Poesía completa
César Simón
Edición de Vicente
Gallego.
Pre-Textos. Valencia,
2016.
No todos los libros han de leerse de la misma manera. ¿Cómo
deben leerse unas poesías completas? De modo diferente según el autor nos sea
familiar o nos resulte desconocido.
El
valenciano César Simón (1932-1997) será, sin duda, un desconocido para buena
parte de los lectores, sobre todo para los más jóvenes, pero cuenta desde hace
tiempo con un núcleo fiel de seguidores. Su generación cronológica, la del
cincuenta, ha aportado un puñado de nombres al canon de la poesía española
contemporánea –Claudio Rodríguez, Gil de Biedma, Valente–, pero él se quedó
desde el principio un tanto al margen, por razones externas –lo tardío de sus
comienzos literarios– y, más importante, por otras intrínsecas.
César Simón
cultiva una suerte de realismo metafísico extraño a la tradición poética española, aunque haya tenido
abundantes seguidores en la llamada “escuela valenciana”. Sus poemas mejores,
al menos los que yo prefiero, parecen hechos de nada, meras anotaciones
paisajísticas (casi siempre de lugares desolados, pedregosos, ajenos a la
presencia humana), apuntes de diario, pero encierran, como los fragmentos de
los presocráticos, toda una inédita visión del mundo, son el resultado de una
extraordinaria inteligencia de los sentidos, tienen mucho de revelación.
“Místico de la nada” se le podría calificar a César Símón con tanta o más razón
que a Miguel de Molinos.
Dos
maneras, decía, hay de leer una obra completa. Ninguna de ellas comienza en la
primera página y termina en la última. Quien no conoce a César Simón debe
hojear, espigar, detenerse en los poemas más breves, en los de los libros Extravío, Templo sin dioses o el ya póstumo, por pocos días, Jardín: “La sombra de una caña, / sobre
la arena fina, / dibuja su destino. / Y se estremece con el viento”.
César Simón
gustó también de los poemas alegóricos, un poco en la estela de las parábolas
kafkianas, que hablan de caravanas o santuarios, y de las largas divagaciones,
más o menos discursivas, sobre el ser y la nada, el tiempo y la eternidad. Esos
poemas, especialmente “La respiración monstruosa”, escrito en forma teatral,
interesarán menos al lector común, aunque sean los que más juego dan a los
estudiosos.
A quien ya
conoce al autor, y no son pocos los que le siguen desde que en 1984, con el
título de Precisión de una sombra,
recopiló por primera vez su obra, lo que en principio le interesa de esta Poesía completa son las novedades. Y las
hay, nada menos que todo un libro, El
pretexto y el fervor, un libro de temática amorosa que el autor no se
decidió a publicar.
Se publica
ahora de manera un tanto discutible, como discutibles resultan otras decisiones
del editor, Vicente Gallego, buen amigo del autor y quizá más poeta que
filólogo. Conocía el texto y había poemas que le gustaban más y otros menos,
por demasiado anecdóticos. Por eso lo reduce a la mitad. No parece que un
editor pueda tomarse esas atribuciones. Decide también no incluir una de las
obras más sugerentes de César Simón, el diario Siciliana (“lleno de lirismo, pero escrito en prosa”, dice), aunque
publicado inicialmente en una colección de poesía. ¿Desde cuándo el verso es
imprescindible para que exista poesía? No hace falta invocar a Baudelaire,
basta leer esta Poesía completa para
darse cuenta de que incluye poemas en prosa, uno de ellos (“Agosto, 28” ) parece incluso formar
parte de Siciliana, un libro que el
propio autor definió como “un texto lírico en forma de diario”.
Cierto que
César Simón, además de poeta, fue un excelente prosista, gustoso de
entremezclar al poeta con el narrador y el ensayista. Su primera novela (por
llamarla de alguna manera), Entre un
aburrimiento y un amor clandestino, de 1979, está necesitada de una
reedición. Puede que no sea una obra redonda, pero contiene capítulos
ejemplares en su precisión y en su agudeza intelectual. No sabemos si ese “amor
clandestino” al que alude el título responde a un episodio biográfico o no,
pero una historia semejante es evocada en Siciliana
y en La vida secreta. Muy
probablemente está también detrás de El
pretexto y el fervor, el libro mutilado por Vicente Gallego para eliminar
los poemas “más anecdóticos”, como si buena parte del arte de César Simón no
consistiera en convertir la anécdota en categoría.
Toda su
poesía, toda su obra, se basa en la intuición de que la razón última del mundo
se encuentra más allá de la razón humana, “como si se tratara siempre de otra
cosa distinta a cuando podamos concebir y nada tenga que ver con nuestras
emociones”. El amor, el amor-pasión, se convierte así en algo más que en una marcante
experiencia biográfica, en una revelación de la espantosa y espléndida
inutilidad del vivir: “Es como si en la noche del mundo estallara una bomba y
se produjera una gran intensidad blanca. Y luego, nada”. Pero antes de esa nada
final, definitiva, un puñado de versos. Estos versos, hechos de asombro y
desolación.