moda. Han surgido infinidad de nuevos poetas que se han hecho populares a través de ella y que luego, en algunos casos, han llevado su popularidad al papel, vendiendo de sus libros miles de ejemplares, algo inusitado en el género. Los poetas y los críticos tradicionales –también de la tradición de la vanguardia– ponen el grito en el cielo y afirman que eso no es poesía, sino banalidad y desahogo sentimental.
            Claribel Alegría no es poeta de Twitter ni su nombre es un pseudónimo, aunque lo parezca. Nacida en 1924, lleva publicando poesía desde hace más de medio siglo (su último libro, Voces, apareció cuando ya había cumplido los noventa años) y muchos de sus versos podrian circular por la red como escritos por un Marwan o una Elvira Sastre para satisfacer el romanticismo postmoderno de los nativos digitales: “Todos los que amo / están en ti / y tú / en todo lo que amo”. Pasos inciertos nos ofrece una amplia selección de su obra con prólogo de otro poeta emocionante y preciso, Benjamín Prado.
            La poesía siempre ha gustado de volar fuera del libro. Nació unida a la música, para ser recitada, para quedarse en la memoria. El libro solo es para ella un almacén, un lugar de reposo, una manera de viajar segura, a salvo de olvidos y variantes, en el tiempo y en el espacio.
            Pero pronto, junto a la poesía fundamentalmente oral, surgió otra para leer y releer en voz baja, poesía erudita, llena de alusiones y elusiones, que necesita del comentario crítico para florecer plenamente en el lector. Bertold Brecht por un lado y Paul Celan por otro, para decirlo con dos nombres de la literatura alemana. O el José Ángel Valente de El fulgor y el Ángel González de Prosemas o menos, para ejemplificarlo con poetas españoles.
            Los poemas que viajan en las redes sociales van en busca del lector común, no del especialista en literatura, tratan de los temas de siempre y no le temen al sentimentalismo. Uno de los poemas últimos de Claribel Alegría se titula “Mi gata”: “Cómo envidio a mi gata / que no sufre de insomnio / sobre el sofá se duerme / sobre el piso / si la despierta un ruido / abre apenas los ojos / y los vuelve a cerrar”. Nos imaginamos el éxito inmediato de este poema en youtube con las imágenes de la gata ronroneando.
            Claribel Alegría, nacida en El Salvador, de familia nicaragüense, gusta del lenguaje directo y coloquial, tan aparentemente fácil, tan difícil de conseguir en poesía sin que se contagie de banalidad. Estudió en Estados Unidos y allí tuvo como mentor a Juan Ramón Jiménez, quien la ayudó a preparar su primer libro, Anillo de silencio (1948). Pero la obra de Claribel Alegría no comienza a interesarnos hasta que deja atrás los presupuestos de la poesía pura juanramoniana, de la poesía despojada de anécdota, y se hace confesional y realista. Huésped de mi tiempo se titula uno de sus libros; “Documental”, uno de sus poemas. La realidad latinoamericana está en sus versos con verdad, sin esquematismos. A Roque Dalton, el poeta asesinado por sus propios correligionarios guerrilleros, se le dedican varios textos, entre ellos una de las prosas autobiográficas de Luisa en el país de la realidad. También gusta de recurrir a la ironía, como en al poema “Desilusión”, sobre la inutilidad de la violencia: “Ametrallé turistas / por la liberación / de Palestina. / Masacré católicos / por la independencia de Irlanda. / Envenené aborígenes / en las selvas amazónicas / para abrirle camino / a la urbanización / y a progreso. / Asesiné a Sandino, / a Jesús, / a Martí. / Exterminé Mai-Le / para bien de la democracia. / De nada me ha servido; / a pesar de todos mis esfuerzos / el mundo sigue igual”.
            Claribel Alegría es maestra en el poema breve y también en el de cierta extensión. Algunos de sus mejores poemas forman una especie de libro de familia. “Raíz madre” es quizá el mejor de todos ellos. Pocas veces una relación de amor odio (“Eres la anaconda / que me va a tragar / la anaconda que ondea / sus escamas jaspeadas / con la mirada fija  / sobre mí”, le dice a la madre) está descrita con tanta minuciosa verdad.
            Engaña la apariencia directa de los versos de Claribel Alegría. Hay en ellos geografía e historia, la torturada peripecia del siglo XX, y también una muy personal recreación de la mitología y de la historia de la cultura. Fedra y Prometeo, Dafne y Selene protagonizan algunos de sus poemas. Pero no hay en ellos arqueología ni distanciamiento. Son otra manera de decirse, de decirnos: “Duerme / duerme, Endimión / no quiero despertarte / con mis besos / déjame que te mire / déjame que te narre / mi odisea / tus ojos medio abiertos / se extravían / y yo sé que me escuchas”.
            ¿El medio es el mensaje, como quería McLuhan? ¿Han creado las redes sociales un nuevo tipo de poesía? Parece que no, y Claribel Alegría, como tantos poetas que escribían para ellas antes de que se inventaran, lo demuestra (“Quiero ser todo en el amor / el amante / la amada / el vértigo / la brisa / el agua que refleja / y esa nube blanca  / vaporosa / indecisa / que nos cubre un instante”).  Solo ayudan a que la poesía llegue mejor a los lectores habituales y a que encuentre nuevos lectores en quienes no tenían costumbre de acercarse a ella

sábado, 2 de enero de 2016

Unamuno, el tren y otras historias


Por tierras de Portugal
Un viaje con Unamuno
Agustín Remesal
La Raya Quebrada. Zamora, 2015.

