Julio Camba
Edición y prólogo de
Francisco Fuster García
Libros del K. O.
Madrid, 2013.
Mariano José de Larra fue el primer escritor español que
ocupa un lugar en la historia de la literatura española casi exclusivamente por
su obra periodística; Julio Camba, el segundo y quizá el último. En su caso, se
puede prescindir del “casi”: no publicó ningún libro que no fuera una
recopilación de artículos previamente aparecidos en la prensa.
Tras su
muerte en 1962, sufrió, como la mayor parte de los escritores, un largo
eclipse: sus libros dejaron de reeditarse y las ediciones de la colección
Austral se amontonaban a muy bajo precio en cualquier librería de viejo.
En los
últimos años, como en el caso de otro periodista de su tiempo, Chaves Nogales,
vuelven a editarse sus títulos más famosos y se recopilan las innumerables
colaboraciones que quedaron dispersas por las hemerotecas.
Francisco
Fuster, que ya recopiló Caricaturas y
retratos: semblanzas de escritores y pensadores (Fórcola Ediciones),
selecciona ahora otra antología temática, Maneras
de ser periodista, también formada por artículos en su mayor parte
inéditos.
¿Qué nos
dice del periodismo uno de los tradicionalmente considerados maestros del
periodismo? Paradójicamente, poca cosa.
Julio Camba
fue un periodista y un personaje peculiar. Había nacido en Villanueva de Arosa
en 1884. A
los catorce años se embarcó como polizón hacia Argentina; a los dieciséis fue
devuelto a España, expulsado por su relación con el anarquismo, relación que
duró, ya en nuestro país, hasta más o menos 1907. Tras el atentado de Matero
Morral, al que conocía, fue interrogado, y Pío Baroja se inspiró en él para uno
de los personajes del tercer tomo de La
lucha por la vida.
Siguiendo
los pasos de otro militante del anarquismo, José Martínez Ruiz, quien en 1905
cambia de rumbo ideológico y de nombre, metamorfoseándose en el conservador
Azorín, Julio Camba, a partir de 1907, abandona la prensa republicana, que
pagaba poco o nada, que condenaba a sus colaboradores al miserabilismo y a la
bohemia, y se convierte en el periodista favorito de la burguesía ilustrada gracias
a un estilo que huye de la ampulosidad y a un humorismo que gusta de la
paradoja y de darle la vuelta al tópico.
Pronto
comienzan sus estancias en el extranjero, como corresponsal de diversos
periódicos. El Mundo, La Correspondencia de
España y, desde 1913, el Abc, lo
que supone su consagración. De esos viajes surgieron sus libros más famosos. En
1916 aparecieron los tres primeros, Alemania,
Londres y Playas, ciudades y montañas; en 1933, el que puede considerarse el
mejor de todos ellos, La ciudad
automática, que recopila crónicas de un viaje a Estados Unidos realizado
entre 1929 y 1931.
La llegada
de la República
supuso para Julio Camba, como para tantos otros liberales, un primer momento de
ilusión. En su caso la desilusión llegó muy pronto, al parecer más por razones
personales que políticas: esperaba alguna jugosa canonjía del nuevo régimen, a
ser posible un cargo diplomático, y le dejaron de lado. No lo perdonó nunca.
Haciendo de República, su libro de 1934,
abandona el irónico escepticismo habitual para bordear el libelo
antirrepublicano. Julio Camba todavía es Camba, pero pronto dejará de serlo. Tras
la guerra, que pasó como mejor pudo, bajo el generoso cobijo de Sainz
Rodríguez, se convirtió en una sombra de lo que había sido, en una especie de
reliquia de tiempos mejores. Siguió escribiendo, pero sus artículos nuevos
sonaban a viejos o eran directamente viejos artículos levemente remozados, no
por él, por algún oscuro redactor del Abc,
e ilustrados llamativa, pero no muy adecuadamente, por un famoso dibujante de
entonces, Lorenzo Goñi.
El caso de
Julio Camba tiene algún paralelismo con el de Ramón Pérez de Ayala, cuya obra
terminó más o menos con la llegada de la República , aunque siguiera escribiendo treinta
años más. A Pérez de Ayala sí le dieron la esperada embajada, y nada menos que
en Londres, adonde también soñaba ir Camba, pero eso no le impidió desengañarse
de la República
y ofrecer sus servicios a Franco, que le trató desdeñosamente.
En Maneras de ser periodista solo raramente
encontramos al mejor Camba. Incluye artículos publicados a lo largo de casi
toda su trayectoria, entre 1912 y 1959. Uno de los fechados en ese último año
se titula “Lajeunesse” y comienza así: “Ernesto Lajeunesse, el famoso crítico
literario de Le Journal, pontificaba
todas las noches, de diez a doce, en un bar de los grandes bulevares adonde me
llevó una vez Rubén Darío”. Pero para entonces Ernst Lajeunesse llevaba casi
tantos años muertos como Darío y hacía décadas que había dejado de ser famoso,
incluso en Francia.
El mejor
Camba está en los libros que él mismo preparó, o que se prepararon bajo su
supervisión, entre 1916 y 1933, antes de que se convirtiera en un desengañado
superviviente. Rescatar obra suya inédita, sobre todo si se refiere al periodo
posterior a la guerra civil, apenas si tiene otro interés que el meramente
erudito.
El Camba
anarquista de principios del siglo XX, el que aparece en la autobiográfica novela
corta El destierro, una de sus
escasas incursiones en la narrativa, parece estar muy lejos del colaborador del
monárquico Abc que pasó los últimos
años de su vida alojado en el madrileño hotel Palace. Algo tenían en común, sin
embargo: de su vida bohemia, a Julio Camba le quedó siempre la costumbre de
dejarse invitar, de dar sablazos, de escribir solo cuando no encontraba otra
forma de conseguir algún dinero. Se duda quién le pagaba la habitación del
hotel; lo que parece claro es que él no lo hacía: era un okupa de lujo.
Y fue un
lujo en la literatura española de la
Edad de Plata, del primer tercio del siglo XX. Y lo sigue
siendo, aunque a su desdeñosa y desganada manera de ser periodista no le beneficien
los acríticos rescates de las hemerotecas.