Palomas y serpientes
Enrique
García-Máiquez
La Veleta. Granada,
2015.
Los libros de aforismos acostumbran a ser invertebrados,
como la España de Ortega y Gasset: una acumulación de ocurrencias que oscilan
entre el tópico y la arbitrariedad, el juego de palabras y la moralina.
El primer
acierto de Palomas y serpientes, de
Enrique García-Máiquez, que es poeta y muchas cosas más, consiste en estar
dotado de estructura: comienza con una serie de aforismos sobre el propio
aforismo; termina con unos cuantos “puntos finales”. En medio, muy varias
secciones. La más extensa de todos (y la que más se parece al cajón de sastre
en que tienen a convertirse los libros de aforismos) se titula “Ideas y
venidas”, un juego de palabras no demasiado afortunado.
El capítulo
más original es el que se titula “Repliques explícitos”, en el que cada
aforismo cita a otro anterior y dialoga con él. “Diagnosticó Bergamín: En la
oscura noche de agosto el lucero tiene taquicardia. Le completo el cuadro
clínico: Es el síndrome de Stendhal”.
“Títulos a
crédito” comienza con aforismo de Kierkegaard: “Hay títulos tan buenos que uno
se limitaría a paladearlos, ahorrándose la molestia de leer el libro”. Entre los títulos que imagina García-Máiquez
destaco uno, muy actual: “Para una suma de filosofía política: Trampantodos, tocomochos y simples
tejemanejes”.
Otra
sección a destacar, “Pajarera”, entre el lirismo y la greguería: los estorninos
son cuervos de juguete; las gaviotas que vuelan en la noche, esquirlas de luna;
las crías de la cigüeña que abandonan el nido, preadolescentes que salen por
primera vez de casa con tacones.
Algunos aforismos juegan a definir una
palabra, que figura como título y así “contradecirse” sería un “efecto
secundario de la sinceridad”. A la contradicción y a la discusión invitan
muchos de estos aforismos, escritos desde un punto de vista inteligentemente
conservador. Un ejemplo: “Se buscaba la gloria; luego, la fama; luego, el
éxito; ahora, los ‘Me gusta’ y los retuits; y todavía hay quien habla de
progreso”. Puede parecer ingenioso, pero es tan falso como tantas apresuradas
críticas del mundo digital: la gloria, la fama, el éxito se siguen buscando con
el mismo afán que antes, pero la mayoría de los que la buscan tienen que
conformarse con un puñado de “me gusta” y unos cuantos retuits.
El carácter
confesional de la escritura de García-Máiquez se trasluce sobre todo en la
sección que lleva por título “Paraíso”. La mayor parte de las anotaciones que
la componen carecen de la independencia y universalidad que caracteriza al
aforismo: “Allí ya no hay pecados, pero de todas maneras habrá cola para
confesarse con el Padre Nicolae Steinhardt”.
Pero es
propio de los libros de aforismos que a ninguno podamos asentir por entero. En Palomas y serpientes son más, muchas
más, las sorpresas y las coincidencias que las discrepancias. Algo similar
ocurre con los Escolios a un texto implítico,
del más destacado quizá de los aforistas conservadores, Nicolás Gómez Dávila.
De
cualquier libro de aforismos, cada lector hace su propia antología. Buena parte
de los de García-Máiquez se nos quedan para siempre en la memoria: “El malhumor
crea moho”, “La tristeza atonta”, “La ingenuidad es un ingrediente básico de la
inteligencia”.
García-Máiquez
es un moralista (como todo buen aforista), pero un moralista que nunca frunce
el ceño, que siempre parece estar de buen humor. “Los grandes premios
literarios, esa rama especializada de la geriatría o de los cuidados
paliativos”. Por ello le perdonemos algunos rebuscados juegos de palabras (“La
lujuria empieza como lujo y, como supo Acteón, acaba en jauría”) y otrosque
parecen hechos para los antiguos dictados escolares: “En la desgracia es más
fácil creer en Dios. Del ‘ay, Dios’ al ‘hay Dios’. Ahí hay, ay, un suspiro”.
Un buen libro
de aforismos es un repertorio de citas. Al principio de muchos diarios íntimos podría
figurar la siguiente: “Lo interesante de los que hablan mucho de sí mismos es
lo que callan”. Y al frente de un estudio sobre las relaciones entre Juan Ramón
Jiménez y los poetas del 27 esta otra: “Lo más difícil para un maestro no es
hacer todo lo posible para que su discípulos sea mejor que él, sino alegrarse
de ello”.