La relación entre Unamuno y Portugal ha sido ya bien estudiada, pero Agustín Remesal, periodista de larga trayectoria, vuelve a ella de una manera novedosa, entremezclando la investigación erudita con la reconstrucción imaginativa y el relato de sus propias andanzas con las del autor de Por tierras de Portugal y de España.
            El primer viaje de Unamuno a Portugal tuvo lugar en 1894. Iba acompañado de su primo Telesforo Aranzadi, antropólogo y estudioso de la cultura vasca y utilizaron la línea ferroviaria, hacía poco inaugurada, que unía Salamanca con Oporto. En la estación de Barca d’Alva había que cambiar del tren español al portugués. “Fue aquella construcción una obra de titanes”, nos informa Agustín Remesal. Más de ocho mil jornaleros llegaron a trabajar simultáneamente. Lo más notable es el puente internacional: “Su trazado diagonal sobre el río realza los perfiles metálicos que forman la cruz de San Andrés, la grafía nueva de la ingeniería del hierro iniciada por Gustave Eiffel. La ligereza metálica de este entramado de barrotes y traviesas otorga una elegancia admirable a los cuatro pilares cónicos de piedra donde se asientan los hierros reflejados en el agua”. El puente fue construido por empresas portuguesas y, según instrucción de las autoridades, en los pilares había varias troneras donde colocar cargas explosivas para volar el puente “en caso de conflicto bélico o invasión militar desde España”.
            En este primer viaje fue huésped Unamuno del poeta Guerra Junqueiro, una de sus grandes amistades portuguesas. Las conversaciones entre ambos, admirablemente recreadas por Agustín Remesal, lo mismo que las que luego tendría con Eugénio de Castro o Texeira de Pacoaes, son uno de los mayores atractivos del volumen.
            El poeta Eugénio de Castro le sirvió como guía en Coimbra; Texeira de Pascoaes le llevó a su quinta de Amarante. Pascoaes fue el fundador de la revista A Águia, en la que Pessoa se dio a conocer con un trabajo crítico en el que anunciaba la pronta aparición de un “supra-Camoens”, de un poeta que superaría en grandeza al mayor escritor portugués conocido. En la misma revista publica Unamuno su soneto “Portugal”, que influiría en el Mensagem pessoano, aunque ambos escritores no llegaron a conocerse y Pessoa mirara siempre al amigo de Pascoaes con evidente antipatía.
            Durante varios años fueron frecuentes los viajes de Unamuno a Portugal. Le habían nombrado miembro del consejo de administración de la Companhia das Docas do Porto e Caminhos de Ferro Peninsulares y eso le permitía viajar gratis. En Espinho, cerca de Oporto, pasó varios veranos y allí se hizo amigo del doctor Laranjeira, de quien tomó muchas de las ideas que le llevaron a considerar a Portugal como “un pueblo de suicidas”. En Espinho, gracias a la nueva línea ferroviaria, veraneaba una abundante colonia española, de la que formaban parte Gregorio Martínez Sierra y María de la O Lejárraga. Allí vivieron “jornadas de mucha actividad teatral”, alejados de la maledicencia madrileña para esconder “su matrimonio homosexual y de conveniencia” (de conveniencia, sí –ella escribía lo que él firmaba y promocionaba–, pero ¿homosexual?). Según nos cuenta Agustín Remesal, el doctor Laranjeira habría participado con ellos en “una escena de amor perverso a trío”. Poco verosímil resulta tal afirmación.
            El verano de 1914, el del comienzo de la Gran Guerra, lo pasó Unamuno en Figueira da Foz. Esa estancia supuso un punto y aparte en sus relaciones con Portugal. No volvería hasta 1935 y en condiciones muy distintas.
            Los años de los frecuentes viajes de Unamuno a Portugal resultan decisivos para la historia del país. Son los años del regicidio (el reyy el príncipe heredero fueron asesinados en 1908) y la proclamación, en 1910, de la república. Cuando vuelve, el país es otro. La turbulencia y ingobernabilidad han desaparecido. Ahora es España la que se ha convertido en una república inestable, amenazada por los extremistas de uno y otro signo, mientras que Portugal vive en la tranquilidad del Estado Novo. La política cultural del salazarismo la lleva entonces Antonio Ferro, amigo de Pessoa y de los vanguardistas de Orpheu. Suya es la idea de reunir en Lisboa, para conmemorar el milenario de la ciudad, a lo más destacado de la intelectualidad europea. Y allá va también Unamuno, ciudadano de honor de la República española, que rechaza encontrarse con Salazar, pero que no tiene inconveniente en reunirse en Estoril con el general Sanjurjo, quien por entonces preparaba un golpe de Estado que tendría más éxito que el frustrado de agosto del 32.
            Mucha historia, sobre todo historia olvidada, de España y de Portugal hay en este libro, en el que los viajes de ayer, protagonizados por Unamuno, se alternan con los de hoy y en el que a lo vivido y lo leído se añaden diálogos y situaciones recreados con bien informada imaginación. Un libro para los admiradores de Unamuno, para los amantes de Portugal, para quienes gustan de los viajes en el espacio y en el tiempo.